YO ERA MEJOR MADRE ANTES DE TENER HIJOS

 

Me encanta cuando viene la gente a darme lecciones que no he pedido de como educar o cuidar a mis hijos. 

Antes era función exclusiva de las suegras. Reconozcámoslo, estaban principalmente para eso, para malcriar a los nietos y para lanzarte miraditas de desaprobación sobre como cuidas a su hijo o al tuyo. 

La vecina del quinto también es de esas que intentan meterse en tu vida, en todos los sentidos, pero a ella no tienes tantos reparos en mandarla a la mierda o de echarle una mirada de esas de dejar los ojos en blanco y seguir a lo tuyo. Al menos ella no te cuesta una crisis matrimonial. 

Que si lo llevas muy tapado, que si muy destapado, que si no tendrías que dormirlo así, sino asá, que si ya tiene que comer de todo, que su hijo a su edad era más espabilado y hacía dos másteres y una ingeniería (aunque después no sea capaz ni de bajar la tapa del wáter), que si los niños de hoy en día no respetan nada, que si la juventud está echada a perder…bla, bla, bla….

Pero ya, cuando vienen esas personas, que ni siquiera tienen hijos a decirte lo que tienes que hacer…ay, es que me entra la risa y no puedo evitar carcajearme (lo siento, una ya no tiene edad para guardarse ciertas cosas dentro, que es malo para el colesterol). 

Tú, que al único niño que has visto de cerca es al mío y al de tu prima Marisa, me vienes a decir a mí, que, si lo tengo malcriado, que no es malo que los niños lloren y aprendan que no pueden conseguirlo todo porque la vida es dura. Aham!

Pero tú no te vas a quedar a escucharle llorar durante dos horas seguidas (porque mi hijo los tiene muy bien puestos y a cabezón no le gana nadie), que no vas a escuchar como le explico por enésima vez que no le voy a comprar más chuches, no vas a lidiar con él porque se tiene que poner el pijama o porque quiere bañarse vestido o porque no quiere que le corte la manzana. No vas a estar aquí cuando te pida por quinta vez por la noche que quiere dormir contigo y tú necesites descansar porque al día siguiente trabajas. Tampoco vas a estar cuando después de discutir toda la semana con él para que recoja sus juguetes estos siguen por el suelo, pero a ti te duele la cabeza y piensas que en realidad no es tan grave. 

Que es normal, no te creas. 

Yo también era mejor madre antes de tener hijos. 

Yo me imaginaba feliz y contenta de la vida con mis retoños siempre repeinados y compuestos. 

Los educaría obedientes, colaborativos, empáticos, generosos. Sabría inculcarles los mejores valores y el mejor sentido de la justicia. 

Nuestro sistema de familia sería comunicativo y todos tendrían en cuenta la opinión y los sentimientos de los demás. Tomaríamos juntos las decisiones y nos lo contaríamos todo.

Las discusiones serían más bien debates en los que las dos partes expondríamos nuestros puntos de vista y ellos entenderían todos nuestros argumentos. 

Me los imaginaba yendo con ellos a cualquier lado, y se portarían genial. Y si alguna vez no fuera así, porque al fin y al cabo son niños, yo les explicaría sin perder en ningún momento los nervios, que tienen que comportarse y los motivos, y ellos, claro, lo entenderían y lo harían, porque es lo lógico. 

Les cocinaría recetas estupendas con ingredientes bio y les prepararía una dieta equilibrada. Les controlaría los programas de la tele para evitar contenido inapropiado o violento, aunque tampoco la verían demasiado porque les fomentaría el gusto por la lectura y por las actividades al aire libre. 

Me sentaría con ellos todos los días para ayudarles con los deberes y por las noches hablaríamos un ratito antes de ir a dormir para contarnos confidencias y hablar de sus sentimientos. 

Ya

Ja

Nadie te cuenta que los niños no tienen un botón de apagado, que la mayoría de las veces no entienden por qué no le puedes comprar más chuches, da igual las veces que se lo repitas. Normalmente, son tantas, que al final pierdes los nervios. 

Nadie te dice que los niños solo están peinados diez minutos después de salir de casa. El resto del tiempo son una masa de churretes, pantalones o leotardos con agujeros en las rodillas, coletas a medio deshacer y, depende de la edad del niño, manos llenas de manchas de rotulador. Esto es así. 

Te ha costado mucho tiempo aceptar que los niños tienen un punto egoísta y que los hermanos se pelean (mucho). Que no van a ayudarte a recoger la cocina si tienes un mal día como los niños de las películas y que su sentido de la justicia se balancea si puede sacar algo más que su hermano. 

No sabías que tienen el don de la oportunidad y deciden portarse peor el día y el momento que peor te va. En la consulta de algún médico, normalmente, en una comida importante con tu jefe o donde más público tengan. 

No caíste que eras persona. Que lo de cocinar muchas veces no te da tiempo porque vas estresada, a duras penas puedes poner una lavadora para que vayan decentes, que cuando llega el momento de hacer los deberes casi prefieres hacérselos tú de lo agotada que estás, que los momentos de confidencias a veces te quedas dormida y que si te duele la cabeza eres capaz de ponerles en la tele cualquier cosa con tal de que se calle. 

Así que no me juzgues. No me juzgues si hago tortilla por tercera vez esta semana porque no tuve tiempo, ni fuerzas para ir a la compra después de ballet, natación y teatro. 

Si no me importa que hoy no se bañe, pues va a ser una batalla que no me apetece. Ya se duchará mañana. 

Si no puedo lidiar en las peleas fraternales porque no sé quién ha empezado y al final riño a los dos. 

Si conozco a mi hijo y sé que con las chuches solo me está poniendo a prueba y decido decirle un “porque lo digo yo” antes que una retahíla de explicaciones que ya se sabe. 

Si ve más la tele de lo que me gustaría, pero es el único modo que me deje hacer la cena. 

Si le doy mi móvil para poder vestirle por la mañana y ganar treinta minutos más de sueño. 

Si a veces me paso un poco de la hora de acostarle porque está jugando tranquilo en su cuarto y eso me da un ratito de paz y conversación con el padre de la criatura ininterrumpida. 

No me juzgues porque no estás es mis zapatos. No sabes lo que siento, lo que soy ni a lo que me enfrento. Lo siento, pero no. 

 

Burotachos