Llevo con Andrés 15 años y conozco a sus padres de toda la vida. Ramón, su padre, siempre ha sido un tío de bar, pero en todos los años desde que lo conozco yo no había identificado en él ningún problema. Trabajaba de soldador en un polígono industrial y, como tantos otros trabajadores, almorzaba y comía fuera de casa, en un bar del polígono, todos los días. Los fines de semana, pues eso, solía irse de bares con colegas suyos del barrio, como muchos otros padres de gente que conozco. 

El problema vino con la jubilación. Se prejubiló con menos de 60 años por una lesión causada en los ojos derivada de tantos años soldando, y al quedarse en casa, y no ir al polígono, fue donde salieron a la luz sus hábitos. Mi suegra, Ana, se dio cuenta de que no desayunaba nunca en casa, y que después de comer perdía el culo para irse al bar, y un día nos llamó muy preocupada, porque había intentado hablarlo con Ramón y se le había puesto como un loco. Ana nos dijo que se estaba dando cuenta de que su marido era alcohólico. Tanto Andrés como ella admitieron que habían ido ignorando las claras señales que iba dando desde hacía tiempo: cosas como el olor a alcohol en el aliento, o los tropezones al llegar a casa del vermú, o un el curso para recuperar los puntos del carnet de conducir. Habían considerado todo esto como hechos aislados y no como parte de un problema mucho más serio todavía. 

Andrés intentó hablar con él y la cosa fue a peor. Se puso muy agresivo, muy a la defensiva, y no pudo hacer nada para hacerle entrar en razón. Pedimos ayuda y hablamos con profesionales, y todos nos dijeron lo mismo: que no se podía ayudar a un alcohólico que no quería ser ayudado. Nos hizo un símil muy gráfico: que el alcoholismo es un pozo en el que se va metiendo una persona, y que puede arrastrar consigo a todo aquel que intente ayudarle, hasta acabar todos en el fondo del pozo. Solo podremos hacer algo cuando esa persona decida gritar desde el pozo y pedirnos ayuda; entonces cogerá la cuerda que le echamos. Fue duro, pero hicimos caso de estas palabras. Nos lo tomamos al pie de la letra. Andrés y yo queríamos formar una familia, y no podíamos dejarlo todo por sacar a su padre de donde no estaba dispuesto a querer salir. Ana, a los meses, acabó pidiéndole el divorcio. 

De vez en cuando nos juntábamos con él para comer y Andrés le pedía por favor que no bebiera para la ocasión; era su condición para seguir quedando con él. Al principio la respetó, pero enseguida comenzó a aparecer borracho a nuestras quedadas, y en algunas situaciones llegó a montar unos espectáculos de pasarlo muy mal. Andrés decidió cortar la relación con él; le dijo que si no era capaz de respetar las reglas, se acababan las visitas. Y así pasamos casi un año. La información que teníamos de él era a través de un amigo suyo de toda la vida, que le estaba alquilando una buhardilla, y con esa excusa lo teníamos un poco vigilado. 

Supimos que me había quedado embarazada, y a la hora de compartirlo con la familia, a ambos se nos hacía muy raro no decirle nada a Ramón, así que nos pusimos en contacto con él, por teléfono, y se lo contamos. Su reacción fue muy emocional y su llanto nos hizo llorar también a nosotros, pero con todo el dolor de su alma, Andrés tuvo que decirle que las condiciones eran las mismas si quería conocer a su nieto y tener relación con él. Cero alcohol, por lo menos en los encuentros propiamente dichos.

Él aceptó una y mil veces, y nos prometió que no fallaría. Colgamos el teléfono con poca o ninguna esperanza de que aquello fuera en serio, pero bueno. Al mes, Ramón llamó para decir que llevaba un mes (desde el día que le llamamos para darle la noticia) en un centro de desintoxicación. Un mes limpio. La sorpresa fue enorme, le felicitamos por todo lo alto y le dijimos lo orgullosos que estábamos de él. Y bueno, el resto es historia. Ramón lleva ya casi 3 años sin beber, y 2 años disfrutando de su nieto (y su nieto de él) a lo grande. 

A veces es difícil soltar a quien crees que te necesita, pero solo entonces se puede hacer esa persona responsable de sus circunstancias y buscar su propia motivación para salir adelante en la vida. Ojalá este final para otras historias parecidas. 

 

 

Relato escrito por una colaboradora basado en una historia REAL.

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