Septiembre del año 2024 está a punto de concluir en España con 35 mujeres asesinadas por violencia de género.
35 que ya no van a sobrevivir.
Pero casi nunca se hablan de las que logran sobrevivir y alejarse del maltratador (o maltratadora), no se habla de esas personas que sobrevivieron y viven con heridas que guardan en silencio.
Una vez, hace mucho tiempo tuve una conversación con una persona muy cercana a mí. Ella, mujer joven que se había hecho a sí misma. Entre vergüenza y voz entrecortada me contaba sus episodios.
Ella, que había sufrido durante toda su vida malos tratos físicos y psicológicos, de la que habían abusado de pequeña, me afirmaba que lo más difícil es sobrevivir. Con un nudo en la garganta escuchaba su testimonio, donde a lo largo del tiempo estaba a punto de sentir que se habían normalizado tanto los malos tratos que llegó a pensar que la vida era eso. Pasó durante distintas fases a lo largo de su vida. Mientras estuvo allí, todo fue miedo disfrazado de otras cosas. Me narraba como a veces trataba de pararlo, y se empoderaba tratándose de imponer al agresor (en su caso agresores en distintos niveles), pero acababa por dejar de hacerlo por las consecuencias. En otras etapas de su mala vida allí, me contaba la depresión, la ansiedad, la soledad y sentirse la mayor parte de las veces como un hámster en una rueda de pinchos de la que no lograba salir.
Aun así, insistía que lo peor es sobrevivir. Que lo peor es rehacerse cuando sales de eso. Preparar “la huida”, el pánico. Y cuando por fin todo acaba, el abismo. Sí, exacto, abismo. No es como lo pintan en las películas donde la víctima se siente libreada y por fin va a ser feliz. Quedan las heridas, las que se ven, las que no y las que ni recordabas que tenías. Ella me dijo que el simple hecho de que la tocasen y no fuera agresivo, al principio le daba miedo. Porque la desconfianza lo mata todo. Rehacerse supone sentirte un extraterrestre dentro de la normalidad, supone ir siempre con la cabeza gacha y no comprender lo que para la mayoría es normal.
Sobrevivir suponía ir a terapia, sacarlo todo, incluso lo que ni recordabas que tenías que sacar, es tener pesadillas y tener miedo a dormir, es no pasar por donde vivías por el miedo a enfrentarte al agresor. Sobrevivir no siempre conlleva una denuncia, pero sí mucha fuerza.
Mi pésame a todas las que no han podido sobrevivir, mi ánimo para todas aquellas que como Ella aún estáis tratando de sobrevivir.