Voy de que me la pela todo y, en realidad, sufro como una mona

 

Recuerdo que, hace unos años, hablando con un amigo sobre otra amiga suya que estaba amargada porque había cogido mucho peso, me dijo: ‘tiene que intentar superarlo y seguir haciendo su vida. Como tú, joder. Tú también estás gorda y no dejas que eso te impida ser feliz ni hacer lo que quieras hacer’.

Y yo respondí: ‘claro, pobre, tiene que aceptarse y continuar’.

Con todo mi papo moreno, amiga.

No solo no le saqué de su error, sino que además me reafirmé en la idea tan equivocada que él tenía de mí.

Seguimos hablando de aceptación y de amor propio unos minutos más y, en cuanto nos terminamos la comida (yo no tomé postre por eso de que no se pensara que normal que estuviera tan gorda), dimos una vuelta por el paseo marítimo durante la cual me morí de calor, porque me daba palo quedarme con la camiseta de tiras que llevaba debajo de un jersey enorme.

Voy de que me la pela todo y, en realidad, sufro como una mona
Imagen de Andrea Piacquadio en Pexels

En efecto, esa tía que él había elevado a modelo a seguir era un completo fraude.

Esa fue una de las primeras ocasiones en las que caí en la cuenta de que, de forma inconsciente y en absoluto planificada, he conseguido que los demás vean en mí a alguien que no soy, aunque sí me gustaría ser.

Porque, al parecer, lanzo el mensaje de que voy de que me la pela todo y, en realidad, sufro como una mona.

Sufro porque mi cuerpo no es el que quisiera.

Pero también sufro por el qué dirán.

Me duelen los comentarios de la gente, las miradas, los rechazos.

Y no solo me rayo por cuestiones relacionadas con mi figura y aspecto físico. Ojalá.

Lo cierto es que me quedo jodida durante días, semanas, cuando me dan un desplante.

Cuando me hacen un feo.

Se me cierra el estómago cuando me entero de que alguien ha ido rajando de mí a mis espaldas.

Le doy mil vueltas a la cabeza cuando siento que me he perdido el chiste porque lo protagonizaba yo.

Cuando da la sensación de que aquella conversación se acabó porque he llegado yo.

A veces revivo una y otra vez cada frase que dije en un momento dado, porque igual me pasé de chistosa. Quizá, sin ninguna intención, le falté el respeto a alguien.

Tal vez es mejor que me esté calladita.

Sufro por no cumplir las expectativas de los demás, tengo miedo a decepcionarles.

Voy de que me la pela todo y, en realidad, sufro como una mona
Imagen de Pavel Danilyuk en Pexels

Lo paso fatal por todo eso y por mucho más.

Sin embargo, pregúntales cómo soy a mis conocidos o incluso a mis amigos. Te dirán que soy una mujer con una autoestima sana, bien segura de sí misma y a la que se la sopla bastante la opinión de los demás.

No sé cómo lo he hecho, ni por qué.

Solo sé que mi yo auténtico, el de verdad de la buena, está reservado a mi círculo más íntimo, a esas dos o tres personas que me conocen mejor que yo misma.

Para el resto está la versión maquillada y disfrazada de la que, por lo visto, no soy capaz de desprenderme.

Una versión que proyecta justamente las luces de mis sombras más oscuras.  

Ay, si hasta sufro por los comentarios de los haters de las redes sociales.

¡Qué locura!

Pero, sí, aunque voy de que me la pela todo, en realidad sufro como una mona.

 

Y tú ¿te pareces al concepto que tienen de ti los que te conocen? ¿O también eres justo lo contrario?

 

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