Un fenómeno paranormal me sacó la tontería adolescente de encima

 

Tengo a una amiga muy preocupada por su hijo de catorce años. Es un chiquillo muy bueno e inteligente, pero está en plena adolescencia y, como muchos, está pasando por esa fase en la que no quiere ir al instituto ni estudiar ni hacer nada que no sea jugar a la Play.

Yo la he escuchado y he intentado tranquilizarla asegurándole que es algo muy normal, que a algunos simplemente se nos sale la rebeldía por ahí.

Lo sé muy bien porque yo también pasé esa etapa y de una forma muy parecida a la de su hijo.

Estábamos atravesando una racha de mierda, mi madre estaba hundida en la ídem, trabajando de sol a sol y yo, encima, ayudando con mis movidas de adolescente apática.

Recuerdo lo mucho que la hice llorar y, ahora que soy yo la que está más cerca de estar en su lugar que en el del hijo de mi amiga, me quiero dar de bofetones por cómo me comporté.

Pero en aquel momento no me daba cuenta.

Me limitaba a hacerla sufrir saltándome todas las clases que podía, quedándome en la cama con la excusa de que me había resfriado o simplemente diciéndole que no iba y punto.

No juzguéis a mi madre, la mujer estaba separándose de mi padre, se dejaba la salud trabajando de todo lo que le salía y, aun así, apenas le llegaba el dinero a fin de mes.

Lo peor de todo es que yo lo sabía. La veía hecha polvo. La veía llorar a escondidas. A veces incluso sin esconderse. Se sentaba conmigo, me preguntaba si me pasaba algo. Me pedía que confiara en ella, que le contase lo que fuese. Y yo, con mis dos ovarios, le decía la verdad. Que no me pasaba nada, pero que no quería ir a clase porque era un rollo y estaba mejor en casa.

 

Un fenómeno paranormal me sacó la tontería adolescente de encima

 

Ella trataba de explicarme que las cosas no funcionan así, que era mi responsabilidad, que tenía que sacar el curso adelante, presentarme a los exámenes. Me pedía que lo hiciese por ella, que la ayudara un poco. Y yo le decía que sí, que no se preocupara porque lo tenía todo bajo control.

A la mañana siguiente ella salía a trabajar supertemprano, a mí me sonaba el despertador un rato más tarde, lo apagaba y seguía durmiendo. Matemáticas a primera hora, qué horror. Ni de broma.

Y así era un día sí y otro también.

Mi madre me cubría, justificaba las faltas (ya os pedí que no la juzguéis, de verdad que fue una época muy jodida), pero no dejaba de intentar que entrase en razón.

Yo la veía mal, la veía sufrir por mi culpa. Pero no era capaz de centrarme y ser una buena chica. No era capaz de ir a todas las clases más de dos días seguidos. Levantarme por la mañana ya me suponía toda una tortura.

En esas estaba una mañana de jueves. Lo recuerdo perfectamente.

Mi despertador sonó a las 07:30. Lo apagué al segundo. Sonó de nuevo a las 07:35. Volví a apagarlo.

Cuando sonó a las 07:40 lo apagué, me di una vuelta en la cama y me quedé escuchando el repiqueteo de la lluvia en los cristales.

Si madrugar era duro, hacerlo en invierno, con frío y lloviendo… Misión imposible.

 

Un fenómeno paranormal me sacó la tontería adolescente de encima

 

Esa semana ya había faltado un día y medio y le había prometido a mi madre que iría a clase. Se lo había jurado solemnemente.

Me senté en el colchón. Observé la ropa que había colocado en la silla que tenía frente a la cama, porque la mitad de los días no llegaba a salir de entre las sábanas, pero yo la ropa del día siguiente me la colocaba allí todas las noches.

Sentí frío, la lluvia empezó a caer más fuerte y yo me dije: ‘Ni de coña’.

Subí una pierna para volver a meterme debajo del edredón y, de pronto, una mano invisible azotó el montoncito de ropa y el sujetador (que era lo que estaba arriba del todo) vino a parar a mis pies. No se deslizó, ni se resbaló, ni se cayó por puro efecto de la gravedad… el sujetador voló de la silla. Lo juro por lo más sagrado.

No sé por qué ni por qué no, pero me puse en pie a toda velocidad, murmuré un apresurado ‘ya voy, abuela’, y me metí en la ducha cagando virutas.

¡Levanta ese culo de la cama!

¿Por qué mi abuela y no cualquier otro fantasma al que le pudiera poner nervioso mi parte de faltas? No lo sé, solo sé que todo mi cuerpo erizado me dijo que había sido ella.

Nunca antes había pensado en mi abuela fallecida en esos términos de fantasma familiar que pudiera estar protegiendo a mi madre. Nunca volví a sentir nada parecido.

Sin embargo, algo dentro de mí me dijo aquella mañana que mi abuela había regresado del más allá para darme una colleja fantasmagórica por lo mal que se lo estaba haciendo pasar a mi madre.

Así que no solo fui a todas las clases ese jueves, sino que no volví a faltar en lo que quedaba de curso.

Bueno, algún viernes que otro y a la clase de gimnasia del lunes por la tarde. Pero nada más.

Por lo que, a mí, a mi pavo y a mi rendimiento académico respecta, así fue cómo un fenómeno paranormal me sacó la tontería adolescente de encima.

Mano de santo. O mano de la santa de mi abuela, mejor dicho.

A ver ahora cómo lo hace mi amiga para que algún fantasma de su familia le dé a su hijo el correctivo que necesita.

 

 

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