Como cada domingo, llegaba la última al bar donde siempre tomábamos el aperitivo. En la terraza ya me esperaban todo el grupo: Fran, ataviado con unas gafas de sol que no tapaban su monumental resaca y falta de sueño; Laura, consultando el móvil as usual, y Tere, que fue la única que se levantó y me apretó un abrazo y dos efusivos besos, como si no nos hubiéramos visto hace 7 días y hablado hace 30 minutos.

– Te hemos pedido ya para que venga todo junto. Un tinto de verano ¿verdad?

-Qué considerados, chicos, no os reconozco.

-Es para no tener que esperar tu bebida y poder beberme mi cerveza en cuanto llegue, no te flipes – dijo Fran con su voz ronca.

-Pues a esa cara le vendría mejor una almohada, y a esa voz un vaso de leche con miel, cierrabares – le espeté, divertida.

-No solo los cierro. También los abro. Aquí me tienes, puntual como un clavo.

-¿Y anoche, qué? ¿Algo emocionante que contar?

-Nada que pueda compartir. Pero hablando de clavos…

Laura alzó su mirada del móvil y puso los ojos en blanco por el comentario de Fran. Observé que tenía abierta la aplicación de citas y que analizaba las fotos de un posible nuevo pretendiente.

-Laura, cariño, ¿los de tinder no descansan los domingos? Estás más enganchada que mi vecino a las tragaperras…

-Por lo menos lo intento, maja.

-¿Intentar el qué? ¿Pillar una ETS?

-¡Encontrar el amor, burra! No como tú, que no paras de quejarte pero no haces nada.

-No me quejo, soy realista. El mercado está fatal y tú lo niegas. Crees que vas a encontrar algo que merezca la pena entre tanto inmaduro, vigoréxico o moderno de pacotilla. Si solo hay golfos, para muestra un botón – dije dando una colleja amistosa a Fran – Yo paso. No quiero perder mi tiempo en citas donde escucho durante horas los problemas de personas que no me interesan para nada. Me vuelvo a casa peor que salí.

-Mujer, alguien habrá por ahí que pueda gustarte, digo yo – Tere intentaba mediar en la eterna disputa entre sus tres amigos solteros.

-Claro, como tú lo has tenido tan fácil… no todas encontramos al amor de nuestra vida en el instituto, reina.

-Hay que reconocer que ha sido práctica – Fran irrumpió su mutismo para defender a Tere.

-¿Ahora envidias el amor para toda la vida, Fran? ¡Habrase visto! El coleccionista de amantes, reconvertido a defensor de la monogamia. – dije con mi habitual lengua viperina.

-Yo lo que defiendo es que cada uno viva conforme a lo que desea. Tere siempre soñó con su príncipe azul y lo tiene. Tuvo su boda de cuento a los 24, y sigue casada cinco años después. ¿Quién puede decir eso a nuestra edad? Es feliz. Mírame a mí: yo quiero siempre nuevas experiencias, no vendo humo, soy sincero con las chicas a las que conozco. No dejo que se hagan ilusiones, soy un alma solitaria y así vivo. Soy feliz. Laura…

-Laura es feliz, que conste – se apresuró a defenderse ella, en tercera persona.

-Claro que eres feliz. Felizmente enganchada a las primeras citas. Las segundas son las que se te dan regular – le dije con toda mi mala inquina.

-Laura no se niega lo que quiere, Sara – Fran no estaba dispuesto a que le interrumpieran su alegato – Laura quiere una pareja y la busca. Por tanto, vive conforme a lo que quiere conseguir. Pero tú, ¿qué haces, aparte de soltar bilis?

-Yo no hago eso, joder. Yo también quiero pareja, pero no paro de cruzarme con auténticos gilip…

En ese momento nos interrumpió Manuel, el camarero, que llegaba cargado con nuestras bebidas. Todos le saludamos y preguntamos cómo estaba, ya que había sido, como nosotros, alumno del mismo instituto, pero de un par de cursos posteriores al nuestro.

-…Y el tinto de verano para Sara, ¿verdad? A ti te invita la casa – dijo guiñándome un ojo, y se fue tan rápido que no llegó a ver mi expresión de fastidio.

-Bueno bueno… ¡pretendientes no te faltan! – palmoteó Laura, entusiasmada.

-¿Manuel, un pretendiente? Por favor, amiga, un poco de seriedad…

-Claro que lo es. Te invita a todo lo que puede, siempre tiene un piropo o una palabra bonita para ti…

-¡Es tan majo! Deberías darle una oportunidad – suspiró Tere desde sus mundos de yupi.

-Es muy joven. – Intenté zanjar la discusión, sin éxito.

-Tu ex tenía un año menos que él. – Laura había guardado el móvil y, para mi desgracia, estaba concentrando todas sus energías en dejarme sin argumentos.

-Es rubio. No me gustan los rubios.

Los tres se rieron a carcajadas por lo infantil de mi respuesta.

-¿Ves? Ese es tu problema – Fran parecía revivir con cada sorbo de cerveza que tomaba, y se había quitado las gafas de sol para poder mirarme a los ojos – Siempre tienes una excusa a punto para no conocer a cada persona que se interesa en ti. Y siempre son excusas relacionadas con el físico porque claro, no vas más allá.

-Eso no es verdad.

-Cariño, sí lo es… – Tere ya estaba poniéndome cara y tono voz maternal – No te dejas conocer. No sé a qué tienes miedo.

-Yo no tengo ningún miedo. Además, habláis como si tuviera una fila de hombres interesados en mí esperando en mi portal… Si a mí nadie me dice nada.

-Nadie te lo dice porque se ve rápido cómo te las gastas, pequeña – dijo Fran – yo tengo algún amigo al que le encantaría conocerte.

-¡Y yo! – añadió Laura

-Y yo – Tere dio un trago de su refresco y continuó – pero no te decimos nada porque sabemos que vas a negarte en rotundo a quedar con ellos.

Anonada, empezaba a pensar que mis amigos habían hablado de esto muchas veces sin estar yo presente.

-Os agradezco vuestra preocupación por mi situación sentimental, pero ya me he hecho a la idea de que envejeceré sola y amargada.

-Bonita, amargada ya estás. Pero es causa, no consecuencia. Yo estoy convencido de que si pudieras hablar con la gente que está interesada en ti de forma honesta, y les conocieras antes de ponerles ningún pero, conectarías con alguien. Pero con tu modus operandi, imposible.

-Pues dime cómo, Fran.

-Se me ocurre una idea – a Laura le brillaban los ojos. Mala señal – Podríamos hacer que mantuvieras conversaciones con ellos por whatsaap, sin agregarles a ninguna red social ni pedirles fotos. Así al menos conocerías la personalidad de los chicos, antes de descartarlos por su físico.

Tere y Fran aplaudieron emocionados y jalearon la propuesta de Laura, mientras yo negaba rotundamente con la cabeza.

-Claro, para que luego me diera el batacazo de conocer a orcos. ¡Vosotros os queréis echar unas risas a mi costa!

-Qué mal hay, Sara. Mira, hablar con ellos por whatsaap apenas te va a quitar tiempo. Y quien sabe, a lo mejor así conoces a alguien especial… – Tere no bajaba nunca de su nube de algodón rosa, pero en algo sí tenía razón: no perdía nada.

-Pero, ¿vosotros tenéis conocidos que pensáis que me podrían cuadrar? ¿Física, y mentalmente?

-Totalmente – dijeron los tres al unísono.

Me quedé pensativa. Ese tipo de “cita a ciegas” era fácil para mí: en caso de estar incómoda, bastaba con abandonar la conversación. En el fondo me intrigaba saber quiénes eran esos chicos que mis amigos pensaban que me gustarían, y por qué nunca me habían hablado de ellos.

-Está bien, está bien… acepto el reto – mis amigos estallaron en júbilo – pero no le deis mi número a cualquier chalado. Y no pienso dedicar a este jueguecito mucho tiempo.

-Mira, hacemos una cosa… – Fran tomó la iniciativa – haremos que cada uno de nuestros amigos te escriban un día de esta semana. Y el domingo que viene, nos cuentas. Recuerda: nada de fotos ni redes sociales. ¡Intenta conocerles sin prejuicios!

Resignada, apuré mi tinto de verano. Vaya semanita me esperaba.

 

Continuará…

Las Lunas de Venus