Hablando con unas amigas de anécdotas e historias viejas y pasadas, me acordé de algo que me pasó no hace mucho. Una cita mala. De esas que dices…¡NUNCA MÁS, SANTO TOMÁS! Merece la pena compartirlo con la comunidad We Lover Size.

Os pongo en contexto, empecé a hablar con un chico por Tinder. Era mono y algo cortado… pero eso jugaba a su favor. Yo que sé, me despertaba ternura (¡¡¡PARFAVAAAAR!!!).

El caso es que me cameló y decidí quedar con él una noche de verano. Os digo ya de antemano que soy de Sevilla. Esta información os servirá más adelante. Prosigamos.

La cosa ya empezó a ir mal desde el prólogo. Justo antes de quedar me dijo que él iba a coger el coche pero que qué bus nocturno me iba a pillar yo a la vuelta. Chico, estírate un poco que tienes que pasar por la puerta de mi casa. Pero bueno, ese es otro tema. 

Así que, ilusionada y un poco nerviosilla, y ya que me apetecía ponerme bien mona, decidí ponerme unas plataformas de cuña que eran muy monas y que ya habían sufrido alguna que otra juerga.

Me cogí el bus y me planté en la puerta de la parada de metro donde habíamos quedado. Se retrasaba ya como media hora pero yo, dispuesta a darle el beneplácito al chico, me hice un poco la tonta con este tema.

Cuando llegó, me pareció agradable y guapo, quizá un poco callado. Me dije a mí misma que estaría nervioso. Así que, con esas cartas de la baraja, acaté el rol activo en la conversación (y eso que me considero algo tímida hasta que empiezo a coger confianza). Le pregunté varias veces que dónde quería ir a comer o tapear pero él decía que “ni idea”. Fuimos a un mexicano que él no conocía aun. 

La conversación no fluía mucho por su parte y yo intentaba hacer que se sintiera cómodo hablando conmigo. Pero en vez de seguirme un poco el rollo, decidió que era buena idea hablar toooooodo el rato de su ex. Era obvio que no la había superado. Poneos en mi situación, toda la noche soltando monosílabos y llegados a un punto se pone a despotricar de su ex. No pintaba bien la cosa.

Luego, me propuso ir a tomarnos algo a alguna terraza, así que nos recorrimos medio casco antiguo de Sevilla buscando alguna terraza que estuviera bien ambientada (no sé qué pasaba especialmente aquel sábado que muchos bares estaban cerrados). Cuando me dijo que quería ir a tomarse algo supuse que ya se había soltado  bastante después de contarme todo aquello sobre su ex. No fue el caso. Nos tomamos la copa casi en silencio porque… ¡se me acababan los temas de conversación! Nada, me rendía a marchas forzadas. Además, empezaba a dolerme el estómago. Había cenado comida mexicana y después me había tomado un mojito casi del tirón. 

Cuando por fin nos íbamos y nos disponíamos a desandar todo el trayecto, mi zapato decidió actuar por sí solo. La parte de la plataforma se despegó de la suela y el zapato solo quedó unido por la parte delantera. Aquello parecía…¡qué sé yo! Unas fauces abriéndose y cerrándose cada vez que daba un paso.  ¿Por qué a mí? ¿Por qué en aquél preciso momento si ya me había dado cuenta que era un despropósito de cita?

Él que era callado pero no tonto, se dio cuenta de que iba andando de una forma rara. Y yo, ya de perdidos al río, le dije que se me había roto el zapato. Y chicas, se echó a reír, simple y llanamente SE ESTABA PARTIENDO EL CULO CON RISA SORDA INCLUÍDA. Esto, que podría haber resultado bastante cómico si hubiera habido alguna chispa, complicidad o UN POCO DE CONVERSACIÓN durante la velada, se convirtió en todo lo contrario. Yo no le veía la gracia por ningún lado. Repito, que si se hubiera dado en otro contexto, soy la primera que ríe e incluso saca la cámara y hace fotos…pero no, en aquel instante el chico pasó a mi lista negra de las citas. 

Me convertí en Mcgyver, no podía ir arrastrando el zapato así como así, cogí mi goma del pelo y me hice un apaño en el zapato. Como leéis, ¡¡CHAPUZA AL NIVEL DEL DE BRICOMANÍA!! Él simplemente me miraba y reía, no colaboraba. No hizo nada que le redimiese de caer en mi lista negra. 

Estuve buscando algún puesto o algún chino abierto a aquellas horas de la noche, pero lo único que encontré fueron tiendas de souvenirs flamencos (os recuerdo que vivo en Sevilla) y no era plan de comprarme unos tacones de flamenca. 

A todo esto, el estómago me recordaba que no había sido buena idea mezclar comida picante y mojito. 

Menos mal que me ofreció acercarme a casa en coche…¡menos mal! El resto del trayecto lo pasamos en silencio. Bueno miento, mis tripas estaban cantando por bulerías. 

Llegué a casa y antes de abrir la puerta el otro zapato pensó en actuar como el primero. Al menos este pereció al final de la batalla. 

La parte buena de todo esto, es que puedes aprender mucho de estas anécdotas. Al menos, saco en claro varias cosas de cara al futuro:

  1. LA MEJOR MODA QUE EXISTE ES LA DE IR EN ZAPAS A CUALQUIER LADO.
  2. QUEDAD CON GENTE CON LA QUE HAYA QUÍMICA Y BUENA CHARLA. PUEDE QUE NO DESEMBOQUE EN NADA MÁS PERO AL MENOS TE ECHAS UNAS RISAS.
  3. NO SALGÁIS CON NADIE QUE PONGA A PARIR A SU EX CADA DOS POR TRES.
  4. NO MEZCLÉIS COMIDA PICANTE Y MOJITOS. PODÉIS HACER NOCHE EN EL BAÑO.

 

@christinargz