En este vida hay días tontos, y hay tontos todos los días. Doy fe de ello, porque lo he vivido, porque es una realidad inmensa como un templo. Y por suerte o por desgracia (según se vea) yo fui una de esas damnificadas por el bobo de turno. De forma totalmente aleatoria, me tocó igual que me podía haber caído una primitiva. Pero no, si en esta vida algo depende del azar, a mi me va a enseñar el culo, nunca la cara bonita.

Me creé mi perfil en Tinder animada por un par de amigas. Desde que habíamos empezado la universidad apenas había yo catado varón y se ve que eso a ellas les generaba algún tipo de inconveniente (que no a mí, que yo siempre he sido muy feliz sola sola sola). Pero como por insistencia que no fuera, un día delante de ellas y de unas buenas jarras de cerveza, descargué la dichosa aplicación y subí un par de fotos mías junto a una breve pero original descripción.

El tema quedó ahí, la plataforma de ligoteo ya contaba con mis datos así que ya podían dejarme en paz durante al menos unos meses. Dejé el teléfono en el bolso y continuamos la tarde olvidándonos un poco del maldito Tinder.

tinder

Para cuando llegué a casa, ya de noche, descubrí con sorpresa que tenía un par de avisos de la aplicación. Pensé en pasar de todo, incluso valoré el desinstalarla y dejar más espacio en mi móvil, pero la curiosidad me pudo y en seguida me puse a mirar. Un par de chicos mostraban interés por mí, así de fácil y rápido. Descarté a uno de ellos porque su perfil no me hizo ni pizca de gracia (tenía una pinta de machirulo que no podía con su vida), pero el otro me pareció bastante mono.

Indagué sobre qué debía de hacer entonces, y al cabo de media hora él me escribió un mensaje privado. Me gustó bastante poco que de entrada se dirigiese a mí como ‘bonita‘, aunque teniendo en cuenta que yo soy muy extremista con esto del respeto a la mujer y al espacio personal… le di un voto de confianza y continué hablando un ratillo con él.

El tío no dejaba de repetirme una y otra vez lo bien que se veían mis fotos. Hasta en tres ocasiones le di las gracias por el cumplido y le respondí que él también era guapete, que lo mismo lo que buscaba era que yo también le soltara el piropo de turno. Hablamos un poco de por dónde solíamos salir, de qué nos gustaba hacer… y él rápidamente me preguntó si me gustaría quedar en persona.

Miré el reloj, habían pasado cuarenta y cinco minutos desde que nos habíamos conocido, ¿era normal esa propuesta tan directa? Yo que no tenía ni la menor idea de cómo iban las cosas en Tinder y tampoco quería enviar un SOS a mis amigas (porque, repito, son bastante pesadas y me iban a dar la noche) sopesé pros y contras hasta que un poco dejándome llevar por la presión escribí:

Venga, vale, podemos vernos cuando quieras‘.

Aquí servidora, que había tenido dos relaciones en toda su vida, que sabía cero de quedar con desconocidos, se tiraba a la piscina con el primer maromo que le proponía una cita a ciegas. Si es que no se puede ser más absurda. Ahora me escucho contarlo y me muero de la risa.

risa

Y claro, el chiquillo se vino arriba, volvió de nuevo a decirme lo bonita que yo soy y qué pelazo tengo (que eso no es verdad, que yo tengo una melena que da penilla verla) y me propuso quedar al día siguiente en una cervecería del centro. Bueno, al menos el lugar de encuentro era un sitio concurrido, de esa manera podía quedarme con la baza de huir entre la multitud o lo que sea.

Los nervios se agolparon en mi estómago desde aquel instante. Pasé una noche de mierda, por un lado sin dejar de pensar en cómo sería aquel chico, y por el otro valorando la opción de pasar de la cita y no presentarme. Que a mí aquel muchacho me daba muy igual, que habíamos hablado cuatro tonterías. ¿Pero quién me manda a mí meterme en estos jardines?

Como yo soy mucho de aquello de ‘lo que no quieras para ti, no se lo hagas a los demás’, al día siguiente me arreglé un poquito (solo un poco, que tampoco quería parecer una puerta recién pintada) y cogí el metro camino del centro. A última hora me decidí a contarle a mis amigas lo que estaba a punto de hacer, por aquello de contar con ellas en el caso de tener que salir huyendo. Me llamaron espabilada, mosquita muerta y cincuenta tonterías más, así que yo opté por silenciarlas y continuar mi camino acompañada únicamente por un ataque de nervios que me producía hasta nauseas.

Llegué a la cervecería con tiempo más que suficiente para tomar asiento en la barra (el resto de mesas estaban ocupadas), y como buena mala bebedora, me pedí una clarita de limón bien fresquita. Todavía faltaban unos veinte minutos para la hora pactada, así que maté el tiempo mirando de vez en cuando hacia la puerta y haciendo añicos una servilleta de papel.

Uno de los camareros se acercó a mí sonriente.

Tranquila, casi no se te nota que estás atacá‘ me dijo mientras recogía todo el confeti que yo había recortado entre mis dedos.

Le pedí disculpas y nos pusimos a hablar. Quizás por el estrés del momento, y aunque soy una tímida de narices, me solté a charlar con él como si lo conociera de siempre. Entre broma y broma pactamos que si me veía demasiado incómoda o le hacía una señal, él me ayudaría a sacarme de encima a mi cita.

Veo que tienes grandes expectativas‘ me dijo en una carcajada.

Solo sé cómo es por las fotos, hemos hablado poquísimo, vengo completamente a ciegas‘ le dije dándome cuenta de que por la puerta estaba ya entrando aquel chico.

Me levanté del taburete dispuesta a presentarme con la mejor de mis sonrisas, lo cierto es que el chaval se veía majete y muy guapo. Él se acercaba pero claramente no se había percatado todavía de que yo estaba casi delante de sus narices. Cuando ya estaba a mi lado todavía seguía estirando el cuello buscando en el fondo del local.

¡Ey! ¡Hola! No busques más, estoy aquí‘ le dije dándole un golpecito en el hombro y sonriendo tímidamente.

Él bajó la mirada hacia mí (sí, soy un taponcillo pequeño) y su cara cambió drásticamente. Abrió los ojos muchísimo y sin cortarse ni un pelo me soltó:

¡Buah! Vamos, no me jodas…‘ dio media vuelta y se largó de allí tan rápido como había entrado.

insulto

No os voy a mentir, me quedé anonadada, petrificada, alucinada y todos los adjetivos que terminan en -ada que denoten sorpresa y decepción. Aquel imbécil (por llamarlo de alguna manera) no había tenido ni el detalle de saludarme, ni siquiera de tomarse una cerveza conmigo. Y, a ver, que para mí mejor, que soy joven pero tampoco estoy en este mundo para perder el tiempo con gilipollas, pero esa expresión que me había soltado ¿para qué?

Todavía con mi cara de alucine en el rostro, volví a tomar asiento dispuesta a terminarme de un trago el resto de la clara y así salir corriendo a mi casa a cagarme en todos los hombres del planeta. Ni cuenta me había dado de que el camarero había sido testigo de toda la fugaz escena.

¿Se puede ser más estúpido?‘ soltó indignadísimo mirando todavía hacia la puerta.

De buena me he librado, me ha hecho un favor largándose, pero me ha dejado fría‘ declaré después de dar el último trago a la cerveza.

Ni caso a este tipo de gentuza, ¿eh? Van a lo que van, y si no le entras por los ojos se largan a por otra‘ continuó explicándome mi amigo el camarero.

Lo mejor de toda esta breve historia, fue que tras aquella clara de limón me bebí otras dos más, esta vez con aquel camarero ya al otro lado de la barra. Aquella tarde conocí a un tipo superficial, pero también a un chico la mar de simpático y divertido. Tuve dos por el precio de uno.

Han pasado pocos días y todavía nos estamos conociendo, pero por lo de pronto yo he optado por desintalar definitivamente Tinder, y guardar en mis contactos el número de José Antonio. Se puede decir que una cita ‘muy a ciegas’ hizo que nos conociéramos, así que aún tendré que darle las gracias a la maldita aplicación…

 

Anónimo

 

Envía tus historias a [email protected]