Vas caminando por la calle inmersa en una serie de pensamientos encadenados, nada demasiado  importante: «tengo que comprar la avena que se me está acabando y yo sin eso no piso baño y como no  vaya al baño a mi hora, luego voy al curro la mar de incómoda y estresada… Ay, que no se me olvide  mañana en el trabajo decirle a Manuela que tenemos que revisar y enviar el documento… Ahora que digo  enviar, voy a escribir un wasap a la Mari, a ver cómo está que va a decir que soy una “descastá” y con  razón… Anda que ayer, no veas la que…» 

De pronto, un ruido en el ambiente capta toda tu atención. Los pájaros parecen enmudecer y el cielo  palidece ocultando un sol que antes brillaba. El sonido te resulta familiar, aun así te preguntas «¿qué es  eso?». El ruido se hace más grande, más espeluznante y te giras tratando de buscar su origen. Ahí está:  el ruido nauseabundo emana del cuerpo infame de un señor que se aproxima en tu dirección a paso corto  y decidido.  

Tú miras hacia él como poseída y compruebas que se ha bajado la mascarilla para que nadie en la  transitada calle pierda ápice de la performance que está llevando a cabo su cara. Él se dedica a hacer muecas con nariz y boca mientras aspira y rebusca en su propio ser viscoso, como intentando recopilar lo  mejor de sí, una suerte de hits del asco que ofrecer al mundo. Y el ruido que se produce mientras se  desencadena esta exploración desesperada en sus profundidades, te aísla de todo lo demás, te ciega, te  atrapa, te atormenta, te perturba y tú, mi queridísima piscis, únicamente puedes percibir ya ese  estruendo. Es ahí cuando se te entornan los ojos, se te eriza la piel y se te encogen los hombros hasta  tocarte con ellos tus dulces orejas llenas de piercings de colores. Pero esos gadgetos mecanismos de  defensa que ha activado tu cuerpo con la mejor de las intenciones no logran evadirte de la realidad: ese hombre, que sigue emitiendo gruñidos cual oso resfriado tumbado boca arriba, va a echar por la boca un  señor esputo tan grande como el ego de diez influencers. Y eso lo vais a tener que vivir tú y tu papo moreno  porque la lotería no, amiga, pero esto te toca día sí y día también.  

¡Oh, realidad, cuán cruda te tornas! (Leer esto último con el dorso de una mano ligeramente posado sobre  la frente y la cabeza tornada hacia el cielo).  

Efectivamente, la creación del hombre – que menudo Adán está hecho– ha recaído sobre la acerca  (enhorabuena a los premiados). Uh, ahí está y no se la llevó ningún tiburón, si no que permanece a dos  metros de ti, sin que bailes tú en el polo ni nada. Y dejando atrás canciones de debatible calidad e  indudable efecto pegadizo, tú has visto como esa saliva ha golpeado el suelo como un tsunami.

En ese líquido del horror que ahora yace en el suelo podrían estar flotando Rose, Jack, la tabla de la  discordia y el Titanic al completo. 

Gargajo, escupitajo, salivazo, flema, lapo, pollo, gallo… tiene nombres mil la expectoración pública viril. Y  digo viril porque en las 35 castañas pilongas que tengo de vida, estas situaciones las he visto solo en  mamarrachos, así en masculino sin genérico.  

De nuevo, los roles de género y la educación diferenciada nos juegan la mala pasada. Porque no hay  explicación científica que avale el hecho de que machos cabríos generen una cantidad de saliva tal que  tengan la imperiosa necesidad de hacerla salir de su cavidad bucal constantemente: no es flujo o “muete”.  Pero ¡ay!, ese tipo de hombre que ve a otros hombres escupir en el suelo y lo repite como hechizado.  Hasta pasa de generación en generación como si de una reliquia familiar se tratase. Me imagino una  conversación familiar entre macho alfa y macho “alfitodel tipo: «Toma hijo, el tesoro familiar que me  entregó mi padre, y a él su padre, y a él su padre y a él…». Así hasta que llega al último ancestro y con el  dedo mojado en su propia saliva bendice a su vástago para que siga a sus babosos pasos.  

Así el  Macho-Esputador parece no caer en peligro de extinción y los puedes ver en su hábitat natural – que, por  desgracia, es el mismo que el tuyo–, marcando territorio, conquistando terrenos como pensando «Felipe estuvo aquí y dejó esta muestra de su ser en la vía pública. Un pequeño salivazo para Felipe, un gran  gargajo para la humanidad». Quizás Felipe pronto tengan a bien tras escupir, levantar una pierna y orinar  una esquina.  

Desde aquí te digo a ti, Macho-Esputador: no hay necesidad ni del ruido previo ni de lo que sale después de tu impúdica boca. No te hace más hombre (¿Qué es ser hombre?), ni te hace falta. Quédate la saliva para ti. Tuya es mía no. Escupir en la calle, caca.  Es muy simple si sabes cómo: ve tragando y no acumules o rebusques, que está feo. Es tu propio liquidillo,  puedes hacerlo. Confía en ti. Be saliva, my friend.  

Creo que todas y todos deberíamos unirnos en una sola voz contra el Macho-Esputador, ese hombre que  esputa y disfruta, y ante su odioso esputo, espetarle un: «no conquistas nada con una flema coagulada».

 

@lady_oxivirin