Vivo en Madrid y tengo la SUERTE INFINITA de tener un piso con balcón. Balcón que da a una placita y (gracias yisus) si hace sol hasta puedo tomarlo un par de horitas. Vamos, un lujo.

De todos los escenarios posibles en la cuarentena, no me imaginaba este. Creo que he pasado por todos los estados emocionales habidos y por haber. Incluso he llegado a pensar que soy bipolar. Vamos, lo normal dada la situación.

Todo comenzó saliendo a aplaudir al balcón a las 8 de la tarde. Mis compañeras y yo salíamos con las pintas que tuviéramos. Generalmente el look elegido para salir a aplaudir era: yonki comprando droga. Pelo atacado por bandada de pájaros y chandal/pijama en un estado que ya casi vale para hacer trapos con los que limpiar cristales. A ver, que es un look tan digno como otro cualquiera (y mucho más cómodo, dónde va a parar).

Los primeros días todos salíamos un poco tímidos a aplaudir. Sonreías al vecino de abajo. A los de al lado (que no conocíamos). Algún niño en los edificios de en frente. Luego empezamos a poner carteles, “TODO SALDRÁ BIEN”, a salir al balcón con atrezzo, silbatos, cacerolas, pelucas, nos empezamos a venir arriba y nos creímos djs… y, por suerte o por desgracia, llegó el 18 de marzo: MI CUMPLEAÑOS.

Ese día fue duro. Pasarlo sin los míos, lejos de casa… Y ahí aparecieron mis compis de piso (que ya se han convertido en mi familia adoptiva). Se lo habían currado muchísimo, habían puesto unos globos (de donde carajo los sacaron no lo sé), hicieron hasta un bizcocho que coronaron con un bastoncillo de los oídos al cual prendieron fuego a modo de vela y pusieron una pancarta en el balcón para que toooooodos los vecinos supieran que era mi cumpleaños. ¿Y que ocurrió? Que tras los aplausos de las 8, en la plaza me cantaron cumpleaños feliz. Creo que no necesito explicar lo muchísimo que lloré. GRACIAS AMIGAS.

Pero lo fuerte de esta historia llegó al día siguiente. En el edificio de en frente, concretamente en el tercero, había un cartel en una ventana que decía: 

FELIZ CUMPLEAÑOS VECINA.

Estuve todo el santo día asomada al balcón, para dar las gracias a mi felicitador “anónimx”. Y nada. Que no quiso salir al balcón. Ni siquiera a las 8. MECAGOENLALECHEMERCHE.

Así que decidí dejarle un mensaje en nuestra ventana:

GRACIAS VECINX. ESPERO QUE ESTÉS BIEN.

Por la mañana, otro nuevo mensaje:

SÍ, SOLO UN POCO MÁS ABURRIDO QUE VOSOTRAS.

Pues os va a parecer una chorrada, o no. No lo sé. Pero a partir de ahí empecé a llevar un poco mejor la cuarentena. Sin embargo, el condenado se escondía. No fui capaz de verlo en 3 días. Días en los cuales nos dejábamos mensajes en las ventanas.

“ERES EL HOMBRE INVISIBLE. ONTAS?”

“A MI SI NO ME CANTAIS CAMELA NO SALGO”

Decidimos citarle:

VECINO, EL SÁBADO VERMUT EN EL BALCÓN.

Y sí amigas. SALIÓ. Un chico alto, moreno, colorado y muerto de vergüenza. Con una cerveza en la mano que levantó, a modo de brindis, mientras nosotras aplaudíamos desde el balcón. Como si estuviéramos en un concierto de Ricky Martin.

El miércoles pasado decidí recuperar mis vaqueros y un jersey. También es verdad que ya no tenía pijamas limpios. Pero me gustó eso de volver a notarme persona. Salí al balcón y allí estaba el. Me saludó. Le grité un: EY, QUE TAL?. El me contestó con manito hacia arriba y un gesto raro. He de decir que soy miope. ¿Y qué hacemos los miopes cuando no vemos un mierdo? GRITAR.

“NO TE ENTIENDO NADA” Grité. (Me sentí como mi madre cuando éramos niños y nos llamaban a merendar a gritos por el patio de luces. LAURAAAAAAAA LA MERIENDAAAAAAAA)

Entonces se metió para dentro y empezó a pegar folios en la ventana CON UN NÚMERO DE TELÉFONO.  Os juro por mi vida que me siento como la protagonista de un libro de Elisabet Benavent.

Así que nada, aquí estoy, whatsappeando con el.

Y no me interpretéis mal, que no es “amor en tiempos de coronavirus”. Pero quizá estemos ante el nuevo Tinder del balcón. Quién sabe. Si no me interesa con bajar la persiana lo tengo solucionado.