Chico conoce a chica. Chico le da tema de conversación a la chica y chica accede a hablar con él. Chico decide armarse de valor y pedirle el número de teléfono a chica. Chica dice que no. Chico acepta el no sin problema alguno y le dice a chica que no pasa nada que, si a ella le apetece, seguirán charlando y conociéndose mejor y, si no, adiós muy buenas.
Yo no sé si es cosa de la edad o qué pasa que, como es lógico, mis gustos y exigencias hacia mis parejas/rollos de una noche/follamigos van cambiando y, por suerte, evolucionando.
Cuando era más enanita y no sabía mucho ni de la vida, ni del amor propio, ni del autoestima ni de ná, me conformaba con gustarle a la susodicha persona. Poco a poco la cosa fue cambiando y, tras unas cuantas experiencias un poco chungas, me terminé dando cuenta de que también era importante que me gustase a mí. Así pasó algún tiempo: si a mí me gustaba alguien y, además, yo le gustaba a ese alguien, ya estaba todo hecho y ala, diversión por doquier. Pero ahora que, de nuevo, he podido añadir muchas experiencias a mi historial me doy cuenta de que, incluso eso, se queda en demasiada poca cosa. Cada vez le exijo más a la gente que me rodea y, ojo, no porque yo sea exigente, sino porque he aprendido a valorarme. Antes podía pasar por alto que un tío con el que había ligado insistiera demasiado pidiéndome mi número, hasta el punto de llegar a dárselo sin rechistar; ahora el no va por delante y si no quiero darte mi número no te lo doy y punto y te jodes y andando que es gerundio.
Con toda esta evolución personal me doy cuenta de que, ahora mismo, lo que más me gusta en una futura pareja de cama o de vida es que me respete. Y ya no solo es que me guste, no: es que hasta me pone.
Puede que la persona en cuestión no sea para nada mi tipo o incluso puede que, directamente, su físico no me atraiga nada de nada. Pero si me demuestra respeto, si no me agobia y acepta el no honradamente, si me trata como a una persona y no como a un objeto que debe hacerle el gusto en todo, mi opinión puede llegar a cambiar completamente. Puede que tu físico no me llamase demasiado de primeras pero, chico, cómo me pones ahora que sé que me respetas.
Y me dirás: pero a ver, chica: para qué tanto rollo si es que esto debería ser lo normal. Sí, tú lo has dicho, debería; pero esto no quiere decir que lo sea.
Por desgracia, las mujeres estamos acostumbradas a dejar pasar miles y miles de faltas de respeto, a dejar que nos infravaloren, que nos traten por tontas, a creer que debemos ser amables y no pasarnos con nuestro carácter no vayamos a ofender a nuestro príncipe. Nos han hecho creer que, si rechazamos a un tío por irnos con otro, es porque somos unas guarras y unas insensibles (que oye, que lo mismo el primero no te gusta y el segundo sí, pero guarra eres igualmente). Nos han hecho sentir culpables por llevar escote, por emborracharnos o, incluso y aunque suene increíble, por ser violadas. Por todo esto y por muchísimas más cosas que me dejo atrás, encontrar a un tío que, ante todo, te respete es como encontrar a un unicornio.
Y hablo de respeto cuando hablo de un chico que no se enfada cuando le rechazas; cuando, si no te apetece fornicio esta noche, te dice que no pasa nada y, de verdad, NO PASA NADA (que muchos dicen que no pasa nada pero se enfadan. A ver, un poquito de coherencia). Un chico te respeta si se preocupa por tu orgasmo lo mismo que se preocupa por el suyo o si no te pregunta por qué vas sin depilar. Te respeta cuando te da todo el espacio que necesitas y no te toquetea a no ser que tú le des permiso. El respeto es escuchar tus historias y problemas aunque no le interesen lo más mínimo o interesarse por esa película que no ha visto en su vida pero, eh, si a ti te gusta seguro que vale la pena.
Puede parecer que me terminado de volver loca pero, amigos, la experiencia hace al maestro y la experiencia me dice que el respeto es lo más top que alguien te puede ofrecer. Y es que además, a mí me pone muchísimo. A veces dicen que la actitud es lo más importante y, en este caso, puedo asegurarles que es verdad.