Tener un mejor amigo es algo genial. Encontrar una persona con la que compartir risas, momentos especiales, poder hacer el tonto delante del espejo sin que nadie te juzgue. Te sientes cómoda con él y todo entre vosotros sale natural. Entonces un día te despiertas y te fijas en lo guapo que está despeinado, en la forma en la que la ropa parece abrazar su cuerpo. Y te sientes rara por pensar así de él, es una tontería, te dices. Y lo olvidas, dejas que aquel minúsculo pensamiento desaparezca, junto a miles de recuerdos banales. Estás demasiado ocupada siendo feliz.

Pasan los meses y todo sigue igual. Sientes que puedes comerte el mundo cuando estás a su lado, eres más tú que nunca y te encanta esa versión de ti misma. Entonces él te abraza y te dice que tiene algo que contarte, que ha conocido a alguien especial, alguien por quien siente cosas fuertes. Y tú sonríes, o al menos te obligas a ello, porque por dentro te sientes confusa.

¿Alguien especial?

Y sientes celos. Muchos celos. Porque él siempre ha sido tu persona especial. Es tuyo, tú lo viste primero, ¿no es cierto? Nadie tiene derecho a quitarte a tu mejor amigo. ¿Porque es sólo eso, no? Sólo es tu mejor amigo.

Y finges que te alegras por él. O de verdad lo haces. No estás segura, todo dentro de ti está hecho un lío.

Y los meses pasan, y él es feliz y tú sigues con esa sensación agridulce. Te embarcas en una relación y estás emocionada, por primera vez, no piensas nada más.

Y todo va sobre ruedas, todo es estable y seguro. Hasta que ambos termináis vuestras historias anteriores y os volvéis a encontrar. Y surge la tensión. El deseo. Sentimientos que jamás pensaste que pudieras tener hacia él.

En tu interior se empiezan a formular miles de interrogantes.

¿Y si…?

Y entonces una noche de verano, él se acerca. Y le suceden horas repletas de besos, besos sin condiciones, sin límites, sin presiones, sin promesas, solo besos. Besos hambrientos, besos con ganas de devorar. Y te enamoras, te enamoras como una tonta. Y te reprendes mentalmente por jugar a escondidas a dibujar todas vuestras noches. Incluso te atreves a ponerle nombre a todos los besos que te daría  antes de ir a la cama. Sabiendo a ciencia cierta que jamás podrías volver a dormir, porque él era tu sueño.

Te sientes nerviosa cuando estás a su lado. Asustada ante una nueva situación. No sabes cómo responder cuando él se acerca para besar tu piel, pero estás ilusionada. Se te ve en la cara, te brillan los ojos a causa del amor.

Y un día decides que ya es hora de ser valiente, que vale la pena arriesgarse con tal de despertar cada mañana a su lado. Y le dices que le quieres, que siempre lo has querido aunque nunca lo supieras.  Y él te mira y esboza una sonrisa, pero es una sonrisa triste.  Y entonces entiendes, al borde de las lágrimas,  que él, el único al que querías regalarle todas tus noches, sólo quiere entregarte horas sueltas de su colchón.