No voy a hablar de amor romántico. No me refiero a eso con este título.

Hablo de algo que yo se que muchas y muchos van a entender. Hablo de la distancia, de los afectos, del vivir en un lugar en donde tienes gran parte de tu corazón pero la otra mitad está a cientos, quizás miles de kilómetros.

¡Y qué difícil se hace!

Porque las cosas cambian muy rápido y nadie nos avisó que tendríamos que tirarnos al mar sabiendo apenas nadar.

Nos fuimos a probar suerte, a estudiar, por reagrupación familiar,como turistas. Nos fuimos y nos enamoramos, cambiamos, no volvimos y no sabemos si lo haremos. Somos esas y esos que no tenemos familia cerca, que contamos con poca red social y la misma suele estar de paso.

Quienes nos reunimos en las navidades pensando en que del otro lado del océano estaríamos en verano tirados en la playa o en la casa grande de ese tío que siempre hace de anfitrión.

Somos quienes calculamos las horas para atrás y para adelante para poder comunicarnos. Que todavía hacemos la conversión mental del dinero para saber si algo es caro o barato. Lloramos en silencio cuando nos perdemos un cumpleaños, un casamiento, el nacimiento de un familiar.

Los que siempre decimos que está todo bien para no preocupar. Sabemos lo duro que es ganarse la vida y empezar de cero aunque la mayoría desde fuera idealice tu situación por vivir en una ciudad del primer mundo.

Que conocemos todos los rincones en los que encontrar esos productos importados que traen consigo el olor y el gusto de la comida de mamá, el recuerdo de aquellas tardes de galletas hablando con tus amigas.

Pasa el tiempo y sientes nostalgia por cosas que en su momento no valorabas. Pasan los días y todas esas videollamadas de Skype iniciales se reducen drásticamente. No te comunicas ni con la mitad de tus amigos pese a las promesas de que nada cambiaría.

Es que es cierto: la vida te sacude, da vueltas, te pone contra la espada y la pared, te obliga a crecer y a elegir. Porque es eso. Al final todo el tiempo jugamos con una balanza que vive comparando pros y contras, que un día suma muchos puntos a favor, al siguiente en contra y al final el resultado es que nunca vas a encontrar el equilibrio.

Añoras volver a tu tierra con muchas ansias pero cuando lo haces sientes que todo está igual, que nada cambió, que incluso ya no te divierten como antes algunas compañías.

La cosa es que quien cambió eres tú. El resto siguió con su vida, con sus rutinas, y seguramente hasta ni tenga novedades que contarte. Pero a ti te pasaron tantas cosas que no te alcanzaría un día entero para hablar de ellas.

En el fondo te empiezas a dar cuenta que no te sientes ni de tu país ni del país que te acogió. Eres como un híbrido que no termina de definirse. Pero eres feliz así.

Saliste de tu zona de confort y  eso no lo hace cualquiera. Es un acto de valentía. Es una búsqueda. No todos y todas saben lo que es vivir con el corazón en dos mitades. Pero tú sí tienes algo claro: vale la pena.

Valentina Rodríguez Ventancort.