Sandra se había quedado embarazada a los 16. Con la ayuda de su madre había conseguido salir adelante con su hija y terminar sus estudios. El padre de la criatura desapareció antes incluso de que Sandra contase en casa lo de su embarazo, así que fue madre soltera adolescente.

Después de años de esfuerzos y sacrificios, consiguió tener un buen trabajo y ocuparse sola de ella y de su niña. Ahora tiene 33 años y su hija está en plena adolescencia. Sabe mejor que nadie qué debe hacer y qué no, pues desde siempre se le habló muy claro sobre su nacimiento y lo mal que lo pasó su madre en un principio. Es una niña muy sensata y madura y además tiene una relación estupenda con su madre.

Sandra, hace un año que sale con Adrián. Es un chico de su edad, atento, responsable, cariñoso, trabajador. Desde el principio le contó cómo era su vida, que tenía una hija y que era su prioridad y él no sólo lo aceptó sin rechistar, sino que quiso conocerla y tener relación con ella desde que formalizaron la relación. Él le pidió matrimonio a Sandra en un restaurante muy romántico a la luz de las velas con música de fondo y un anillo increíble. Ella aceptó enamorada. Pero charlando los días siguientes, decidieron vivir juntos un tiempo antes de planificar la boda. La vida con una adolescente no es lo mismo contarlo que vivirlo y no quería tener problemas.

Fueron pasando los días y la convivencia parecía fácil, agradable. Él se levantaba más temprano y dejaba el desayuno preparado para ambas sobre la mesa entes de irse. Por las noches Sandra cocinaba y Adrián había empezado a ayudar a su nueva hijastra con unos trabajos para el instituto. Se entendían bien, estaban a gusto los dos.

Una noche, mientras Adrián se duchaba, Sandra y su hija tuvieron uno de esos momentos de confesiones. Sandra le preguntó a su hija si estaba a gusto con Adri en casa y ella le dijo que si, que le encantaba compartir casa con él y que le gustaba mucho su personalidad. Le dijo que hacían una pareja perfecta.

Días más tarde Adrián le dijo a Sandra que creía que la niña se había enamorado de alguien. Estaba siempre como en otro mundo, con gesto ensoñador, dibujaba corazones en los bordes de los apuntes… Así que, como buena cotilla, Sandra preguntó a su hija si le gustaba alguien. Pero su reacción no fue la habitual en ella. La niña se ofendió mucho con su madre por la intromisión en su intimidad. Se puso muy roja y se fue a su cuarto. Adrián le restó importancia, pues es lo propio a esa edad, pero Sandra conocía a su hija y ella no tenía esa actitud jamás.

Por la noche, mientras Sandra cocinaba, Adrián ayudaba a su hija con un proyecto de dibujo. Ella se quedó absorta mirando aquella escena idílica, cuando vio una mirada en su hija nada apropiada. Observó cómo miraba a Adrián con ojos de deseo mientras se apartaba la camiseta a un lado, dejando al descubierto su hombro. Sandra se fue creyendo que estaba mal de la cabeza. Su niña era muy joven aun para hacer algo así conscientemente, y posiblemente era ella quien tenía algo en su cabeza que no iba bien.

La niña pidió a Adrián que la llevase a casa de una amiga al día siguiente por la noche para terminar el proyecto juntas y, cuando él aceptó, ella le ofreció quedarse con ella y su amiga a tomar algo antes. El tono de voz que utilizó fue tan agudo, que la pareja se miró asombrada. Él rechazó de forma asertiva su invitación e incómodo por la situación le mandó poner la mesa, como para recordar cual era su rol allí.

Esa noche Adrián y Sandra hablaron en cama antes de dormir (o más bien de no dormir). Él le contó a su prometida cómo la niña había cambiado su actitud con él en los últimos días. Decía que se acercaba a él de forma inapropiada, que se quitaba el jersey siempre, dejando su camiseta interior al aire, siempre le pedía que mirase con más detalle las láminas de trabajo, para que se acercase más. Y él estaba muy incómodo. No sabía cómo parar aquello. No quería incomodarla diciéndole claramente que veía lo que hacía y que no podía ser, pero estaba empezando a no quedarle más remedio.

Pasadas varias semanas, comenzaron con los preparativos de la boda. Eligieron el restaurante y tenían la casa llena de muestras de telas, fotos de flores… Entonces, aquella adolescente ardió de rabia y se rebeló contra su madre, discutiendo cada tema que se proponía, saliendo hasta tarde siempre, retando a su madre a castigarla o discutir con ella. Llegó a decirle que ella no era tan estúpida como lo había sido Sandra, dejándose “preñar” por cualquiera en un descampado.

Sandra sintió una pena horrible por aquella situación. Ambos hablaron con la niña para explicarle lo que le estaba pasando y que debía ser consciente de la locura que era. Adrián fue muy claro y, de una forma muy cariñosa, le explicó que él ya la veía como a una hija y que la quería mucho, pero que aquella actitud le obligaba a distanciarse de ella por su bien.

Parece que por ahora lo ha entendido. Adrián jamás se queda a solas con ella y mantiene la distancia necesaria para que la niña no se sienta confusa. Pero Sandra se plantea si aquella situación es sostenible a largo plazo y ha decidido posponer un poco más la boda, por lo que pueda pasar. Si la situación continúa así, no le quedará más remedio que poner en pause una vez más para no hacer sufrir a su hija, que no deja de ser una adolescente confusa.

Luna Purple.

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