Cuando era pequeña, mi serie favorita de dibujos era Sailor Moon. Su protagonista era una niña de 14 años, desordenada, despistada y obsesionada con los chicos que, en secreto, se convertía en Guerrero Luna y peleaba contra los malos junto a sus amigas, que también se convertían en guerreros

Recuerdo tardes enteras viendo a Goku lanzando ondas vitales, destruir el mundo, morir y resucitar varias veces; a Chicho Terremoto levantando las faldas de las chicas a ver si llevaban bragas de color blanco, o a Ranma 1\2 convertirse en chica y enseñar alegremente los pechos sin ningún tapujos.

Sin embargo, ahora que soy madre, me descubro frenando a mi marido cuando intenta ponerle Bola de Dragón a nuestro hijo de 5 años porque me parecen unos dibujos demasiado violentos. Además, creo que la figura de la mujer está tratada de una forma muy machista. Ellos luchan mientras ellas se dedican a ser esposas y madres. Al menos en Sailor Moon, eran las chicas las que luchaban.

Ahora los niños ven La Patrulla Canina, un grupo de perros, cada uno con una habilidad especial, que colaboran y trabajan juntos para ayudar y resolver los problemas de los habitantes de su ciudad. O Bluey, donde una familia perros nos dan lecciones sobre cómo ser buenos padres mientras entretienen a nuestros hijos con sus historias cotidianas para con un trasfondo más profundo.

También recuerdo que mis padres veían la tele con nosotros delante. Da igual si era una película no apta para cierta edad con escenas de guerra o desmembramientos. Eso sí, cuando salía una escena de sexo, entonces cambiaban de canal.

Mi marido y yo ahora solo vemos la tele cuando los niños están acostados. Si la tele está puesta es para ver dibujos animados que previamente nosotros hemos aprobado para que vean nuestros hijos. En casa ya no se ve ni el telediario, no quiero que mi hijo se traumatice viendo todas las miserias que hay en el mundo.

A veces creo que la percepción de lo que es apto para un niño ha cambiado mucho con los años, y otras creo que estamos sobreprotegiendo a nuestros hijos.

Hoy en día, existe un interés creciente por proteger la salud mental y emocional de los niños desde edades tempranas. La intención es maravillosa, porque entendemos que lo que ven y viven en la infancia influye en su desarrollo. Queremos que sean personas empáticas, seguras de sí mismas y emocionalmente equilibradas. Pero, al mismo tiempo, da la sensación de que los estamos metiendo en una burbuja. No hay conflictos en los dibujos, los juguetes son educativos, y hasta en el colegio se evitan ciertas palabras o temas que podrían ser incómodos.

La infancia antes vs. ahora

Hagamos un ejercicio de memoria. Cuando eras pequeño, probablemente tus padres te dejaban jugar en la calle sin supervisión constante. Yo ahora no dejaría a mi hijo bajar solo al parque ni ir solo al colegio.

Los columpios eran de hierro y no tenías una especia de colchoneta protectora debajo por si te caías, de hecho, las caídas eran parte de la diversión.

Hoy, por el contrario, vigilamos cada movimiento de nuestros hijos. Controlamos las pantallas, supervisamos las redes sociales y evitamos cualquier contenido que pueda resultar inapropiado. Los columpios son de materiales blandos y las bicis van siempre acompañadas de casco y rodilleras.

Es cierto que el mundo ha cambiado y, en muchos sentidos, para bien. Hay más conciencia sobre los riesgos y las necesidades de los niños. Pero también estamos eliminando ciertos retos y aprendizajes que forman parte natural del crecimiento.

Puede que mi hijo no tengo edad para ver escenas de sexo en la tele, pero sí para saber que ha habido una serie de inundaciones graves en Valencia y que ha fallecido gente. Mi hijo es un niño bastante sensible, inteligente y curioso. Cuando se enteró del desastre de la DANA en el colegio, porque yo evitaba poner la tele para que no viera imágenes de la catástrofe, me hizo muchas preguntas sobre lo ocurrido que yo contesté lo mejor que pude.

Quizás no es que quiera proteger a mi hijo, a veces creo que soy ya la que tiene miedo a enfrentarme a sus preguntas. A tener que explicarle ciertas cosas feas de la vida. A asumir que poco a poco va creciendo y que la vida es cruel a veces.

Debemos permitir que un niño se frustre, que pierda un juego o que se caiga y se levante por sí mismo; es enseñarles a ser resilientes. Los niños necesitan aprender que pueden superar los problemas, que el mundo no es perfecto y que no siempre tendrán lo que quieren.