¡Hola, queridas lectoras de WeLoversize! ¿Alguna vez habéis sentido que vuestras ansiadas vacaciones se convierten en una especie de película de terror? Pues bien, aquí vengo yo con mi dramamá de la semana.
Después de meses de planificación y ahorro, decidimos invertir 2000€ en unas vacaciones familiares.
Mi marido y yo, junto con nuestras dos adorables (y a veces demoníacas) hijas de 2 y 5 años, nos embarcamos en lo que pensábamos sería el viaje de nuestras vidas. ¡Ay, ingenua de mí!
El primer indicio de que esto no iba a ser un viaje normal fue el vuelo. Mi hija pequeña decidió que el avión era el lugar perfecto para practicar sus habilidades vocales. Y no, no me refiero a adorables balbuceos, sino a gritos que harían que una sirena de alarma pareciera un susurro. Mientras tanto, la mayor descubrió que las bolsas de mareo son geniales para hacer manualidades… y para vomitar.
Llegamos a nuestro destino, un resort adaptado para niños con todo incluido. Pero, ¿sabéis lo que no estaba incluido? Un manual de «cómo sobrevivir a tus hijos en vacaciones». La pequeña decidió que la arena de la playa era comestible y la mayor se empeñó en hacer amistad con cada insecto del lugar. Mi marido, por su parte, descubrió que los cócteles del bar eran «medicinales» y se dedicó a probar todos y cada uno de ellos.
Los ratitos en la piscina fueron una constante de ‘mamá mira, buceo’, ‘mamá mira, el pino’, ‘mamá, ¿puedo hacer pis en el agua si nadie se entera?’. Paz y tranquilidad, claro que sí.
Las actividades del hotel prometían ser un alivio. Pero, ¿quién en su sano juicio organiza una búsqueda del tesoro a las 2 de la tarde bajo el sol abrasador? A la mitad de las cosas me daba apuro llevarlas por si se me churruscaban.
La comida, eso sí, era deliciosa. Pero intentar que dos niñas pequeñas se sienten quietas mientras tú intentas disfrutar de la comida es como intentar bañar a un gato: peligroso y con muchas probabilidades de salir herido.
Y no hablemos de las noches. El concepto de «dormir» se convirtió en una especie de juego del escondite donde mis hijas se turnaban para despertar en diferentes momentos. Una quería agua, la otra tenía miedo, la primera se había perdido su peluche y la segunda decidió que las 3 de la mañana era el momento perfecto para una charla profunda sobre por qué el cielo es azul.
Al final de las «vacaciones», mi marido y yo estábamos más agotados que cuando empezamos. Los 2000€ se sintieron como si los hubiéramos tirado por un agujero negro de gritos, pañales y cócteles.
Pero, queridas mías, a pesar de todo, volveríamos a hacerlo. Porque entre el caos hubo momentos de risa, de amor y de recuerdos que no cambiaríamos por nada del mundo. Aunque, quizás la próxima vez, optemos por un camping y nos ahorremos el dinerito.
Y tú… ¿Crees que merece la pena invertir en irse de vacaciones con peques o prefieres esperar a que sean más mayores para que realmente se sientan como vacaciones?
Anónimo
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