Mi pareja y yo estuvimos buscando el embarazo casi tres años. Ya teníamos cita en la unidad de infertilidad cuando tuve la falta por la que me hice aquel test que dio positivo. Por fin estaba embarazada. El mío, además, fue el embarazo perfecto. No sufrí más que algunos días con el estómago un poco revuelto. No tuve vómitos, ni dolores, molestias, los tobillos hinchados, ciática ni nada de nada. Me encontraba tan bien que al principio incluso pensaba que lo iba a perder, porque no me parecía normal no tener ningún síntoma.

Afortunadamente, nada iba mal. Solo tuve la grandísima suerte de tener un embarazo de lo más tranquilo y perfecto. Recuerdo pensar que a ver si la suerte se extendía al bebé y mi hija era como mi sobrino. Porque mi sobrino de dos años era el bebé más fácil de criar de la historia.

Mi sobri dormía toda la noche del tirón desde los dos meses, hacía las tomas superregulares, siempre estaba contento, se entretenía solito con cualquier chorrada que le dieras. Lo dicho, el bebé ideal. ¿Por qué la mía no iba a ser así?

Pues no sé por qué, pero no lo fue. Para nada. En absoluto. Mi niña es la antítesis de mi sobrino, es todo lo contrario. Desde el día de su nacimiento. Al principio pensaba que estaba haciendo algo mal, que le pasaba algo a mi leche, no sé, que algo iba mal. Pero la pediatra insistió en que no sucedía nada. La cosa era que mi niña es así, altamente demandante. Y, os soy sincera, tener un bebé de alta demanda —concepto que no conocí hasta entonces— me ha quitado las ganas de tener más. Vamos, es que ni de broma.

De hecho, me quito el sombrero por las madres y padres que, después de haber tenido un bebé como la mía, se atreven a tener más. Yo es que ni me lo planteo, y eso que siempre he querido tener al menos dos. Ya no.

Adoro a mi hija, pero ni siquiera ahora que empiezo a ver la luz al final del túnel, me voy a arriesgar a tener otro y que me salga igual. Tiemblo solo de pensarlo.

No dormí una noche entera hasta que la niña cumplió los tres años, no me siento preparada física ni mentalmente para volver a pasar por eso. Por esas larguísimas noches en las que la tenía colgada al pecho cada hora. Aunque por el día tampoco es que dejase pasar mucho tiempo, las tomas nocturnas constantes me dejaban para el arrastre. Y estaba hecha polvo 24/7 porque durante el día tampoco es que fuera mucho mejor. Mi hija era de las que hacía muchas tomas y apenas dormía entre ellas. Requería atención constante porque no solo se reducía a lo poco que descansaba, es que no se la podía dejar sentadita en la hamaca ni un minuto sin que empezara a llorar. Tenía que portearla todo el rato, y ni aun así.

Foto de Laura García en Pexels

Yo pensaba que con el tiempo iría mejorando, pero los meses pasaban y la demanda no bajaba ni un poquito. Con la alimentación complementaria fue incluso peor que cuando estaba solo a pecho. Tardó lo que parece una vida entera en dormir más de tres horas seguidas, ni de día ni de noche. Podía llorar durante horas si no la cogía. Ella necesitaba ese contacto, estar encima de mí. Tener siempre mi atención o la de su padre, y no siempre le valía la suya.

Con cuatro años que tiene sigue siendo, y supongo que siempre será, intensa, muy activa y supersensible. Todavía se despierta a menudo en mitad de la noche y tengo que estar con ella un rato de charla porque tarda en pillar de nuevo el sueño. Sigue comiendo poco cuando debería y picando entre horas. Y sigue necesitando el contacto físico y la atención constante porque no es capaz de centrarse mucho en nada y porque sigue sin saber entretenerse sola.

En fin, que es una niña maravillosa y muy especial, pero ni de coña me planteo darle un hermanito.

 

María

 

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