Me has visto encerrarme en mi misma. Construir murallas alrededor de mi interior y crear una contraseña que ni aún sabiendo, te ha servido para acercarte ni lo más mínimo a lo que estaba protegiendo.

Y aún sí, te quedas.

Me has visto envestirte sin piedad como un toro desbocado. Volcando en ti todos mis temores y pretendiendo hacerte el culpable de unos sentimientos y emociones que ni yo misma soy incapaz de controlar.

Y aún así, te quedas.

Has recibido estoicamente todos mis arpones. Aceptando con ello mis crueles verdades. Verdades que salen a bocajarro y soy incapaz de medir cuando salen de lo más profundo de mi ser. Ese lugar protegido con mecanismos de seguridad tan potentes, que muchas veces ni yo misma soy capaz de desactivar.

Y aún así, te quedas.

 

Me has visto llorar sin razón alguna, de repente, sin esperarlo y sin consuelo. Me ha salido la tristeza de lo más profundo de mi alma y sin poder retenerla. Arrasando como un tsunami con todo lo que ha encontrado a su paso, incluido tú.

Y aún así, te quedas.

 

Me has visto entrar en bucle, obsesionarme por cualquier mínimo detalle e intentar mantener el equilibrio para no perder el control. Aún y cuando lo mejor que podía haber hecho, era tirarme al vacío contigo.

Y aún así, te quedas.

 

Has visto mis mayores miedos. Todos los demonios que he liberado con la esperanza de que tú los mataras por mi. Y sé que no es justo. Porque esa responsabilidad es sólo mía, no tuya.

Y aún así, te quedas.

 

 

Has visto lo peor de mi, todas mis sombras y mis rincones más oscuros. Pero también me has visto despejarte el camino hacia mi interior. Curarte las heridas que yo misma te he provocado como si fueran mías. Brillar con luz propia, caerme y levantarme, no rendirme jamás. Reír a carcajadas, tirarme al vacío sin paracaídas y luchar con fiereza contra mis demonios sin capa ni espada.

No siempre la luz gana a la oscuridad, y todavía no sé si a ti te compensa, pero aún así, te quedas.