En los 90 se puso de moda decirle ‘princesa’ a tu chica y eso es algo que se me quedó grabado.

Salía en series, en películas, en canciones, pero nunca de la boca de mis supuestos amores. Durante un tiempo, me sentí desplazada por no ser la princesa de nadie, pero no caía en la cuenta de que igual en mi cuento tenía que haber otra princesa.

Me pasé muchos años sin meses de soltería. Mi falta de autoestima hacía que detrás de un novio, viniese otro. La necesidad de sentir afecto hacía que me aferrase a los brazos del primer mozo apuesto que me guiñara un ojo.

Un día, desperté y fui consciente de que esa vida no me hacía feliz y sabía que la mano de la que tenía que caminar no tendría porque ser masculina. Aunque lo tenía claro, no fue sencillo admitir mi verdad.

Pero llegó ella, una mujer que igual no es ni la más delicada ni dulce del mundo, pero con una sola mirada, dice más cosas que con todos los discursos del mundo.

No voy a mentir, al principio fui algo huidiza porque el canguelo que me entró solo de pensar a lo que me tendría que enfrentar, pero te aviso ya que salir del armario es mucho más fácil de lo que parece cuando tienes las cosas claras.

Ya he dicho en más de una ocasión que mi salida del armario no fue sencilla, pero valió la pena. Aunque mi padre se pensara que había mutado en Torrente y aunque todas mis amigas me dieran de lado, apostar por nosotras es la mejor decisión que he tomado.

Casi una década ha pasado desde ese primer momento en el que llegué a ti y en este tiempo, tú has sido mi princesa y gracias a ti, he encontrado el sentido a este término que va más allá del significado de un mísero diccionario.