Llegados a este punto me gustaría reflexionar sobre el tema de follar, que es una cosa de la que apenas he hablado aunque creo que tiene mucho intríngulis y bien podría merecer unas poquitas de mis preciosas palabras. Follar es lo que hacemos los jóvenes ahora. ¿Que nos aburrimos? Follamos. ¿Que estamos alegres? Follamos. ¿Que estamos tristes? Follamos. ¿Que estamos drogados? Follamos. ¿Que nos sentimos solos? Follamos. ¿Que tenemos sed de venganza? Follamos. ¿Que pillamos un buen SIDA? Follamos también, pero con condón.

Pero por más que follamos y follamos y dedicamos todos, o prácticamente todos los planes de nuestra vida a intentar follar, todavía nos seguimos quejando de que no follamos todo lo que nos gustaría, y cada uno sería capaz de encontrarle una explicación a por qué, en ese preciso instante de su vida, no está follando. No follo porque estoy gorda, sería la más fácil y la mejor avenida en esta web que nos recoge a todas las mujeres de huesos anchos que acudimos aquí  a intentar reírnos un poco para poder sobrellevar  que la entrepierna nos huele a cerrao. Pero seguro que también hay quien pensará que no folla porque está demasiado delgada. Porque tiene poco pecho. Porque tiene mucho vello. Porque tiene muchas pecas. Porque no sale demasiado. Porque tiene gafas. Porque es tímida. Porque no se puede poner un vestido ajustado. Porque es virgen. Porque es sorda. Porque es demasiado alta. Porque es demasiado baja. Porque nadie la merece. Porque nadie la entiende. Y, mi favorita de todas las excusas: porque está esperando a la persona adecuada.

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¡Bla, bla, bla! Eso es lo que yo escucho cuando me contáis vuestra vida. Si no folláis, es porque no queréis. Y si no queréis, ¡olé vuestras tetas! Lo mismo que olé vuestras tetas si queréis. Porque en el querer o no querer yo no me meto, y condeno con todo mi ser a las personas que obligan a otras a hacer cosas que estas últimas no quieren. ¿No quieres follar? Perfecto cariño, no pasa absolutamente nada. ¿Quieres, pero crees que no puedes? Pues perdona que te lo diga, cielo, pero estás bastante equivocada. A lo mejor quieres irte de viaje a Australia y no puedes. Porque realmente no puedes. Porque no tienes dinero, no tienes tiempo, no tienes compañía. Pero follar sí que puedes. ¿Tienes coño? (O polla, para nuestros lectores masculinos). Bien, entonces puedes follar. Solo necesitas una cosa más, además de tus genitales: un cambio de actitud.

¿Quién va a querer follarte, reina mora, si no haces más que sentir lástima por ti misma? ¿Quién va a querer follarte si no haces más que quejarte? ¿Quién va a querer follarte si tienes miedo a mostrar tu cuerpo? Yo, desde luego, no. Pero no nos rindamos todavía.Vamos a probar algo: vamos a darle la vuelta a la tortilla. En vez de pensar por qué nadie quiere follarte a ti, hagamos el ejercicio de averiguar por qué tú sí quieres follarte a alguien. Seguro que tienes a alguien que te ronda la cabecita y que cada vez que lo ves se te hace el coño trinaranjus. Un compañero de trabajo, un amigo de un amigo, el novio de tu mejor amiga, si eres así de fresca, el chico con el que siempre coincides en la biblioteca, quién sea. Me da igual. Simplemente tenlo presente ahora mismo en tu imaginación y respóndeme a esta pregunta: ¿es ese hombre en el que estás pensando el David de Miguel Ángel? ¿No? Entonces… ¡Enhorabuena! No quieres follarte a un hombre perfecto, de proporciones perfectas y súmum de la belleza por antonomasia. Quieres follarte a una persona normal y corriente, con sus virtudes y sus defectos, exactamente igual que tú.

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Si tú eres capaz de pasar por alto que el tío al que te quieres follar no es el David de Miguel Ángel, créeme, el resto de hombres de este planeta no tendrá en cuenta que tú no eres la Venus de Milo. ¡Qué suerte la nuestra, que no nos atrae sexualmente una persona por ser áureamente perfecta! A lo mejor lo que más nos atrae de esa persona es que sea morena, o rubia, o pelirroja. Que sea muy alta, o que sea muy baja. Que sea delgada, o que sea gorda. Que tenga mucho vello, o que tenga poco. Que tenga tripita, o unos abdominales marcaditos. O, la mejor de todas: ¡nos atrae sexualmente por esa seguridad en sí misma, esa mirada que me echa de «te voy a coger y te voy a enseñar la Capilla Sixtina sin necesidad de que vayamos a Roma»! ¡Anda! ¿Y eso? ¿Qué es eso de la seguridad en uno mismo, que absolutamente nada tiene que ver con el físico pero es lo que nos derrite por completo? A ver si al final va a resultar que lo que más nos pone en otras personas es su actitud. Pues estamos de suerte, porque esta vez sí que podemos aplicarnos el cuento a nosotras mismas, y dejarnos, por fin, de tanta pena y tanta lástima y tanto virgencita, hay que ver que gorda estoy.