Hubo un tiempo de mi vida en el que me sentí el peor ser humano. No había parte de mi ser que no repudiase, incluso las que no eran visibles.

Odiaba mi sonrisa y mis ojos de un color vulgar y encima con miopía y gafas de culo de vaso. Llegué incluso a odiar mi voz. “¿Por qué no puedo tener otra cara?”, pensaba una y otra vez.

Jamás me miraba al espejo porque mi cuerpo no me gustaba. Me probaba sujetadores de mi madre que no llenaba y pantalones en los que no cabía. Tenía cuerpo de niña, pero inseguridades de mujer, porque nadie debería sentirse así a los 12 años (ni a los 30, ya puestos…).

De todos modos, lo que más me dolía no era repudiar mi físico, sino mi mente. Me sentía aburrida, tonta y mediocre. Pensaba que no llegaría a nada. Por eso cuando un chico mostraba el más mínimo interés, yo me enamoraba (o eso creía) porque pensaba que no aspiraba a nada mejor. Ponía mi poca autoestima en sus manos, y ese es un peso que nadie debe cargar.

Un día empecé a cambiar. No sé cómo ni por qué, pero me veía con otros ojos.

Pasé tiempo a solas. Entiéndase que con a solas me refiero a sin pareja. Quise conocerme mejor y no dejar que otra persona me definiese. Necesitaba saber quién era yo.

También me centré en la carrera. Descubrí mi pasión. Me gustaba lo que estudiaba y era buena.

Me puse a trabajar y me independicé en cuanto pude. Esto es un poco polémico, pero vivir con mis padres (especialmente con mi madre) no me hacía ningún bien. Sé que ella me quiere, pero volcó sus problemas sobre mí y tuve que llevar mucho lastre siendo joven. Esto lo entendí cuando crecí.

Sea como sea, me di cuenta de que era una mujer valiosa, pero lo más importante es que siempre lo había sido. No había cambiado nada de mí. Simplemente había crecido y ganado experiencia, pero la base era la misma. Es más, en el momento en el que más horrorosa me veía físicamente fue en el que más delgada estaba.

Mis inseguridades impidieron que disfrutase de mi vida, de mi cuerpo, de mi salud, y ahora sólo quiero hacer una cosa: aprovechar cada minuto para ser feliz. Eso implica permitirme sentirme mal. Hay días o semanas en las que me veo horrorosa, pero sé que esa visión distorsionada no define lo que soy ni lo que valgo.

Os aconsejo conoceros, porque vosotras mismas sois la única persona con la que compartiréis la vida entera. Aprended a amaros bien.

 

Redacción WLS