Están los tiempos como parar valorar las cosas por el dinero que cuestan. Reconozcámoslo, aquí todas somos unas cheap queen, que visten con camisetas de 10€ y se van de viaje con vacaciones low cost. Somos cheap queens, sí, pero muy bien avenidas. Espabiladicas como ningunas que hemos aprendido a buscarnos la vida para tener un poquito de holgura (qué importante es la holgura para una gorda) con la mierda que nos pagan.

Que nos pagan. Amigas. Ellos. Aquí hemos venido a echar balones fuera.

Hace unas semanas hablaba con la típica amiga de toda la vida a la que solo ves una vez cada tres meses pero da igual, seguís teniendo muy buen rollo y mucha confianza para hablar de cualquier cosa. Hablábamos de trabajo. Yo me quejaba de que me pagaban poco pa’ tó lo que hacía (como le pasa al 99% de la población española) pero en el fondo estaba contenta, porque desempeño un trabajo que me gusta y, sinceramente, llego a fin de mes. Parece mentira que esto se haya convertido en un logro pero así es.

Ella se quejaba, pero creo que no se quejaba por las risas. Se quejaba porque la tenían bastante puteada en el curro, lo típico que nadie te reconoce las horas extra que echas y que si tu jefe tiene que llamarte un viernes a las 8 de la tarde para que hagas una cosa desde casa, te llama. Yo trataba de consolarla diciendo que «menudo gilipollas» pero reconozco que dentro de mí estaba pensando «bueno, guapa, también te pagan decentemente como para que si tienes una emergencia un viernes apechugues».

Yo estaba suponiendo que como ella tenía un trabajo en el que la obligaban a vestir americana, se codeaba con clientes bastante relevantes (y algún famosete y todo, que a mí eso me da como mucho gustico en un trabajo) y a veces su trabajo consistía en ir a una fiesta a comer jamón ibérico, pues tenía que tener un sueldo mejor que el mío. Notablemente mejor.

Según me iba contando cosas de su curro la iba notando más preocupada y más triste. Así que yo, que soy todo empatía, dejé de hacer bromas sobre su situación y de darle consejos de mierda de estos que sabes que no valen absolutamente para nada pero te hacen quedar muy bien. Decidí escucharla. Y poco a poco fue saliendo lo que verdaderamente le preocupaba.

Mi amiga había estudiado una carrera de esas «que tienen muchas salidas». Una carrera que te iba a permitir tener un puesto decente y un sueldo majo. Pero tanto a mi amiga como a mí nos pilló una crisis económica que nos obligó a replantearnos nuestra vida por completo, y cada una salimos como buenamente pudimos. Yo salí escritora, fíjate tú. Ni tan mal. Ella sentía que había salido mucho peor.

Mi amiga trabajaba en una empresa pequeña, no conocida así como BANCO SANTANDER o SAMSUNG pero parecía que funcionaba bien. Lo que pasa es que estaba desempeñando un puesto que ni siquiera existía cuando ella empezó la carrera. Tanto han cambiado las cosas en los diez últimos años.

Ella era algo que sus padres ni siquiera sabían lo que era. Y, además, estaba cobrando mucho menos de lo que le gustaría (pues como todos, guapa). No, en serio. Le costó mucho decirme cuánto cobraba. Para ella era algo de lo que avergonzarse. Y cuando me lo dijo yo también me quedé un poco a cuadros porque me di cuenta de que apenas cobraba unos 80€ más que yo cada mes.

Enseguida entendí cómo se podría sentir. Sus padres la habían convencido de que estudiara una carrera que le iba a permitir colocarse bien. Al terminar la carrera había estado varios años deambulando en trabajos de «lo que fuera» porque su título universitario no valía de mucho en unos años en los que se despedía a muchísima más gente de la que se contrataba. Cuando por fin logró entrar en el sector que le gustaba, lo hizo como becaria. Y como becaria estuvo dos añitos. Y cuando por fin es contratada por una empresa que parece que hace las cosas bien, con un contrato legal y con todos sus derechos del trabajador, resulta que las empresas ya no pagan como antes de la crisis, porque ellas también se han tenido que apretar el cinturón.

Yo nací de letras. Mis padres no paraban de repetirme que me iba a costar encontrar un buen trabajo y que nunca iba a ser rica. Así que más o menos estaba preparada para el futuro que tenemos. A mi amiga le pasó lo contrario. Estudió, se esforzó y trabajó muchos años para conseguir algo mejor, y se chocó con un panorama laboral que le ofrecía lo que le ofrecía a cambio de mucho curro y muchas responsabilidades. Porque los sueldos han bajado, pero la cantidad de trabajo no.

Yo sabía que ganaba poco pero estaba a gusto. Ella sabía que ganaba poco pero eso la estaba consumiendo. Se sentía menos que sus padres, menos que sus amigos y menos que sus compañeros de trabajo porque sabía que cobraba menos que ellos. Se culpaba a sí misma por no haber sabido encontrar algo mejor. Se volcaba con su empresa, a la que le estaba cogiendo manía, para que tarde o temprano le subieran el sueldo. Subida que aún no se había producido.

«No vales lo que ganas», le dije yo. Y esta vez no era un consejo de mierda. Se lo decía porque es verdad. No podemos  medirnos por la cantidad de dinero que ganamos cada mes. Sería superinjusto. Primero, porque estar en el paro, una situación bastante familiar para muchos españoles, significaría que eres lo peor de lo peor y que has fracasado lo más grande. Segundo, porque tú no eliges el sueldo que cobras. Es el que te dan. Balones fuera. Y tercero, porque no podemos seguir midiéndonos en cifras. No somos pantalones. Igual que hemos dicho en Weloversize hasta la saciedad que no eres lo que pesas, que la báscula es solo un número, que tiene su importancia, por supuesto, pero que tu vida no debería girar en torno a él, NO ERES LO QUE GANAS. No eres dinero, ni tu valía ni tus capacidades se mide por la mierda de sueldos que se están pagando ahora mismo.