Tengo barba, es así es un hecho. Me ha costado escribirlo, me cuesta todavía decirlo en voz alta y el curro que llevo a mis espaldas intentando naturalizarlo no ha sido nada fácil, pero chicas, nos pasa a muchas y no es algo que deberíamos sufrir en silencio.

Desde jovenzuela cuando iba a la esteticien de mi pueblo siempre me lanzaba comentarios del estilo: ‘uy, tienes algo de bello facial, ¿quieres que te quite los más negros con la pinza?’. Y allá que iba ella, pinza en mano, a podarme como si mi cara fuera el seto de Eduardo Manos Tijeras. Después de aquello pasamos a la cera y terminé haciéndome el láser: la peor decisión de mi vida.

No sé si lo sabéis para para hacerte el láser antes hay que rasurar, así que en esas me vi, con la espuma de afeitar y la cuchilla en el aseo de casa, la viva imagen de mi santo padre, algo que jamás pensé que me tocaría vivir sinceramente. Empezaron las sesiones de láser, terminaron las sesiones del láser y ahora años después tengo MUCHOS pelos más que antes de comenzar. 

Todo lo que antes era ‘vellito rubio’ ahora son señores pelos de barba que bien podrían inspirar Miliki para hacer temazos. Me empecé a obsesionar mucho con los pelos de la barba y el mentón, me pasaba la cuchilla prácticamente a diario, cuando no era máximo día sí y día no. Un sin vivir, sinceramente.

Cada vez que quedaba con alguien a tomar café o una cerveza, cuando estaba frente a frente hablando con alguien a solas siempre tenía la sensación de que escudriñaban mi cara en busca de pelos, que probablemente me estarían mirando los ojos, algún grano, mis pecas o vete tú a saber qué, pero en mi cabeza solo resonaba el ‘tienes barba, está viendo que tienes barba, en cuanto llegues a casa pásate la cuchilla’.

La única temporada en la que dejé mis pelos campar a sus anchas por mi cara fue en la cuarentena, eso de estar en casa todo el día rodeada de personas que me querían tal y como soy, que jamás soltarían comentarios al respecto y que, digámoslo también, tampoco es que se preocuparan mucho de sus pelos en esa época, pues ayudó a reencontrarme con mi realidad: soy mujer y tengo barba. 

Me empecé a mirar al espejo, a ver mis pelos, a no juzgarlos, a entender que estaban ahí y que eran parte mi cuerpo. ¿Si aprendí a querer mis michelines y mis kilos por qué no iba a poder hacer lo mismo con mi pelambrera facial? Empezó el proceso. Empecé a hacer bromas en mi casa sobre tener barba, sobre tener pelos y sobre lo poco que me importaba que estuvieran ahí.

Hemos llegado a tal punto en mi piso que ya todos hacen chistes sobre mi barba, mis pelos y cómo alguno de mi barbilla amenaza con sacarles un ojo de vez en cuando. ¿Voy ahora por la calle con pelos en la barba tan tranquila a tener citas Tinder? Pues claramente no, ojalá la sociedad estuviera preparada o yo tuviera tantísimo valor como para hacerme abanderada de la causa, pero aún no es el momento.

Sí que es el momento de no obsesionarme, de no mirarme cada día cuántos hay y cómo de largos son, ya no pienso que la gente los mira y si los miran, pues chica, pa eso están ahí puestos. Ahora solo me los quito cuando me parecen muy evidentes, como me pasa con el bigote. Ya no los odio, ya no los rechazo, ya no lucho a capa y espada contra ellos. 

Mujeres barbudas de este planeta: no estáis solas, no estamos solas. Somos muchas y fuertes, poco a poco conseguiremos amarlos y lucirlos con orgullo, de hecho estoy segura de que alguna habrá ya por ahí que lo ha conseguido. Mientras tanto continuamos el camino, el amor propio recorre senderos insospechados, hasta el de aprender que con barba o sin ella somos igual de puto preciosas. 

Firmado: Teresa López Cerdán