“Dos bocas recorren rincones insospechados de mi anatomía, y mis sentidos se pliegan al antojo de los dos hombres”

Comienzo a notar el efecto del vino. La verdad es que no suelo beber, pero como nuestro invitado ha tenido el detalle de traer una botella, no he querido hacerle el feo. Me apetecía esta cena. Cuando Jaime me comentó que venía a la ciudad un antiguo amigo suyo de la universidad pensé que podía ser un buen momento para conocer un poco más de su pasado, ya que al fin y al cabo yo le conocí ya tras nuestros respectivos divorcios, y me pica la curiosidad.

Les miro y les comparo. Su amigo ha envejecido mejor que él. No tiene barriga y conserva más pelo, pero Jaime tiene la sonrisa más bonita. Parlotean rememorando anécdotas de los dos, pero al mencionar el nombre de una chica en concreto, se hace el silencio.

–          ¿No lo vais a contar?

–          ¿El qué? – Jaime disimula bebiendo de su copa de vino.

–          Esa anécdota que habéis dejado a medias, ¿cómo termina? ¿Qué paso con esa chica?

–          Nada…

–          Bueno, nada, nada…- Mario sonríe pícaro, mira a Jaime y después me mira a mí de una forma muy extraña –. Empezó a salir conmigo, pero a Jaime también le gustaba.

–          ¡No me digas más! ¡Te la robó!

–          No exactamente…

–          Venga Mario, cambiemos de tema – Jaime comienza a ponerse tenso.

–          En realidad acabamos compartiéndola como dos buenos amigos- me quedo totalmente estupefacta, no esperaba que ese fuera el final de la historia para nada-.  Y desde entonces Jaime me debe el favor, ¿sabes?

–          ¿Qué favor?

–          Compartir él a su novia conmigo.

Mario se levanta y vuelve a servirme una copa de vino, ante la atenta mirada de Jaime. Lentamente comienza a acariciarme los hombros, y cuando me quiero dar cuenta, su boca está recorriendo lenta pero deliciosamente mi cuello. Me quedo mirando a Jaime, esperando una respuesta. Entonces, él se levanta, se acerca a nosotros, y me besa con la misma pasión que cuando empezamos a salir juntos. Todo se precipita. Sin saber cómo, estamos los tres en nuestro sofá, y no sé si es el atontamiento del vino, o la sensación de ser acariciada por cuatro manos, lo que me hacen sentir que estoy casi fuera de mi cuerpo.

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Dos bocas recorren rincones insospechados de mi anatomía, y mis sentidos se pliegan al antojo de los dos hombres. Jaime marca el ritmo, se sitúa detrás de mí, me desviste y me ofrece a su amigo de la juventud. Mario comienza a devorarme los pechos, mientras las manos de Jaime acarician mi sexo, preparándolo, humedeciéndolo. Entonces me abre de piernas y deja que su amigo entre en mí, mientras me mira a los ojos, con mucho más del deseo del que volveremos a tener nunca.

Texto: Silvia Carpallo, autora del libro ‘Decirte adiós con un te quiero’