Si cogieseis mis diarios de adolescente os sorprenderíais al descubrir cuántas páginas están dedicadas a describir mi propio cuerpo. A anotar sus medidas, su peso, sus metas y dietas. A hacer dibujos a escala para poder observar sus proporciones. A odiarlo.
Siempre he estado por encima de lo que se considera «mi peso ideal». Cuando tenía tres años pesaba el doble que mi hermana dos años mayor. Cuando cumplí los 13 mi cuerpo me regaló una copa C y una 42. Cuando llegué a la universidad engordé los siete kilos que es tradición engordar el primer año. Nada de esto ayudaba.
No obstante, puedo decir he dejado de obsesionarme con lo que se espera de mi cuerpo. Y, aunque todavía hoy me encantaría poder verme a mí misma desde fuera para poder observarme «a tamaño real» y así poder juzgarme a gusto, estoy convencida de que pocas cosas malas saldrían de mi boca. Porque he APRENDIDO a quererme. Y podría basar este proceso de autodescubrimiento y aceptación en 8 premisas básicas.
1. Si los ideales de belleza son una basura, cámbialos. Todas criticamos lo poco asequibles y realistas que son los ideales de belleza actuales: modelos de metro ochenta y cincuenta kilos. Pero todas suspiramos por ser como ellas. Pues yo un día dije BASTA YA y comencé a cambiar mis referentes. En mi proceso fue clave descubrir a Freshie Juice (una modelo freelance que trabaja como nadie el bondage y el fetish). Un día, perdiendo el tiempo en tumblr, me tropecé con ella. Me pareció increíble que alguien con un cuerpo tan parecido al mío pudiese ser tan erótica. A partir de entonces, creo que comencé a verme con otros ojos. Y la cosa no hizo más que mejorar. Como si se tratase de tirar del hilo, fueron apareciendo una chica plus size tras otra. A cada cual más bonita y más segura de sí misma. Poco a poco mi lista de blogs fue cambiando aquellas a las que nunca me parecería por otras más afines a mí y un buen ejemplo de ello es esta comunidad LoverSize. Verlas guapas me ayudó a verme guapa.
2. Cómprate ropa de tu talla. Comprarse un pantalón una talla más pequeño «para tener un motivo para adelgazar» es una tontería soberana, y entender que esto no sucederá ayuda bastante en el proceso de aceptar tu propio cuerpo. La idea es sencilla, si vives esperando a que tu cuerpo cambie estás depositando tu autoestima en un hecho futuro que ni siquera estás segura de que suceda. Elige unos pantalones, pruébatelos. Te sientan bien, estás cómoda y guapa. La talla es sólo un número.
3. Usa bien tu cuerpo para sentirte orgulloso de él. Lena Dunham (otro referente de mi lista) dice que su manera de sentirse bien con su propio cuerpo es saber, al final del día, que lo ha usado bien. Comer alimentos nutritivos, pasear, bailar, reír con los amigos, mimarte. Irte a la cama pensando que has cuidado a tu cuerpo como se merece y que has hecho buenas cosas con él.
4. No critiques los cuerpos ajenos. Esto es, probablemente, lo más difícil. Intenta no decir nada negativo sobre el físico de los demás. Empatiza y asume que todo el mundo, TODOS, incluso la chica más perfecta, tiene algún complejo. Amar tu cuerpo pasa también por amar el de los demás. Al criticar a otras personas (su pecho demasiado grande, su culo demasiado caído, sus piernas con celulitis) afianzamos subconscientemente la idea de que todas esas cosas son horribles e inaceptables. No apliquemos sobre los demás el látigo de los ideales de belleza, precisamente si son los que estamos intentando romper.
6. Enfréntate al espejo. Mírate. Mucho. Desnúdate y observa tu reflejo. Intenta que tus pensamientos no sean negativos. ¿No te gusta tu barriga? Pues no te centres en ella. Dedica tiempo a observar aquellas partes sí te gustan y dedícales buenos pensamientos.
7. Mira tus fotos antiguas. Apuesto a que no estabas tan gorda como creías, ni eras tan fea. ¿No crees que dentro de unos años pensarás que ahora tampoco lo estás?
8. Entiende que es un proceso largo y costoso. Enfádate porque de niños nos queremos y aprendemos a odiarnos al crecer. Esto no va a ser así, será una tarea activa por tu parte deshacer todos esos estereotipos que sin que te enteraras se instalaron en tu cerebro. No desesperes. Piensa que, si has aprendido a no quererte, puedes aprender a hacerlo de nuevo.

Autor: Ana Rodríguez