Viajé para ver a mi madre, pero ella se fue de vacaciones y me dejó con el perro

(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia REAL de un lector)

 

Hacía un año que no iba a visitar a mi madre. Antes de eso, solo sumábamos unas cuatro horas en una escala por negocios. Me mudé con mi mujer y mis hijos a más de 3.000 kilómetros, con mar de por medio y necesidad imperiosa de coger un avión. La relación con mi madre nunca ha sido espléndida ni maravillosa, sobre todo desde que nació mi primer hijo y se convirtió en una persona bastante intrusiva. Quizá ese fue el motivo principal de que nos cambiásemos de ciudad, sumado a una gran oportunidad laboral lejos ‘de casa’.

En cualquier caso, creí que ya era hora de ondear la bandera blanca e ir a visitarla, con la intención de traerme a mi familia en el siguiente viaje. La experiencia salió peor de lo que jamás hubiese imaginado.

“Me voy de vacaciones”

Si bien no esperaba una fiesta de bienvenida con confetis, tampoco contaba con la desidia radical que me encontré. Aterricé un jueves y ningún familiar me vino a buscar, intuí que estaban demasiado liados con sus vidas. No pasó nada. Tras invertir cerca de dos horas en transporte público, llegué a casa de mi madre y me la encontré comiendo pistachos y viendo la tele. Ahí llevaba toda la tarde. “De vacaciones”, me dijo. Y tan vacaciones. Al poco rato de estar yo allí, sacó una maleta y se puso a hacerla. Ese viernes se iba con su pareja “de vacaciones”. No me lo podía creer.

Desde la templanza, hablé con ella. “Mamá, que hace un año que no nos vemos”, “Mamá, que tenemos la oportunidad de arreglar las cosas”, “Mamá, que tus nietos tienen ganas de disfrutar de su abuela”. No funcionó nada. Ella hizo su maleta y, al día siguiente, la cogió y se fue de fin de semana con su novio. Me quedé solo. Bueno, no tan solo. Mi madre me dejó a su perro. “Menos mal que has venido, ya que no sabía con quién dejar a Currito”. Pues Currito se quedó conmigo. También le regué las plantas.

Aproveché el sábado y el domingo para ver a otros familiares y a antiguos amigos. Lo pasé bien, pero con la tristeza de que yo viaja para estar con mi madre.

El imán de Castellón, y hasta más ver

Ella regresó el domingo. Yo había aparcado la decepción para darle otra oportunidad. Quizá ya tenía reservado el hotel y no podía cancelarlo, o a saber qué. Hice un esfuerzo titánico por omitir la frustración que me ocasionaba haber viajado para ver a mi madre y haberme quedado con el perro. Preparé una cena; normalita, pero especial. Llamé a mi hermano, que curraba y me comentó que se pasaría más tarde, en el postre. Todo pintaba guay.

Tal cual llegó mi madre de su viaje, me regaló un imán de Castellón, se metió en la ducha y volvió a salir; esta vez, con las amigas. Le conté de mi cena, pero ella argumentó que una de sus amigas estaba un poco tristona y necesitaba “salida de chicas”. Yo cené a las mil con mi hermano.

Llegó el lunes y me tocaba volver con mi familia. Antes de coger (otra vez) durante dos horas el transporte público, mi madre me comentó -con su bolso de playa colgado del brazo- que en agosto le gustaría ir a la Feria de Málaga. Me propuso volver a la ciudad con mi mujer y los niños a quedarnos en su piso, así le hacíamos compañía a Currito. A mi hijo mayor lo trató con meses; a la pequeña ni la conoce. A pesar de todo, ella solo quiere que vayamos para cuidarle al perro mientras viaja. ¿Alguien entiende algo?