Quien dice un videojuego dice también un juego online para hacer crecer civilizaciones. Porque a quien le cuento mi historia suele imaginarme delante del ordenador enganchada a una partida de Fortnite o algo por el estilo y lo cierto es que nada más lejos de la realidad. Empecé a jugar a Age of Empires durante la cuarentena en parte llevada por el aburrimiento y la soledad. Me llamo Luisa, tengo 60 años recién cumplidos y he encontrado al amor de mi vida en un juego online.

Os pondré en situación. Marzo de 2020, como dependienta de una tienda de moda de repente me vi sola en casa, sin saber muy bien lo que sería de mí, de mi trabajo, de mis amigos… Los primeros días del confinamiento los llevé bien, relajándome e incluso agradeciendo tiempo para mí, para leer y ver películas y series. Pero yo soy una mujer muy social, de no pisar mi casa más que para dormir o darme una ducha, y en seguida la cuarentena me comenzó a pasar factura.

Las videollamadas con mis amigos empezaron a no ser suficiente, me daba mucha ansiedad despertarme cada mañana para revivir una vez más de lo mismo, la realidad que veía en la televisión tampoco ayudaba. Imagino que este sentimiento lo hemos tenido muchas y muchos, no creo que esté descubriendo nada nuevo. Entonces un día, hablando con uno de mis sobrinos, me comentó que podía descargarme este juego para desconectar un poco y estar entretenida.

Soy historiadora con lo que eso de jugar con civilizaciones me llamaba mucho la atención. Me abrí una cuenta desde mi ordenador y en seguida empecé a trastear en la plataforma para saber de qué iba todo aquello. Un poco guiada por mi sobrino conseguí ponerme en marcha y en cuestión de pocos días ya le había cogido el gusto a eso de poner mis fábricas a trabajar, a recoger recursos y así ir creciendo y cumpliendo misiones.

No es que me obsesionara ni nada por el estilo, pero realmente mis días empezaron a girar en torno a los pequeños hitos del juego. Revisaba de vez en cuando cómo iban mis tropas, intentaba crecer para ir subiendo en el ranking de puntuación y un día descubrí que uniéndome a un gremio podría crecer mucho más rápido.

¿Qué eran los gremios y para qué los podía necesitar? Mi sobrino me recomendó que me uniera al suyo, ya que eran un grupo majo y confiable, y así no me tendría que preocupar por buscar entre cientos de grupos de jugadores que pudieran aceptar un modesto perfil como el mío. Aun así en seguida me hice un hueco en aquella comunidad, el juego se volvió incluso más divertido comentando las hazañas con otros jugadores o ayudándonos entre nosotros para ir subiendo en el ranking con más facilidad.

60años

Y, como ya os imaginaréis, en ese gremio estaba él. Éramos 12 jugadores y al principio ni siquiera me di cuenta de que entre ellos había un perfil que hacía referencia a uno de mis personajes favoritos de la historia, Leonardo da Vinci. ‘Vinci’ interactuaba lo justo con el resto, respondía a los mensajes o hacía alguna petición en el chat pero siempre se mantenía bastante en la reserva. Una noche mi sobrino propuso que nos reuniésemos en Discord para así hablar entre todos de una de las misiones que teníamos pendiente, y después de un buen rato intentando comprender cómo funcionaba ese dichoso programa, pude escuchar a todos mis compañeros por primera vez.

Fue algo extraño. Quizás os tengo que recordar que tengo 60 años y que jamás en la vida había entrado en ningún juego o historia de este tipo. Me chocó mucho al principio pero en seguida me dio la impresión de conocerlos a todos y me empecé a relajar y a disfrutar de la partida.

Entre todas las voces identifiqué a mis compañeros, hasta que escuché una voz más grave que llamó mi atención. ‘Vinci’ había estado prácticamente en silencio hasta entonces y en cuanto sentí su voz se me erizó la piel. Me empezó a llamar mucho la atención cómo se expresaba, era evidente que también era un hombre mayor que el resto y parecía increíblemente culto. Entre conversación y conversación sobre la misión que estábamos llevando a cabo hubo tiempo para bromear o para soltar algún chascarrillo sobre nuestra vida más allá del juego. ‘Vinci’ me seguía y a mí me empezaba a llamar mucho la atención.

Cuando nos dimos cuenta eran casi las 2 de la madrugada y muchos de los del gremio ya se había desconectado. Allí tan solo quedábamos 4 jugadores, entre ellos Vinci y yo. De alguna manera de pronto solo nuestros dos nicks estaban en la sala, fue como una especie de tensión extraña la que se sintió en ese momento, un silencio que yo no habría sabido romper pero que Vinci pudo controlar preguntándome a qué me dedicaba antes de toda la locura del Covid.

Dos horas nos mantuvimos allí enganchados, dejando por completo a un lado nuestras civilizaciones o las misiones que teníamos pendientes. Era evidente que tanto Vinci como yo necesitábamos compañía y de alguna manera aquella noche nos mostramos las cartas sin esperarlo en absoluto.

Aquella conversación de madrugada marcó un punto de no retorno. Cada día continuábamos jugando como de costumbre, con el resto del gremio, pero Vinci siempre tenía alguna broma o pequeño chisto destinado para mí. Incluso mi sobrino fue consciente de que algo sucedía y un día me escribió para preguntarme si yo también lo había notado.

Tía, conozco a Vinci desde que empecé a jugar hace tres años y creo que es una persona que merece la pena.‘ Que un chaval de 24 años me dijera aquello sin yo preguntarle nada al respecto me dio una especie de alas que quise aprovechar.

La rutina empezó a ser ya la nuestra, la de quedarnos muchas noches charlando hasta tarde, conociéndonos un poco más, en el silencio de la noche, bajo el flexo que iluminaba mi escritorio. Vinci, en su casa conocido como Alejandro, un hombre de 54 años, profesor de historia del arte en la universidad y enamorado de todo lo que tuviera que ver con el pasado y la huella de cada civilización en la historia.

Culto, gracioso y muy respetuoso. Adoraba hablar con él, imaginarlo a mi lado mientras nos bebíamos una botella de vino, o pensarlo compartiendo aquel cigarro conmigo. No entendía que aquello me estuviese pasando a mí, pero allí estaba, volviéndome loca por un hombre al que no conocía.

En el mes de junio, cuando todo parecía volver más o menos a esa nueva normalidad, regresé al trabajo. Mi día a día de jugar y de charlar con mis compañeros y con Vinci se tuvo que quedar un poco al margen, mis obligaciones me hacían volver a poner los pies en la tierra y de alguna forma parecía que la cuarentena había sido una especie de sueño.

Una tarde, al salir de trabajar, revisé mi teléfono y encontré una llamada perdida de un número desconocido. Devolví la llamada y al otro lado escuché la voz grave de Alejandro, que casi por primera vez se había quedado sin palabras.

No sabría cómo decírtelo sin sonar a rollo, pero te echo mucho de menos.

Se me hizo un nudo en el alma y de pronto la alegría me hizo brotar por completo. Yo también había pensado mucho en él y no podía soportar que a él mi nueva vuelta a la rutina le diese igual. Nos prometimos seguir en contacto a través del teléfono, de mensajes, de videollamadas o como fuera. No éramos pareja pero era obvio que nos necesitábamos, de tal manera que Vinci había recurrido a mi sobrino para conseguir ponerse en contacto conmigo.

60 años

El tiempo hizo el resto. Aquel hombre y yo estábamos realmente conectados. Hacía muchos años que no sentía lo que Vinci generaba en mí. Un cariño infinito, unas ganas terribles de abrazarlo y no soltarlo, una fuerza que me hacía desear unirme a él de todas las maneras posibles. En pleno verano, en el mes de agosto, tocaba planear las vacaciones y ambos teníamos claro que sería el momento perfecto para conocernos.

300 kilómetros nos alejaban, así que optamos por buscar un punto a medio camino. Un hotel precioso en la costa, un lugar ideal para conocernos en persona por primera vez, donde pasar unos días desconectando de todo lo demás, solo el mar, el sol, y unos preciosos acantilados a nuestro alrededor.

Recuerdo llegar con mi coche y entrar en recepción atisbando mi alrededor buscando la presencia de Alejandro en aquel lugar. La recepcionista me informó de que era la primera en llegar, y mientras esperaba para hacer el check-in de pronto escuché esa voz, la voz más preciosa del mundo.

Tantas veces te he pensado, que creí que me había vuelto loco…

Esa mañana la estrenamos compartiendo un café con vistas al mar, dejando a un lado la vergüenza de esos primeros momentos juntos. Fue increíble la sintonía que teníamos Alejandro y yo juntos, como si nos hubiésemos conocido mucho tiempo atrás. Paseamos por la playa, nos contamos nuestros miedos y nuestros pesares, también hablamos del futuro y de todo lo que nos había regalado la vida.

Aquel viaje fue sin duda el paso que nos faltaba para enamorarnos de verdad. Fue así como empezamos a querernos como es debido. He encontrado el amor a mis 60, en un juego online, y no me escondo. Vinci continúa siendo mi persona especial y día a día continuamos trabajando por nuestra relación. Nunca se sabe lo que nos depara el destino, y en mi caso mi media naranja me estaba esperando en la red.

Fotografía de portada