Tinder sorpresa: me corté el flequillo y me dijo hasta lueguillo

 

(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora)

 

¿Añadimos un motivo absurdo para cortar con alguien o no llegar a tener nada? Lo añadimos. Tengo un amigo que dejó de hablarle a varias chicas geniales con las que tonteó porque eran más altas que él. Un amigo de mi hermano se dio la vuelta después de haber recogido a una chica en su casa porque a la pobre se le escapó un pedo en el coche. Cuando le pidió explicaciones, ella le dijo que tenía la regla y él la dejó en su casa. Y una chavala que conozco dejó de ver a un tipo porque, para su gusto, se le acumulaba mucha saliva en las comisuras de la boca.

Todas conocemos historias así y tendemos a sentir empatía por la persona abandonada por no cumplir los estándares más surrealistas. Yo no busco empatía, solo compartir una historia que es, cuanto menos, curiosa. Allá voy.

  • ¡Es un “match”!

De estas que estás en Tinder venga a deslizar y deslizar, algo que es muy adictivo y, ya lo sé, también muy polémico. Es superficial desechar a las personas por una foto o por cuatro características como la edad o la frasecita que se hayan puesto, pero así es la app. 

Algunas veces te hablan y ni te acuerdas de haberle dado a “Me gusta” a quien te abre conversación. Pero yo sí me acordaba de Alberto. Porque me parecía mono sin pretensiones, sin poses impostadas. Y porque me gustó su frase, que era un extracto de una canción de mi grupo favorito de indie pop.

He de decir que, de 10 conversaciones que me abren en Tinder, 6 o 7 no llegan a ningún lado. A veces son comentarios que contradicen mis principios, momento en el que dejo de contestar, sin más. Otras veces no siento conexión y, cuando proponen quedar, digo que aún no me apetece y se esfuman. Y también me ha pasado que, al dar mi cuenta de Instagram, han sido ellos quienes me han ignorado a mí. 

Con Alberto hubo fluidez. Pudimos hacer “check” en todo: los saludos y conversaciones iniciales, los gustos y aficiones y el modo de pensar sobre ciertos temas. También fluyó cuando nos pasamos a IG, e incluso reaccionábamos con frecuencia a las historias del otro.

No voy a decir que fuera una conexión estelar creada por los astros ni nada de eso. Solo que me gustaba hablar con él, y parecía que al revés también. No me hice ilusiones, pero tenía claro que, si proponía quedar, accedería de buena gana. Y, si no lo hacía, lo haría yo tarde o temprano. 

 

  • Ignorada por mi pelo

Cuando me lo propuso, quedamos en una zona de mi ciudad que suele servir de punto de encuentro, un paseo fluvial junto a un famoso puente. Llegué cinco minutos antes y, como no quería parecer ansiosa, me dediqué a mirar el agua, de espaldas a los lugares por los que él podría llegar. Al poco, noté unos pasos acercarse y la pregunta: “¿Alba?”. Me giré y alcancé a ver una leve sonrisa que se disipó en un segundo.

“Ya está, le parezco un cayo malayo”, pensé. Tuvo la deferencia de quedarse y seguir con el plan, que era ir a tomar algo al otro lado del río. Hubiera sido un palo que, como le ha pasado a otra gente, me hubiera dicho: “No eres como esperaba”, y se hubiera ido sin más. 

Yo registré aquel borrado de sonrisa, pero me esforcé por que no afectara. Llevé la iniciativa de la conversación, le hice alguna broma y, en definitiva, me mostré lo más natural posible para romper el hielo. 

Pero el tío estaba raro. Ni rastro del chico interesante y divertido de nuestras conversaciones. En lugar de una cita chispeante, lo que obtuve fue una sucesión de miradas huidizas y respuestas evasivas cuando propuse seguir la velada en otro lugar. 

Sentía que él no quería estar allí y no ya no aguantaba más la tensión, así que le pregunté: 

¿Estás bien? ¿Estás cómodo? Te noto, no sé, un poco raro…

Entonces él suspiró, no sé si intentando reunir valor, y me dijo la verdad:

Es que no sabía que llevabas flequillo.

Me quedé de pasta de boniato. De todas las cosas que me podría haber dicho, me dijo aquello. Que oye, gracias por no hacer referencia a algo de mi físico que solo pueda cambiar con cirugía estética, destrozando mi autoestima. 

Me lo corté yo misma la tarde anterior, algo que solía hacer. Y lo hice, fíjate tú, pensando que estaría más mona para mi cita. De vez en cuando, cuando me apetece hacerlo, me corto el flequillo a la altura de la ceja y lo abro, a modo de cortina

Anonadada, pregunté:

-¿Y no te gustan las chicas con flequillo?

-No es eso. Es que… Es que me recuerda demasiado a mi ex, que lo llevaba como tú. No sé… Es raro. 

Atiné a exhalar un “¡Ah!” como modo de afirmar que había entendido la explicación. Porque hablo su idioma, no porque la hubiera procesado. Y ni tiempo me dio, porque, para cuando quise decir algo más, él me había dicho algo como: “Tía, lo siento, me caes de puta madre, pero es que te miro y me acuerdo de ella y no puedo. Ya nos vemos”. Y, acto seguido, tras ponerme brevemente la mano en el hombro, se giró y se fue en la dirección contraria. 

Me fui a casa alucinando y comprobé que me había dejado de seguir en Instagram. Ni siquiera me creí su excusa. ¿Dejas a alguien en mitad de una cita por su pelo? Ni siquiera por su pelo, ¡solo por su flequillo! ¿Acaso no vuelve a crecer? 

Aunque hubiera sido verdad, aquel era un claro caso “No he superado a mi ex”, así que lo dejé estar. No lo he vuelto a ver ni hablar con él desde entonces. Y sigo llevando flequillo. 

 

Anónimo

 

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