La historia que os voy a contar a continuación es totalmente verídica y totalmente fantástica, y aunque nunca fue a más y se quedó solo en una cita, a mi me maravilla tanto que aprovecho cualquier ocasión para contarla.

El año pasado mi exnovio me puso los cuernos (insertar música triste) y haciendo honor a la sabiduría de Pimpinela, me fui, olvidé su nombre, su cara y su casa y pegué la vuelta (insertar canción de Pimpinela). Al principio lo pasé bastante mal porque me sentía la mar de idiota. Es curioso porque el que fue un cabrón fue él, pero la que se sentía como una gilipollas por no haberse dado cuenta de las señales fui yo. En esa temporada bajonera, mi mejor amiga me insistió para que me crease una cuenta en Tinder. Al principio me dio un poco de palo pero al final me aburrí de darle vueltas a los cuernos de mi ex así que me descargué la aplicación.

Debo reconocer que me he llevado muchos polvazos y citas maravillosas de esa experiencia (en lo que todavía sigo inmersa porque en el follar todo es empezar), pero la que os voy a contar no es de ese estilo.

Un día abrí Tinder y allí estaba Pedro (nombre inventado para proteger la intimidad del susodicho). Era guapete, ingeniero informático y tenía un sentido del humor bastante peculiar pero no me importaba porque yo no buscaba un cómico sino uno o varios polvazo.

Me propuso quedar esa misma noche y como yo no tenía planes acepté. ERROR.

Quedamos en un bar que estaba lejísimos porque el señor no quería alejarse de su casa, cosa que yo interpreté como “mira, si vamos a acabar follando por lo menos quedamos en bar que esté cerquita de la cama” así que acepté. Tardé 45 minutos en llegar. Me sentía como el puto Frodo de camino al Monte del Destino, pero finalmente vi a lo lejos las letras luminosas del bar.

Nos dimos dos besos y empezamos a hablar, y entre todos los temas posibles de conversación, Pedro decidió sacar uno en particular.

Pedro – ¿Y qué opinas de la Tierra?

Yo – ¿Cómo que qué opino de la Tierra? ¿Del medioambiente, dices? ¿Del calentamiento global?

Pedro – No, no. Que qué opinas del planeta Tierra.

Yo – Esto… Pues que está muy bien de oxígeno. Tampoco he estado en muchos más planetas como para comparar, pero no me quejo.

Pedro – ¿Pero qué forma crees que tiene?

Yo – Emmmm… Pues redondo.

Y pedro se rió con una risa de incredulidad y arrogancia que yo no entendí muy bien.

Pedro – Ah, vale… Eres de esas.

Yo – ¿De quiénes?

Pedro – Ya sabes… De esas personas que piensan que la Tierra es redonda.

Yo – ¿Me estás diciendo que piensas que la Tierra es plana?

Y entonces Pedro empezó a soltar una ristra de argumentos sobre por qué la Tierra era plana que hasta en algún momento me hicieron dudar. Esta duda puede deberse al pedo que me pillé para aguantar la chapa que me estaba soltando, pero de verdad que yo no sabía dónde meterme.

Pedro – Oye, perdona (refiriéndose al camarero). Tráeme un vaso de agua del grifo.

“Claro, se estará quedando sin voz de tanto hablar… Normal que pida agua.”, pensé yo. PUES NO.

Pedro – MIRA. MIRA EL AGUA.

Yo – Sí, sí. Ya la veo. ¿Qué pasa con ella? ¿Vas a convertirla en vino?

Pedro – ¿Tú ves que se curve? A QUE NO, EH. Entonces cómo va a ser la Tierra redonda.

Y siguió dándome la chapa durante dos horas en las que yo aguanté por una mezcla de curiosidad científica y borrachera aguda.

Por suerte, el final de la cita estuvo a la altura de las dos horas precedentes.

Pedro – Mira, te voy a ser sincero. Yo no salgo con gente inculta, así que mejor que esto acabe aquí.

Y yo me fui a mi casa descojonada de la vida preguntándome que diría Magallanes si levantara la cabeza.

 

Anónimo