Cuando tenía 20 años conocí, a través de mi hermano, a un chico de mi edad que parecía muy serio. Coincidíamos a veces en reuniones informales de la pandilla de mi hermano y, cuando necesité un voluntario para hacer las prácticas en la academia de masaje, él era el único que tenía las mañanas libres en mi entorno para venir conmigo.

Al principio reconozco que se me hizo un poco violento, pues lo conocía poco más que de vista y nunca había hablado con él, y ahora tenía que pasar varias mañanas semidesnudo en mi camilla para que yo manipulase su cuerpo a mi antojo. Él, por supuesto, encantado, ¿quién no querría masajes gratis cada semana?.

Inevitablemente, empezamos a hablar y, aunque estuviera allí de sujeto pasivo, se daba cuenta totalmente de los cotilleos entre mis compañeros (había una pareja que habían empezado el curso juntos y parecían estar en crisis y un compañero le tiraba la caña a otra compi recién separada). Al salir de allí, con su gesto serio y formal, me guiñaba un ojo, sonreía de medio lado y me decía “¿Te fijaste en que Fulanito y Menganita ya no se hablan?”. Yo me reía mucho con él. Realmente no tenía nada que ver con cómo creía que era.

El curso acabó, pero nuestra amistad había dado varios pasos, así que lo seguí viendo. Yo estaba empezando una relación de pareja con un compañero de trabajo y no tenía mucho tiempo, pero siempre que podía, quedaba con él. Nos reíamos mucho juntos y siempre escuchaba mis dramas laborales y amorosos con atención.

Entre la pandilla de mi hermano se empezó a decir que teníamos algo, pero pronto pararon, pues ya conocían a mi pareja. No podía ser.

Mi amigo siempre estaba dispuesto a ayudarme. Tenía un problema físico que, en el curso, yo había aprendido a solucionar, así que venía a mi casa a que le ayudase con mis masajes y, a cambio, siempre me ayudó en todo lo que necesité. Quid pro quo.

Cuando mi novio y yo nos fuimos a vivir juntos fue el primero en echar una mano con la mudanza, siempre se curraba unos detallazos por mi cumpleaños y días especiales e intentaba pasar tiempo de calidad conmigo. Entonces, aquella gente que teníamos en común empezó a reírse de él porque decían que estaba esperando a que me estrellase con mi novio para ir a recoger las migajas, que era un “pagafantas”. Os juro que odio ese concepto asqueroso, pero estoy aquí para contaros cómo fue.

De pronto él fue quien me necesitó. Estaba preocupado por temas personales y sólo yo sabía esa parte de su vida, pero varios “amigos” suyos me vinieron a advertir de que era una estrategia, que tuviera cuidado, que sus intenciones eran otras. Yo estaba pasando muy mal momento personal, mi padre había fallecido y mi relación estaba tambaleándose, así que me alejé.

Lo hice mal, lo sé, fatal, pero no estaba con la cabeza en su sitio y había empezado a mandarme mensajes donde me agradecía ser su amiga y me decía cosas muy bonitas. Yo no estaba acostumbrada a esos gestos de cariño y me estaban bombardeando la cabeza con lo ingenua que era, que ningún chico hablaba así a una chica si no buscaba algo más…

¡Mentira! Nuestra relación se enfrió hasta casi romperse y, cuando me di cuenta de que no me hablaba, me acerqué a él. Me di cuenta de mi error y fui sincera. Le conté que me había dejado llevar por lo que decía la gente y que era la única culpable de nuestro distanciamiento. Le conté que mi cabeza no daba gestionado tantas cosas a la vez y que no supe hacerlo bien como amiga. Lo había dejado solo cuando más me necesitaba… Pero me perdonó como sólo un buen amigo sabe perdonar.

Han pasado 16 años (uff, no era consciente de que fueran tantos), ya no vivimos en la misma ciudad, tenemos cada uno nuestra familia formada, pero seguimos ahí. Cada poco tiempo me llama para preocuparse por mí y por mis problemas, yo intento estar al día de su vida y me siento muy orgullosa de contar con un amigo tan fiel a mi lado.

No, no todos los chicos tienen una doble intención con sus amigas. Este chico fue durante años mi pañuelo de lágrimas, como lo fueron mis amigas, y yo fui el suyo, porque en eso consiste la amistad.

Con poca gente me río tanto como con él y pocas amistades tan bonitas conservo a mi lado. Me gusta pensar que, cuando seamos viejecitos, seguiremos contando batallas de cuando guardé una botella de licor café para él en mi primer cumpleaños fuera de casa o de cuando le ayudaba con sus calambres en las piernas.

No sé si él es del todo consciente, pero es una de las personas más importantes de mi vida, aunque hablemos una vez al mes.

No sé si llegué a decírselo alguna vez, pero yo también le quiero mucho.

Luna Purple.