En toda cuadrilla de amigas que se precie hay siempre un poco de todo. 

La borracha que siempre quiere hacer planes «con chispa”. A la playa lleva sangría, a las fiestas llega ya medio pedo y a los funerales se lleva una petaca.

La madura. Que ata en corto a la anterior y es la voz de la conciencia de todas.

La que siempre llega tarde. Da igual que a ella le digas que vaya tres horas antes que el resto, que se las ingenia para hacer esperar a todas.

Pero de la que venía a hablar hoy es de… la feliz. Aunque la mayoría de la gente se referirá a ella como “la hippie”, “la ingenua”, “la que vive en un mundo de color de rosa … Y es que para ella todo está siempre bien. Le ve el lado positivo absolutamente a todo. Ella es paz y amor 24/7. 

El día que le vas con tus miserias y le cuentas que se te ha quemado la cocina, ella te dice: «¡Qué bien! Así la puedes renovar, que ya tenías ganas”.

O si te despiden del trabajo: «Jo… qué suerte… así tienes más tiempo libre para hacer otras cosas.” (Como renovar la cocina con mis propias manos, por ejemplo).

Y es que a ella si se le muere el perro está feliz porque ahora está en el cielo de los perros olisqueando traseros nuevos.

La pandemia le vino de perlas porque le ha servido para reconectar consigo misma.

Si le dan el ascenso a su compi en vez de a ella, se alegra porque se lo merece un montón.

Su ex tiene novia nueva y a ella le resulta super maja… guapa… estupenda… “¡Nos hemos hecho amiguis!”.

Si alguien le hace una putada, ella dice: “Pobre… es que lo está pasando fatal…”.

A ella todo le resbala. Ella vive al margen de las desgracias y las malas vibras. Y por eso en mi próxima vida quiero ser esa persona. Que algunos la verán como una hippie fumada de sonrisa perenne, corazón de algodón y arcoíris en los ojos. Pero lo que yo veo es a una persona feliz. Inmune a los desastres cotidianos tales como que no me haya quedado igual el eyeliner de los dos ojos. O encontrar el lado bueno de cada persona que te cruzas en la vida. Admirable. Y aspiro a llegar al clímax de ese gran poder que es el positivismo extremo como para que un día me vea sin trabajo, ni casa, ni medios, y pensar: “Qué buen momento para empezar de cero”. Y hacerlo.

Mientras evoluciono, y hasta que llegue ese día, seguiré quejándome por todo y siendo la amiga borde y desagradable, porque para poder llegar a esas conclusiones positivas tenemos que partir de mi mierda de visión de vida. No soy mala, amigas, soy el equilibrio de la vida.

Marta Toledo