Cerré el capó de mi coche con un fuerza y soltando un respiro. Cómo me gustaba mi Corsa blanco.  Me lo compré con ayuda de mis padres y con el carnet recién estrenado aunque tarde tiempo en terminar de pagarlo por completo. Fui la primera de mi grupo mis amigas con coche y la verdad es que nos dio a todo el grupo mucha independencia.

Nos movíamos a todos los lados. Daba igual el tiempo que hiciese. Con mal tiempo a un centro comercial y con buen tiempo directas a la playita para pasar lo findes en la casa de veraneo de mi amiga Carla. Aún me acuerdo, no pisábamos la casa; por el día playa y por las tardes bares hasta bien entrada la madrugada. El caso era salir de un pueblo que se nos estaba quedando pequeño a esa edad.

Cuando aquello contaba yo con 18 o 19 añitos. Vamos, una pipiola. En este momento en el que estoy a punto de cumplir 27 ya no se me hace tan atractiva la idea de salir de mi zona de confort. Toda la vida deseando independizarme, vivir en la ciudad y cuando llega el momento me atemoriza la idea.

Con lo bien que vivía yo desde que mi hermano mayor se había mudado con su novia a otra provincia. Esa a la que yo estaba a punto de trasladarme. Me había acostumbrado a estar sola en casa durante grandes periodos de tiempo porque mis padres solían instalarse en su segunda residencia cerca del mar. Yo la verdad es que lo odiaba. Ir a un pequeño pueblo costero donde no había nada qué hacer, no conocía a nadie y lejos de la civilización. Me aburría soberanamente. Mi lugar de residencia también era pequeño pero por lo menos estaban mis amigas. Mi civilización.

Había dicho por activa y por pasiva que no quería despedidas. Imposible. Creo que he tenido tres oficiales y varias comidas con gente que sé que no voy a ver en tiempo. Decir adiós a toda la una vida en un pueblo es difícil y no saber cómo será la bienvenida en una gran ciudad acojona aún más.

Mi puesto de trabajo aunque cómodo no era para echar cohetes. Me daba para vivir. Vale, en casa de mis padres pero vivir al fin y al cabo. Cuando la empresa cerró, ya se llevaba tiempo rumoreando que algún despido iba a haber. Pero ningún trabajador se imaginaba que íbamos a terminar todos en la calle.

Al principio me embajoné mucho. Apenas salía de mi habitación y ni qué decir de casa. Tiré mucho de comida basura. Creo que también fue culpa del tiempo. En el norte somos muy verdes pero porque llueve mucho. Y cuando digo mucho quiero decir muchísimo. Hasta que un día decidí ponerme las pilas. Recuperar mi rutina de ejercicio y salir a correr. El deporte siempre ha sido mi válvula de escape aunque los kilos son los kilos. Y yo tengo micha gula, es mi pecado capital favorito, jajaja.

Volví, también, a socializar un poco con mi entorno. Siempre agradeceré a mis amigas estar ahí, ofreciéndome sus hombros cuando los necesito. ¡cómo las voy a echar de menos!! Doy gracias, porque hoy en día el móvil te acerca a tus seres queridos aunque estés a miles de kilómetros. 

Al que no voy a echar de menos es a Javi, menudo cabrón. Cómo se ha aprovechado de mí durante años. Echando la vista atrás, no sé ni qué tipo de relación teníamos, yo lo clasificaría de follamigos pero solamente cuando a él le picaba. Mi opinión no contaba para nada pero siempre tenía que estar dispuesta a tener la puerta y las piernas abiertas para cuando él quisiese. Otra cosa por la que dar las gracias a mis amigas. Gracias a ellas fui capaz de quitarme la venda de los ojos y prometer que nunca ningún tío u hombre me iba a volver a pisotear.

Sí, esa era una historia que me gustaba dejar atrás. Olvidarme de ese idiota por completo pero sinceramente esperaba una llamada de despedida que nunca llegó. Poner distancia de por medio iba a ser una solución a mi “relación” con Javi.

Mientras me subía al coche, pensé en el abanico de posibilidades que se abría ante mí. Otra ciudad, otro trabajo, otro entorno,… pero aún así seguía acojonada. Soy una persona insegura y esta iba a ser una dura prueba difícil de superar.

No me di cuenta de que estaba cerrando una etapa de mi vida hasta que las lágrimas resbalaron por mis mejillas. Me aferré al volante y mientras ponía mi música favorita, me dije para mí misma: “Marina, tú puedes”.

Científica Empedernida