10 consecuencias de quedarse soltera a los 35

Obviamente esto está basado en mi experiencia personal, quizás a ti todo esto te la sopla. Pero seguro en alguna asientes…

La crisis de la mediana edad te viene de sopetón. La última vez que terminaste una relación importante fue a los veintitantos. De repente, han pasado casi diez años. ¿Qué tienes que hacer ahora para superar la ruptura? ¿Apuntarte a bailes de salón? “Soy vieja, pero no tanto”, piensas.  

No te apetece ligar. Tus amigas solteras te cuentan sus experiencias con apps de citas. Si evitan a los psicópatas, algo harto complicado, se encuentran con niños vestidos como adultos, ególatras, déspotas, victimistas y un sinfín de especímenes dignos de estudio. “Para eso me quedo en casa viendo Friends”, piensas.

Las vidas de tus amigas casadas te parecen lo peor. Tus penas: no te sale una acrobacia en pole dance, no sabes si irte de viaje a Málaga o a Tenerife, el blanqueamiento dental no te ha durado. Las de tus amigas: el marido no recoge, el marido llega a las tantas, el marido es un estorbo. “De la que me he librao”, piensas.

Depilarse, ¿ahora? Quedarse soltera es una vuelta a tu naturaleza más primitiva. Depilarse te parece una pérdida de tiempo y dinero. Empiezas a ir a la playa con pelos en todas partes y te preguntas por qué has tardado tanto tiempo en hacerlo. Te cruzas con un petado de gimnasio con la piel más lisa que una pared sin gotelé. “¿Qué les pasa a los tíos de ahora?”, piensas.

 

Lees mucho. Nadie habla del bien que le ha hecho la soltería a la difusión de la cultura. Tus amigas ya tienen ‘la vida hecha’ (se ve que la de las solteras está deshecha, claro). Compromisos familiares, viajes en pareja, clases de natación con los bebés… Las librerías se convierten en tus comadres más fieles, y los libros en tus amantes más generosos. “Una trama de sexo es casi mejor que un gin-tonic”, piensas.

 

Si no tienes hijos, pierdes la esperanza de tenerlos. Te has separado sin hijos y eso es para celebrar. Eso sí: si aún te planteabas tenerlos algún día, lo más normal es que al quedarte soltera deseches la idea. “Con lo bien que se está sola, ¿para qué quiero tener un niño dando el coñazo?”, piensas. 

Te das cuenta de lo peligroso que es estar cómoda con tu vida. Tienes tu espacio. Has reorganizado tu vida. Decides en qué inviertes tu tiempo. Empiezas a expulsar de tu vida a la gente que no te aporta. Estás comodísima. Quizá, demasiado. “Creo que podría pasar el resto de mis días relacionándome solo conmigo misma”, piensas. 

¿Siempre han sido así de insoportables los tíos? Durante años, el ejemplo de tío que tenías más cercano era tu novio. Ahora empiezas a analizar las actitudes de muchos más: hermanos, maridos de amigas, amigos, compañeros de trabajo. Y el espectáculo es lamentable. “¿Puede ser que sean todos gilipollas?”, piensas.  

Te dan ganas de mudarte lejos. Una ruptura es una experiencia de cambio. Tu vida como la conocías, tus proyectos, se van a la mierda. Se abre ante ti un mundo de posibilidades tan basto, que te planteas de todo. Montar un chiringuito en Papúa Nueva Guinea, por ejemplo. “O mudarme a un templo tibetano. Los monjes son bastante monos”, piensas.

Tus últimos años te parecen una pérdida de tiempo absoluta. Haces balance y solo eres capaz de ver momentos valiosos de tu vida dedicados a una persona que nunca estuvo a la altura. Sientes rabia. Pero de todo se aprende. “Volveré a hacer el panoli, pero será con un tío diferente”, piensas. Algo es algo.

 

Berta G.