Necesito hacerlo

Sentadas en la cafetería de la esquina, Kioto revolvía con nerviosismo el té verde que humeaba de la taza con forma de gato. Le encanta esa cafetería, no sé si es por la decoración japo o por la variedad de tés y bebidas típicas que puedes degustar, sin mencionar ese aparador repleto de repostería japonesa donde puedes saborear diferentes tipos de taiyaki, mochis o los deliciosos dorayaki, pero siempre quedamos ahí.

 

Yo la escuchaba con atención: Kioto se iba de viaje, bueno, o ese era su deseo. Llevaba tiempo, por no decir años, planeando un viaje espiritual, necesitaba encontrarse a sí misma, estudiar  un nuevo idioma, conocer a personas con su misma visión del mundo, encontrar su rumbo en la vida... llevaba meses realizando el itinerario, empezaría por la India e iría recorriendo Nepal, China y acabaría en Japón donde realizaría su estancia más larga. Apuntaba todo en su cuaderno de color burdeos con las letras 京都市 rotuladas en oro.

A pesar de la emoción, su rostro describía preocupación: Manu se oponía a ese viaje.

Manu siempre ha sido un chico encantador, respetuoso, atento… se casaron hace unos cuatro años y por aquel entonces Kioto ya verbalizaba su inquietud de vivir fuera de España, pero hacía cosa de año y medio que se había planteado seriamente en llevarlo a cabo.

Pues vente conmigo

En vista de que la idea de vivir una larga temporada fuera de España no iba a ser posible, intentó convencerle de que serían unas pocas semanas. Pero cuando el cuaderno fue cogiendo forma de estancia más que de viaje, le rogó que le acompañara… pero él seguía en sus trece: que no iba acompañarla, que tenía sus obligaciones aquí, que no entendía por qué tenía que hacer ese viaje, ni que durara tanto tiempo, que ella sabría si tiraba un matrimonio a la basura...

– No, no, no y no. De dos semanas nada. Tú te vas los seis meses como habías planeado.

-Manu no me va a esperar seis meses- Sus ojos se perdieron en el fondo de la taza de gato.

– Son seis meses, no seis años. Pasan rápido, además él podría trabajar desde cualquier parte. ¡Si la mayoría de días trabaja desde casa!

-No es solo eso, no quiere dejar su ciudad, sus amigos…

Pues vete tú sola y, quizás, la que no espere, seas tú.

– No puedo, es mi marido y le quiero…

 

 

Miró la hora y me dijo que tenía que irse. Se puso su abrigo verde y se recolocó los mechones de su pelo cortito.  Le di un abrazo de esos de “no te quiero ver en 6 meses, ¿de acuerdo?” . De su boca salió una mueca a modo de sonrisa.

 

La vi alejarse con la cabeza gacha y el peso del amor sobre sus hombros.

 

¿El amor siempre gana?

No, Kioto no fue a Japón. Ese verano se alquilaron un apartamento de 20m2 en Santa Pola y el Mediterráneo se tragó sus ilusiones. Y los dorayakis. Con el tiempo, abandonó toda idea de vivir esa experiencia y empezó a diseñar su vida como futura mamá.

 

 

Sentada en esa misma cafetería y recordando todo aquello, empecé a pensar hasta qué punto debemos renunciar a nuestros proyectos y sueños por amor.

¿Acaso no siente el otro el mismo amor para renunciar a los suyos?

 

 

 

 

 

 

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