Esto no es un post con frases de Mr. Wonderful ni de Paulo Coelho. Lo advierto. Son escritos muy monos pero que no puedes hacerlos realidad, porque básicamente no se puede ser feliz 24/7.

Lo que sí se puede intentar en la medida de lo posible es tener momentos de felicidad y cuantos más podamos tener mejor.

Hace muchos años conocí un chamán mejicano, Jerónimo se llamaba. Que me hizo una pregunta que nunca olvidaré.

«¿Cuando te vayas a la cama hoy, será un buen día para morir?»

Yo le contesté un «no» rotundo alegando que aún me quedaban muchas cosas por hacer. Y él me contesto: «Y ¿a qué esperas? deberías acostarte cada noche sintiéndote tan realizada y tan contenta con lo que has hecho ese día que todos los días deberían ser buenos para morir o por lo menos pensar que lo son. Porque no sabes cuando será el último, no eres inmortal».

Coño, que me voy a morir del susto con esta reflexión ¡un poco de filtro, Jerónimo!

Está claro que vivimos en una sociedad que nos obliga a vivir de una determinada forma y de la cual no podemos salir.

Debemos trabajar muchas horas para poder tener un sitio donde vivir y comida para llevarnos a la boca. Y hay temporadas en que vamos justos hasta para eso, y otras en las que nos sobra para ir a cenar fuera y malgastar en montones de ropa. Pero ¿es eso lo que nos da la verdadera felicidad?

Os propongo algo. Escribid una carta de despedida, una carta a vuestra mejor amiga, contándole la buena y genial vida que habéis llevado. Todo lo que habéis aprendido, lo que habéis sentido, los sueños realizados. Y guardadla. Y de vez en cuando la volvéis a leer y pensad si estáis teniendo la vida que os gustaría contarle a esa amiga antes de morir.

¿Esto es lo que vamos a contar?

Como ejemplo podría ser algo así:

«Querida amiga, te escribo esto porque las dos sabemos que ya estamos en la recta final de nuestras vidas, y quería contarte la vida tan feliz y tan plena que he tenido y en la que tú has estado. Siempre he sido impulsiva y nunca he pensado demasiado con la cabeza, lo sabes, por eso me la he pegado tantas veces, pero eso me ha hecho aprender y ser más fuerte y más consciente de lo que quería o no en mi vida.

Me he enamorado varias veces, me he casado otras tantas. Con hombres equivocados que me hicieron sufrir, no sé si me querían o no pero yo si los amé, por lo que estoy satisfecha. Y también aprendí con cada fracaso el tipo de hombre que no quería en mi vida. Estuve soltera muchos años y aprendí a estar sola conmigo misma, a no ser dependiente, a valorarme, a quererme y a aceptarme. Dejé de intentar complacer a todo el  mundo, y empecé a complacerme a mi, a ser yo misma, con el inconveniente de dejar de gustarle a muchos, pero con la recompensa de gustarme mucho más a mi.

Eso me dio libertad, que es algo que siempre te llena.

Conocí al amor de mi vida, y siempre recuerdo cómo me miraba cuando nos despertábamos por la mañana, y cómo nos dormíamos abrazados cada noche, mientras me decía en el oído «te amo» y a mi se me ponía el vello de punta.

Adopté perros, los que nadie quería de las protectoras, y les dí una vida buena, pero ellos me dieron muchísimos más a mi. Tengo cada uno de sus nombres tatuados en mi corazón.

Reí, reí sin parar en todas nuestras cenas contigo y con amigos, a veces algunos no tenían pasta para salir y hacíamos cenas con cuatro cosas que traían los demás y unos gin tonics. Decíamos burradas, hablábamos de sexo, criticábamos a nuestros ex, y caíamos extasiados de tanta intensidad, y a veces tanta cerveza. Nos levantábamos y desayunábamos huevos fritos con patatas para aliviar la resaca.

No puedo dejar de sonreír cuando recuerdo nuestras vacaciones o fines de semana juntos. Las locuras que hacíamos que cuanto más mayores éramos más excéntricas se volvían.

Nuestros cumpleaños con carteles de «eres un puto viejo, te queda nada para ir a Benidorm con el imserso» Siempre hemos sido muy delicados y sútiles.

Como planeábamos asesinatos ficticios cuando a uno de nosotros nos rompían el corazón,  y le contábamos todo lo que le íbamos a hacer al culpable hasta sacarle una sonrisa y aliviarle un poco la pena. Y si no servía, siempre nos quedaba el Jäguer.

He viajado mucho, he conocido diferentes culturas, he visto muchos países diferentes, pero siempre sabía que al volver tendría todo esto que te estoy contando.

Por lo que ahora cada día cuando me voy a la cama, pienso «hoy es un buen día para morir»

 

Las vuestras serán diferentes pero creo que es importante hacerlo para darnos cuenta de que en ellas no saldrán cosas como: trabajé más de las horas necesarias para tener un piso más grande. Me compré todos los Iphone último modelo que sacó Apple. Estrené un vestido diferente cada sábado. Ahorré seis meses para comprarme los Louboutin que solo me puse tres veces.

No es que os vaya a decir que ahora dejemos de comprar, y menos yo que soy consumista como el que más. Pero sí que eso no será lo que nos hará recordar una vida plena. Quizás el trabajar un poco menos, y no llegar a casa tan cansado para poder dedicarle un rato a nuestra pareja y tener sexo más habitualmente. Pasar buenos ratos en definitiva.

Dejar el móvil en el bolso y cenar con la tele apagada para hablar con él o ella ya que nos hemos pasado el día hablando con gente y luego no le dirigimos casi la palabra a quien vive con nosotros. Tener más tiempo para compartir con la familia y los amigos, si no se puede en un restaurante pues en su casa con una pizzas congeladas y un hummus de Mercadona. Regalarle a un colega un picnic en un parque. Llevarte a alguien a ver el atardecer en la playa con dos copas de cava y luego bañaros desnudos bajo la luna.

En resumen vivir esta única vida que tenemos con ilusión y con alegría. Todos pasamos problemas y momentos malos pero no dura eternamente. Y a veces nosotros mismos hacemos que duren más porque a la sociedad le interesa que así sea.

 

Así es que yo como grinch de la Navidad, lo único que os deseo, es que a partir de ahora, cada noche al acostaros podáis decir «hoy es un buen día para morir».