Lo mejor de las quedadas que no se planean es que son las más divertidas y locas, pero jamás pensé que aquella situación se me podría ir tanto de las manos.

Era un viernes de esos en los que no tienes ganas de nada; la semana había sido horrorosa, me había peleado con mi jefe (odio a mi jefe), mis compañeros me habían traicionado y se me había secado la única planta que tenía. Para resumir, estaba de bajón y lo único que me apetecía era llegar a casa, ponerme el pijama y ver series comiendo pipas hasta que se me pusieran los morros como los de las Kardashian. Pero mi amiga Celia tenía otros planes.

Se presentó en mi piso y me obligó a salir con ella. Me había escrito para preguntarme si quería quedar y al parecer mi forma de responderle había sido, cuanto menos, un grito desesperado de socorro.  Al final accedí a salir, pero le advertí que serían solo un par de cervezas. Creo que es algo que siempre se dice cuando sabes que la vas a liar parda, cuando intentas autoengañarse porque intuyes que esa noche te vas a beber hasta el agua de los floreros.  Eso fue lo que presentí en cuanto puse un pie en la calle y no me equivoqué.

No recuerdo cuánto bebí, ni cuántas bebidas mezclé. Solo recuerdo que, de alguna forma, el odio que aprisionaba mi pecho y toda la tensión que había estado arrastrando durante todos los días anteriores, se diluía como las burbujas del refresco en el vaso de mi copa.  Me sentía liberada, eufórica y totalmente desinhibida.

Celia llevaba más de dos años trabajando en mi empresa y casi desde el primer día nos hicimos buenas amigas. Ella es bisexual y al principio tanteó la posibilidad de que tuviésemos algo. Pero yo le expliqué que era heterosexual y que las mujeres no me atraían. Hasta ahí todo perfecto. Nuestra amistad fue creciendo día tras día y he de decir que me sentía mejor con ella que con ninguna otra persona en el mundo.

Quizás mi etapa de abstinencia involuntaria tuvo algo que ver. Había probado todas las aplicaciones para ligar y no había conseguido conectar con nadie. Llevaba tanto tiempo sin tener sexo que me ponía cachonda hasta con los anuncios de la televisión. Mi nivel hormonal estaba a tope, la noche era cálida, la música sugerente y Celia, a decir verdad, es muy guapa.  Es una chica de curvas generosas, melena larga y rizada, ojos verdes luminosos y labios carnosos.  Tiene una forma de vestir algo provocativa y le gusta mucho jugar.

Yo nunca había sentido atracción por una mujer y la verdad es que aquella noche, al principio, tampoco la tenía, pero supongo que mi mente intoxicada de alcohol pensó que sería una buena idea probar, no quedarme con la duda de qué sentiría haciéndolo con una mujer.

Solo diré que fue una experiencia maravillosa. Una noche llena de sensualidad, de caricias, una torbellino de sensaciones que hizo que tuviera varios orgasmos, y para qué negarlo, de los más intensos que he tenido en mi vida.

Después de aquello, ambas seguimos con nuestra vida como si nada hubiera pasado. Mi momento heterocurioso que se quedó en una anécdota, un momento maravilloso que habíamos vivido juntas y que ambas sabíamos que no se volvería a repetir.

Sin embargo, eso generó unos problemas para los que no estaba preparada. A las pocas semanas de mi revolcón con Celia, quedé con un chico.  Me gustaba muchísimo, teníamos mucha química y el sexo estuvo bastante bien. Sin embargo, durante el empotre tuve la sensación de que me faltaba algo. No era que el chico no tuviera una buena herramienta, su miembro era una maravilla y sabía usarlo con destreza. Tampoco que no dedicase un tiempo prudente a los preliminares, pero en todo momento tuve la sensación de que no tenía la misma habilidad, la misma delicadeza o intensidad que había tenido mi encuentro con mi amiga.

Esa misma sensación me ha acompañado en cada polvo que he echado desde entonces; las mujeres, en general, siguen sin atraerme, pero he descubierto que me gusta mucho más el sexo con ellas y ahora no se lo qué hacer con mi vida.  Jamás pensé que una pequeña travesura pudiese cambiar tanto mi forma de concebir el mundo, hasta el punto de hacerme dudar de todo lo que creía saber.

Lulú Gala