Hoy he leído uno de vuestros posts protagonizado por una familia ‘diferente’ y me ha recordado a mí misma que yo soy una de esas personas que ha formado una familia que se sale del estereotipo.

Porque la verdad es que se me olvida.

No suelo pensar en que mi familia es diferente, básicamente porque para nosotros es de lo más normal. Solo somos personas que se quieren y que han decidido estar juntos.

Aunque los lazos que nos unen son un poco más intrincados de lo habitual:

 

Tuve un hijo con mi amigo gay, vivimos con él y su pareja y estamos felices los cuatro.

 

Tuve un hijo con mi amigo gay, vivimos con él y su pareja y estamos felices los cuatro
Imagen de Karolina Grabowska en Pexels

Nuestro hijo vive en un hogar estable, feliz y lleno de amor.

Tiene una madre que lo adora, un padre maravilloso, un padrino que se desvive por él y, lo mejor de todo, tres adultos que hacen todo eso y además se quieren y se respetan al máximo entre ellos.

Os confieso que si alguien me hubiera contado cómo íbamos a llegar aquí hace veinte años, me hubiera costado creerlo. La vida nos ha llevado por este camino de una forma tan fluida y natural que no nos hizo falta apenas meditar las posibles opciones.

Conocí al padre de mi hijo el primer día de clase en la universidad y no tardamos en convertirnos en los mejores amigos.

A parte de haber decidido estudiar lo mismo, no tenemos nada que ver. Pero justamente eso es lo que nos une, nos complementamos el uno al otro a la perfección.

Cuando terminamos de estudiar nos fuimos a vivir juntos. Él estuvo conmigo desde entonces en las duras y en las maduras. En mis momentos flojos tanto como en los de euforia.

Estaba ahí cuando me di cuenta de que mis relaciones amorosas no funcionaban por el simple hecho de que yo no tenía ningún interés en que lo hicieran y dejé de intentarlo en vano.

Imagen de George Pak en Pexels

También cuando supe que no iba a renunciar a mi sueño de ser madre solo por no tener pareja.

Me acompañó en mis visitas a las clínicas de fertilidad, me ayudó a calcular los costes y lo que un bebé supondría en mi vida y en mi economía.

Saber que mi mejor amigo me acompañaría en el proceso, tanto en el médico como en el vital, me dio el empujoncito que me faltaba.

Tuve un hijo con mi amigo gay, vivimos con él y su pareja y estamos felices los cuatro

Cuando me dijo que, si yo quería, él estaría más que feliz de ser el padre de mi futuro hijo o hija, no me demoré ni treinta segundos en saber que eso sería lo más correcto.

No sé ni cómo no se me había ocurrido planteárselo yo. Bueno, sí lo sabía. No lo había hecho porque, aunque suponía que a él le gustaría ser padre, temía condicionarle si se lo pedía. De modo que mi propio subconsciente había reprimido el impulso de proponérselo.

Una vez fue él quien lo hizo, yo lo tuve claro al… 99 %.

El 1 % restante dudaba porque tenía miedo de la reacción de nuestras familias, del qué dirán y otras chorradas que descarté al ver la cara de mi madre cuando se lo comenté.

Por lo visto, nuestros respectivos padres y hermanos llevaban años esperando que diésemos ese paso.

Así que lo hicimos.

Tuve un hijo con mi amigo gay, vivimos con él y su pareja y estamos felices los cuatro
Foto de Ivan Samkov en Pexels

Tuvimos suerte y logramos cumplir nuestro sueño de ser padres de un niño deseadísimo menos de un año después de aquella primera conversación sobre la implicación a la máxima potencia de mi mejor amigo en mi maternidad.

Y, aunque somos conscientes de que a ojos de muchos de nuestros vecinos y conocidos lo nuestro es un arreglo raro, nosotros pensamos que la única diferencia de nuestra familia con respecto a las demás, es que los padres de nuestro niño no sienten atracción el uno por el otro ni tienen sexo (lo cual ocurre en muchas parejas y matrimonios, creo yo).

Salvo por el cuarto miembro a mayores, quizá.

Ya que donde otros niños tienen a un abuelo u otro familiar, el mío tiene a su adorado padrino.

El hombre con el que salía mi amigo cuando decidió que había llegado su momento de ser padre.

El mismo que le apoyó en su decisión, pese a que habían empezado a hablar de vivir juntos. Un hombre que respetó, no solo sus deseos y planes de futuro, sino también la especial relación que mantenía conmigo.

Uno que supo encontrar su sitio desde el principio, adaptándolo a lo que su chico necesitaba en cada fase que íbamos superando.

A los pocos meses de nacer el niño decidimos que le llamaría padrino, y él lloró cuando se lo dijimos.

Poco después tuvimos nuestra primera crisis familiar. La última de hecho, hasta el momento.

La relación de mi amigo y su novio era así como perfecta y, por tanto, tendrían que estar deseando vivir bajo el mismo techo. Y yo no sabía qué hacer.

Quería darles su espacio, para lo cual debía mudarme.

Pero no quería separar a mi hijo de su padre, por lo que no podía alejarlo de él.

Intenté buscar piso cerca de nuestro piso, pero la zona se iba de precio para un único sueldo.

No me quedaba más remedio que volver a casa de mis padres, al menos durante un tiempo. Ellos estarían encantados y encima vivían muy cerquita.

Mi amigo se enfadó muchísimo cuando le informé de lo que me proponía hacer.

No entendía por qué le iba con eso de repente, ni yo le estaba aclarando que lo hacía por él y su pareja.

Por primera vez desde que nos conocíamos, no estábamos siendo del todo sinceros con el otro.

Imagen de Nicholas Swats en Pexels

Fue el padrino de mi hijo quien se dio cuenta y quien nos sentó a la mesa para poner las cosas claras. Y quien nos preguntó por qué era un problema que se trasladase a vivir con nosotros. Con su chico. Con el hijo de su chico. Conmigo.

Al parecer, llevaba tiempo deseándolo, pero pretendía que saliese de nosotros.

Si bien tuve mis dudas y reparos, debo admitir que fue fácil desde el principio. Como si siempre hubiésemos sido uno más. Como si padrino hubiera vivido allí desde el día que nos dieron las llaves.

Tengo la suerte de conocer muchas familias geniales, por eso sé que la nuestra lo es.

Es probable que mi hijo, a sus trece años, nunca haya visto reflejada a su familia en uno de sus libros de texto o en las de sus amigos, pero él está muy orgulloso de lo que somos y lo que hemos construido los cuatro juntos.

Y no hay nada que me importe más.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en una HISTORIA REAL.

 

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Imagen destacada de Ivan Samkov en Pexels