Follar, folla cualquiera. A ver, entendedme, no estoy hablando de tópicos del tipo que si follar es cuestión de actitud, follar no cuesta tanto, líbrate de tus prejuicios y folla, no te sientas acomplejada y disfruta del sexo, las mujeres follan más fácilmente, los hombres blablablá… Como diría un conocido mío, a mí eso «me la pela». Lo que quiero decir, realmente, es que follar, lo que se dice follar, o sea, el acto en sí, el metesaca, lo puede hacer todo el mundo. A no ser que te hayan extirpado el pene o tengas alguna movida en tus genitales. Que follar, puede folla cualquiera, literalmente. Y ya está.

Follar es como mear. Mientras todo esté en orden, vas a poder y vas a saber hacerlo. Y si follar es algo tan natural, tan sencillo, tan instintivo, tan en nuestro código genético… ¿por qué a veces acapara toda nuestra atención? ¿Por qué le damos tanta importancia? ¿Por qué, en ocasiones, se convierte en nuestro único objetivo? ¿No os resultaría terriblemente ridículo escuchar a alguien presumir de que ayer meó siete veces? Pues pensándolo así de fríamente, esto del folleteo es más o menos lo mismo.

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Buah, chaval, ayer me meé a una tía…
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Qué dices, tío, no seas flipao
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¡En toda la pierna!
Oh yeah madafaka
Oh yeah madafaka

Entono el mea culpa, queridos, porque yo he sido la primera que, en alguna ocasión, he querido follar, y el resto me ha dado un poco igual. Un poco igual el dónde, el con quién, el cómo… Y tampoco tiene nada de malo. Somos animales, tenemos necesidades biológicas, tenemos deseos, tenemos la creencia de que follar más nos hace mejores personas, ¡ya ves! Y como a todo se acostumbra una, claro, a veces me he visto tan obsesionada por «conseguir follar» que se me ha olvidado que hay cosas que, por difícil que parezca creerlo, son mejor que follar. Y más complicadas que follar. Porque ya sabéis, follar, folla cualquiera, pero pasar un rato divertido sin pensar en follar no lo consigue todo el mundo.

El otro día tuve una cita. Una primera cita, más concretamente. Se me habrían podido pasar miles de cosas por la cabeza los días antes del DÍA DE LA CITA, pero había una que pesaba más que las demás, y por primera vez no era yo con todos mis kilos juntos: era la idea de «¡toma ya, hoy follo!». Explícitamente, en ningún momento ninguno de los dos había hablado de quedar para follar, habíamos quedado «para tomar algo». Pero como dice mi mejor amigo, los heteros siempre tenemos que poner alguna excusa para que parezca que no estamos quedando para lo que queremos, que es follar. Pues para tomar algo quedamos, pero yo me depilé de arriba a abajo y además elegí un modelito de estos de «este es mi cuerpo, tomad y comed todos de él».

Hello, it's me
Hello, it’s me

Me presenté a la cita con los típicos nervios de «ay, ¿le gustaré?» pero sobre todo con los típicos nervios de «ay, qué ganas de follar». Y él llegó, y fueron pasando los segundos, los minutos, las horas… ¿Y sabéis lo que pasó también? Pues pasó que no follamos. ¿Y sabéis lo que pasa cuando generas unas expectativas y esas expectativas no se cumplen? Que suele aparecer la insatisfacción, la frustración, y hasta las ganas de comerte una pizza familiar tú sola.

Yo conozco muy bien esa sensación de «joder, hoy salía a follar y no he follado». Conozco ese cabreo fruto del deseo frustrado. Sé lo que es irme a casa de mala hostia porque creía que las cosas saldrían de una manera y terminó ocurriendo todo lo contrario. Pero por suerte para mí esta vez la cosa no acabó así. No follé, no, pero lejos de cabrearme, pasó, precisamente, todo lo contrario.

Os lo digo sin vergüenza ninguna, porque a veces estas cosas pasan: reconozco que se me había olvidado lo que era quedar para no follar. Quedar con una persona y dedicar tiempo a su mente, y no a su miembro. Por escalofriante que parezca, y con lo bonito que es decir «es que yo no soy una persona superficial, busco algo más en las personas», me había acostumbrado a personas que no tenían «nada más» y había mecanizado todas mis citas: tomar algo y después follar, tomar algo y después follar, tomar algo y después follar. Al fin y al cabo, follar es divertido, y una de las mejores cosas que puedes hacer en una cita es divertirte. O, como me gusta decir a mí: follando también conoces gente.

Pero no todo en la vida (¡menos mal!) es sexo. Ni todas las citas son iguales. Ni todos los tíos «no tienen nada más». A veces tienes la suerte, porque de verdad que yo esto lo vivo como una lotería porque no será porque no he intentado yo «conocer gente», y toda la gente que conocía me aburría soberanamente, y ya me estaba empezando yo a preocupar, creyendo incluso que a lo mejor me estaba volviendo una tía exigente y así me iba… que a veces tienes la suerte de encontrar a una persona con la que te diviertes tanto que no te importa no follar. Que el tiempo que has pasado con ella ha sido más divertido y más satisfactorio que un polvo. Que te puedes volver a casa más contenta que unas castañuelas habiendo tomado solamente unas cañas. Que reírte, soltar alguna tontería, alguna burrada también, por qué no, hablar de tus intereses, de tus planes, de tus preocupaciones, con una persona que también se ríe contigo es, sin lugar a dudas, mejor que follar.

¡Espero que no se me vuelva a olvidar!