Sobrevivir a un segundo embarazo horrible cuando tienes un peque mayor que cuidar

 

Mi primer embarazo fue terrorífico.

Una auténtica tortura. Fue lo peor, me pasó todo lo que sabes de oídas que puede pasar. Estas cosas que, cuando te hablan de ellas, piensas ‘Ay, pobre mujer, qué mala suerte’. Esas que no te planteas que te puedan ocurrir a ti. Porque a ti te va a ir todo a pedir de boca. Porque tú estás exenta de ese tipo de movidas.

Y luego te quedas embarazada y ¡boom!, toma el paquete completo. Vómitos, deshidratación, dolor abdominal, coágulos, desprendimiento de placenta, sangrados, reposo, ingreso hospitalario… Más vómitos, nuevos ingresos, vías intravenosas, ecografías, controles, diabetes gestacional, insomnio, cansancio extremo, hipertensión…

Mejor voy parando por si me lee alguien que tiene una falta y le ha entrado ya el tic en el ojo.

El caso es que sobrevivimos, tanto mi bebé como yo. Su padre también, que el chaval a nivel físico no pasó ninguna, pero estuvo ahí conmigo en todo momento y sufrió lo suyo.

Yo me recuperé, morí de amor con nuestro enano, me cagué en la idealización de la maternidad, nos adaptamos el uno a la otra y fuimos felices y comimos perdices.

Y, en algún momento, empezamos a pensar en ampliar la familia. El costurón de mi vientre gritaba ‘¡Noooooooooo! Ni se te ocurra’. Mi corazón llenito de amor suplicaba ‘Venga, porfis, imagínate otro bebé bolita gateando por ahí’. Mi chico decía ‘A mí me apetece, pero la decisión es tuya porque…’. ‘¡Calla!’ siseaba yo mientras mi cerebro pensaba ‘Madre mía que volvemos a la carga después de haber jurado y perjurado que no volveríamos a pasar por eso otra vez’.

¿Quería repetir? Sí.

¿Me moría de miedo? También.

Era aterrador pensar en que la historia se repitiera. La primera experiencia había tenido un punto a favor, que era mi primer bebé. Por tanto, yo solo tenía que encargarme de mí misma. Si me entraba el soponcio, me iba a dormir. Si me daba una vomitona de esas que me tenía con la cabeza en el wc una hora, me ponía un cojín en el suelo y a darlo todo. ¿Qué no cargara peso? Ni una bolsa de la compra. ¿Qué reposo absoluto? Pues a reposar se había dicho.

Sin embargo, la cosa cambia cuando ya tienes una criatura y te animas a ir a por otra.

Pero bueno, ¿qué probabilidad había de que me volviera a pasar lo mismo?

¡Ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja!

Spolier: Me pasó.

No todo punto por punto, aunque sí mucho de lo que había vivido en el primer embarazo. De hecho, averigüé que estaba embarazada porque, un buen día, lo que me despertó a primera hora no fue la alarma, sino una arcada bestial. A la que le sobrevino otra. Y otra.

Adiós café. Hola metoclopramida.

Justo cuando pensaba que no se podía estar más cansada, toma cansancio aderezado con hiperémesis gravídica y un nene de menos de dos años. Es la digievolución del agotamiento.

¡Bienvenida a la maravillosa experiencia de sobrevivir a un embarazo horrible cuando tienes un peque mayor que cuidar!

Si es que siempre me han gustado los retos.

Este en concreto me hizo enfrentarme al terrible malestar causado por las vomitonas continuas. A los días sin apenas descansar. A las molestias y dolores… Todo acompañado de mis quehaceres de madre. Una madre que tenía la suerte de contar con un padre del que no tenía ninguna queja. Pero que era la que estaba más horas con su bebé. Horas que se hacían muuuuuy largas.

Que se hicieron incluso más largas cuando las pasaba en el hospital, las dos veces que me tuvieron que ingresar para hidratarme y alimentarme por vía intravenosa.

Una madre a la que le dio la risa cuando, en el último trimestre, le dijeron que tenía que bajar el ritmo. ¿Qué ritmo? ¿Cómo lo bajaba? ¿Alguien le podía explicar al niño que tenía que dejar de ser un niño? ¿Tenía un botón de modo reposo que se me hubiera escapado?

¿Me he puesto borde? ¿Me tiene alguien la culpa de todo esto? Ay, no. Perdón. Las hormonas y tal.

 

Mi segundo bebé nació en la semana 36. Uy, casi llego a término, eh. Por qué poco.

No obstante, mi niña nació bien. Pequeñita, pero sanita.

Mi tensión regresó a sus niveles normales, dejé de vomitar, recuperé algo de energía y empecé a disfrutar de la bimaternidad. No todo el mismo día, claro está.

Ahora veo a mis peques en la bañera, jugando en la alfombra o tirándose de los pelos mutuamente y siento que ha merecido la pena.

Y a veces lo hablo con futuras mamis y les digo que fue verles la carita y olvidarme de todo.

Lo cual es mentira. No he olvidado una mierda, lo que ocurre es que no me sirve de nada regodearme en ello, porque ya ha pasado y porque tuvo que ser así y ya está.

No me olvido, pero no me arrepiento.

 

Tania

 

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