NOTA. Cada embarazo es un mundo, os aviso desde el minuto uno para que no os echéis encima. Lo sabemos: cada experiencia es distinta, cada parto es una mili, cada cuerpo es de su padre y de su madre. Por eso os hablo de mi experiencia, no os volváis locos antes de tiempo.

He tenido dos embarazos y dos partos, y cada uno ha sido distinto. De los dos he aprendido que de la ficción a la realidad hay una gran diferencia, como del blanco al negro. Una cosa es lo que tú te imaginas y otra muy distinta es lo que ocurre en realidad.

CUANDO ME ENTERÉ DE QUE ESTABA EMBARAZADA

Ficción. Yo pensaba que iba a vivir ese momento disfrutando como una grácil mariposa, con una sonrisa de oreja a oreja, inmersa en oleadas de amor constante.

Realidad. Una fuerza sobre humana hacía que me mantuviera alerta desde el mismo instante en que el predictor decía sí. El instinto de supervivencia me hacía preocuparme por cualquier peligro de manera irracional, protegerme la tripa sin darme cuenta y en el metro iba con el miedo en el cuerpo de que alguien me empujara.

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LA COMIDA

Ficción. Durante el embarazo pensaba en cuidar lo que comía, pero disfrutando de cada bocado con gozo y regocijo.

Realidad. Pues bien, desde el momento en que me quedo embarazada empiezo a encontrarme regulera. El estómago hacía estragos y cosa que comía, cosa que se me revolvía enterita.

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LA BARRIGA

Ficción. Imaginaba mi  barriga de embarazada muy cuqui, sonriendo al espejo y lanzándome mensajes de admiración.

Realidad. La barriga de embarazada los primeros meses era bastante llevadera, pero en la recta final tomaba unas medidas descomunales, no me valía nada y me imposibilitaba andar, agacharme, depilarme, atarme los zapatos, me hacía perder el equilibrio y chocarme con todo constantemente.

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PONERME DE PARTO

Ficción. En el cine y las series la gente se pone de parto, rompen  aguas, tienen contracciones, empujan y ya. Eso es lo que yo imaginaba.

Realidad. Nunca me puse de parto, mis dos partos fueron provocados artificialmente. Cada  vez conozco menos partos que se desencadenen de manera natural. Con el control prenatal tan exhaustivo, si superas las 40 semanas de gestación te inducen el parto.

Mi primer parto inducido (a las bravas): Oxitocina en vena, que derivó en contracciones inaguantables, sin dilatar (esas contracciones son tan bestias que el cuerpo no responde), como consecuencia sufrimiento fetal (por todas esas contracciones tan a lo loco), que terminó en  cesárea de urgencia, después de haberlas pasado canutas.

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Segundo parto inducido (respetando tiempos): Tampón de prostaglandinas, contracciones controladas, monitorización de pie, dilatación a tope y por fin a empujar. – Si os van a inducir el parto, apostar por la opción 2, no hay color – .

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PRIMERA VEZ QUE VES AL BEBÉ

Ficción. Lagrimones como puños, me envuelve un chute de felicidad abrumador, entiendo el sentido del amor con mayúsculas y volvería a pasar por mil partos por sentir el calor de ese pequeño cachorro recién llegado al mundo.

Realidad. Lagrimones como puños, me envuelve un chute de felicidad abrumador, entiendo el sentido del amor con mayúsculas y volvería a pasar por mil partos por sentir el calor de ese pequeño cachorro recién llegado al mundo.

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LACTANCIA

Ficción. Imagino que pongo al bebé a la teta, chupa y todos tan contentos.

Realidad. No tenía ni idea de cómo  colocar al bebé, como debía agarrase a la teta, cual era la inclinación adecuada, cuando tiempo era mucho, cuanto tiempo era poco, etc. etc.

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SALIR DEL HOSPITAL

Ficción. Me imaginaba poniéndome mis vaqueros de siempre, recuperada, fresca cual lechuga, con mi bebé en brazos.

Realidad. Me tuve que volver a poner los vaqueros de embarazada porque seguía con tripa como de embarazada de 4 meses. Sin dormir, sin peinar, con ojeras… Saliendo del hospital sin saber cómo coger al bebé ni cómo funcionaba el Maxi-Cosi.

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LLEGAR A CASA

Ficción. Me imaginaba el momento de subidón al llegar a casa, la alegría de haber formado una familia y por fin estar en el hogar, dulce hogar.

Realidad. Llegaba a casa con más miedo que vergüenza, pensando que iba a ser incapaz de darle la teta, cambiar pañales, hacer la comida, poner lavadoras, ir a comprar, y ocuparme de mil cosas más yo sola. Pánico escénico ven a mí.

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Podría seguir así de aquí al infinito. Pero la verdad, es que aunque la realidad no tenga nada que ver con la ficción, mola que así sea. Porque los embarazos y los partos son jarrazos de realidad a bocajarro, sin medias tintas, que te golpean salvajemente y te hacen ver el mundo con un prisma ajeno a la la ficción edulcorada que acostumbramos a manejar. Esa realidad sin tapujos es tan desgarradora como intensa, que no cambio ni por todos los unicornios del mundo.

 

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