Los recuerdos no son en blanco y negro, como siempre nos los han pintado. Los recuerdos tienen olores y sabores. Huelen a chocolate, a café, a perfume, saben a puchero o a zumo de naranja recién exprimido.

Aunque ya no exista ese olor, sé que, el día en que lo vuelva a encontrar, lo reconoceré en el acto porque lo llevo tatuado en la memoria. La crema de cacao untable de la marca ColaCao era el aroma que me llevaba a mi abuela y a los días pasados en su casa, acostada en un colchón en el suelo con mis primos. No se fabrica ese producto desde hace décadas, pero quién sabe si, algún día, mi abuela volverá a través del olfato.

Nuestros seres queridos también vuelven a nosotros a través del gusto, del tacto… de cualquier sentido que se alimente de nuestro recuerdo más íntimo.

«Revuelvo tu ropa, tus cosas, tu vida. Meto las manos en los bolsillos de tus chaquetas, buscando no sé qué. Buscándote. Me inunda un aroma conocido. ¿Es posible olerte todavía? A veces el recuerdo es demasiado difuso. La sensación de vacío me rompe de parte a parte».

El día en que tuve que revisar las pertenencias de mi madre, su ropa todavía olía a ella. No sé cuánto tiempo había pasado, si un mes o cien años, pero la sensación que me provocó fue devastadora. Aquel aroma conocido me la devolvió por un instante y me la arrebató durante el resto de mi vida. 

De repente, el recuerdo me invadió y fue como si no hubiera pasado el tiempo. Recordé sus gestos, sus manías, su voz, y también volví a rememorar la despedida y el duelo en el que todavía me hallaba sumida. Asimismo, surgió en mí la imagen de alguien revisando mis cosas cuando yo falte, y no me gustó lo que visualicé ni lo que sentí en aquel instante. Pero, lo más importante, ¿olerían a mí mis pertenencias?, ¿tengo yo también un olor propio? Aquel día, escribí. Escribí mucho.

«Y pienso en qué ocurrirá cuando falte yo. Quién se ocupará de revisar todo. Quién revolverá mi ropa, mis cosas, mi vida. Y me pregunto si alguien sabrá quién fui. Y me estremezco. Porque no sé responderme. Y quizá tampoco sé quién fuiste».

Las despedidas son inevitables a lo largo de nuestra existencia. Una persona puede irse de nuestra vida porque la suya ha llegado a su fin, pero también porque su tiempo a nuestro lado ha terminado. Puede ocurrir que, de repente, te llegue el perfume de la persona que tanto amaste y ello te transporte a otro tiempo, a otro lugar, a una versión anterior y diferente de ti misma. O recibas el aroma de una comida que te evoque una vivencia que creías ya olvidada.

La nostalgia es traicionera y a veces te hace echar de menos una época de tu vida en la que, incluso, te ahogabas y te morías por dentro, pero tu cabeza parece enviarte el maldito mensaje de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Los olores no solo nos traen buenos momentos o a buenas personas.

Una de mis gatas siempre olía a gatito pequeño, aunque era anciana. Hace años que no está conmigo y, por más que olisqueo a los gatos que tengo ahora, no hallo esa fragancia que la hacía tan particular. A veces, buscas un aroma de manera consciente porque necesitas hacer una regresión temporal al pasado, pero no siempre sale bien… y no siempre es recomendable.

El tiempo también tiene olor y sabor propios, no solo las personas, como también desprenden su aroma el sexo y el miedo. Un crepe con Nutella o el intenso olor que desprende una tienda de jabones artesanos te puede transportar a un viaje a Venecia. Un plato de codornices, a tu infancia en familia.

Es maravilloso y terrible cómo los sentidos son capaces de captar lo que tenemos a nuestro alrededor y transportarnos a otro lugar, a otro tiempo y, sobre todo, a una persona que ya no se encuentra a nuestro lado. Podrán pasar meses, años o décadas, y ese olor o ese sabor te seguirán recordando a esa persona que ya no está.

Porque todavía huele a ti.

Helena con H