TOP 6 COSAS QUE NO SON CULPA MÍA (AUNQUE LA SOCIEDAD ME HAYA ENSEÑADO QUE SÍ)

 

La culpa es un bicho traicionero, asqueroso y oscuro que nos devora por dentro.

Muchos de los problemas que tenemos, en el fondo, son en realidad culpa disfrazada de otras cosas. Que ni Mortadelo tenía tantos disfraces, oye, y a menos a él se le veía a leguas quién era.

En todo este viaje de la vida sana, vamos distinguiendo ciertos enemigos. El primero, siempre, aunque después nos damos cuenta de lo horripilante que es esto, es nuestro cuerpo.

Nuestro cuerpo es el enemigo, es lo que nos está haciendo daño. Porque no es como debería ser, y eso es malo, y por tanto debemos poner la diana ahí para machacarlo.

Los años y las experiencias se van sucediendo y, a menudo, el enemigo cambia: de repente, es la comida la que nos hace la vida imposible.

Los ultraprocesados, la comida basura, los dulces. Cualquier cosa que nos esté haciendo demasiado felices, es lo que está transformando nuestro cuerpo y por tanto, es satanás. Algo a crucificar, a demonizar (fíjate, qué cosas supuestamente tan opuestas pero que sirven para lo mismo), a tratar como la peste.

Avanzamos en el camino y vamos viendo todo desde más lejos. Que al final, eso es madurar, ¿no? La mierda la sigues teniendo dentro, pero como has dado más pasitos, has dejado más distancia para poder verla bien, no tan desde dentro sino en su imagen global. Ves todo el cuadro y ¿qué es lo que lo une todo? La culpa.

La culpa por no tener el cuerpo que se supone que tienes que tener. 

La culpa por disfrutar comiendo algo que se supone que no te tienes que comer.

La culpa que a veces nos asola incluso cuando nos miramos al espejo y nos gustamos. Porque cómo te vas a gustar si no eres guapa, no estás buena, no encajas. Cómo te vas a gustar si te has comido una pizza, si te ha salido un grano, si no te lo mereces.

No sé tú, pero mi enemigo número uno es la culpa. Y recientemente me he dado cuenta de que me he estado echando la culpa de muchas cosas que, ¡ni siquiera están en mi mano! ¡Ni siquiera son responsabilidad mía! Y aún así, me siento mal cada vez que pienso en ello.

Así que os vengo con una lista de cosas que NO SON CULPA MÍA pero que, aún así, me cargo a los hombros como si fuera Luisa, la hermana mediana de Encanto (si la habéis visto, me entenderéis):

No es culpa mía SER GRANDE. Esta afirmación fue el desencadenante de todo. Vi un vídeo de una chica a la que sigo diciendo esto mismo y uf, fue… como si se me disolviera dentro. La frase se me metió en el cerebro y como una aspirina, efervescente por todo mi cuerpo. Os lo juro. Lloré un poco, lo admito, pero yo es que soy una llorona a mucha honra. No es culpa mía que mi cabeza sea el doble que la de mis amigas. No es culpa mía que mi cuerpo sea, de por sí y peso aparte, más grande y ancho que el de las demás chicas. No es culpa mía, y de alguna manera llevo toda la vida haciendo como si sí, ¡como si pudiera cambiarlo! ¿No es absurdo?

 

No es culpa mía DISFRUTAR DE LA COMIDA. Ostras, esta es difícil, pero ¿no os pasa? ¿Que coméis algo rico y os flipa? Para mí, sería un tema con el que unir a casi toda la humanidad y, de alguna forma, depende del tipo de cuerpo que tengas, de repente tienes que sentirte culpable por disfrutar de la comida. Si lo que masticas te mola, automáticamente lo estás haciendo mal. A brécol hervido y apio el resto de tu vida. SUFRE. Pues no, chiqui. Si me gusta comer, me gusta y lo disfrutaré, que para algo estoy viva.

 

No es culpa mía QUE MI CUERPO FUNCIONE ASÍ. Vaya. Vaya. Aquí igual me meto en un lío con mucha gente (normalmente con un metabolismo privilegiado) que no está nada de acuerdo con esto. Pero no, José Ramón, no es lo mismo para todo el mundo. La pinta que tiene alguien no te determina el estilo de vida que lleva. Y tú puedes tener la inmensa suerte social de comerte tres pizzas al día y seguir estando delgado pero yo respiro al lado de una y ya he cogido tres kilos. Y tú con dos días de deporte a la semana vas listo (si es que “es facilísimo”) pero yo hago una hora de deporte todos los puñeteros días y sigo teniendo la misma pinta. Y oye, que estoy hasta la cona de sentirme culpable por eso, ¿qué puedo hacer al respecto? Nada que no sea dedicarme a callar bocas de quienes insinúan que “todo es lo mismo para todos”.

 

No es culpa mía NO TENER TIEMPO. Que parece que, hoy en día, tus jornadas tienen que ser de treinta y seis horas porque es obligatorio que: trabajes, cocines, limpies, hagas deporte, pasees, cuides a quien tengas que cuidar y encima te leas tres libros. Ostras, claro que es muy fácil si te dedicas a tu cuerpo por completo pero en muy pocas ocasiones tiene cabida llevar una vida normal y además hacerlo todo perfecto para llevar una vida sana. Pues oye, igual a mí esta tortilla precocinada del Mercadona es lo único que me da tiempo a preparar hoy, o igual solo tengo ganas de hacer esto porque estoy exhausta. Y no es culpa mía. Es culpa de que vivimos en una sociedad que está a velocidad 2x y no nos deja respirar tranquilas.

No es culpa mía EL ENTORNO QUE ME HA TOCADO. El que elijo (nuevos amigos, nuevas familias), vale, un poco sí (aunque evidentemente es difícil salir de según qué relaciones). Pero ¿mi familia, que me ha criado y que igual me ha transmitido, sin querer o queriendo, una serie de pensamientos que me hacen sentir mal? Eso no es culpa mía. ¿Mi entorno de trabajo, al que no me queda otra que aguantar porque necesito el dinero para, yo qué sé, mantenerme viva? Eso tampoco.

 

No es culpa mía LO QUE PIENSA LA GENTE. Joder, esta para mí es la más difícil. Confieso que he pecado y que peco constantemente de estar todo el rato pendiente de lo que piensen de mí. Que si pensarán que no como sano, que si pensarán que no hago ejercicio, que si no se creerán que sí lo hago porque claro, mírame. Vivimos como si fuera nuestra responsabilidad controlar los pensamientos de la gente y ostras, es que no hay NADA que esté más fuera de nuestro alcance. Lo que piense la gente no es culpa tuya, lo que piense la gente es culpa suya por prejuzgar, y que les jodan.

 

Así que bueno, chiquis, yo aún estoy trabajando en dejar de sentir culpa. Me estoy buscando una psicóloga para que me ayude fundamentalmente en esto. Porque he tardado mucho pero me he dado cuenta de que, al final, mi enemigo no es ni mi cuerpo, ni la comida, ni el tiempo, ni mi entorno, ni mi tamaño, ni nada de eso.

Mi enemigo principal y contra el que debo luchar es el sentirme culpable por todas esas cosas. El no darme margen ni para respirar por temas que, al final del día, ni siquiera están al alcance de mi mano. Que ni siquiera dependen de mí.

Lo siento como tratar de ganar una carrera de motos, pero ir a pie. Pues tal vez toca dejar de correr, pararse y contemplar el paisaje, ¿no creéis?

 

– Nana (@Nanaylavidasana)