Hay días en los que nos creemos diosas de la belleza (las que somos). Días en los que nos guiñamos un ojo cuando nos miramos al espejo porque no solo nos reconocemos, sino que somos exactamente como queremos ser. Días en los que nos vemos guapas por dentro y por fuera. Los días putamadre, como los llamo yo.

Y luego están los otros. Los días malos, negros. Los que se supone que nadie puede ver, pero que existen. Aquellos en los que nos metemos debajo de las mantas en el pijama más viejo que tenemos, sin ducharnos, oliendo a cebolla fuerte y comiendo como unas cerdas porque no nos apetece nada. Ni si quiera nosotras.

Muchas veces creemos que una vez empezamos el camino para querernos a nosotras mismas cuando nunca lo hemos hecho, tenemos la obligación de estar bien siempre, de sentirnos seguras de nosotras mismas con todo lo que hacemos 24/7. TODO EL RATO. Como si no nos pudiéramos permitir un momento de duda, de flaqueza. Como si no fuéramos humanas.

Yo soy la primera que aboga por el amor propio, por sentirse guapa y empoderada en cualquier tamaño y color. Soy la primera que manda a la mierda al mundo y está aprendiendo que la belleza va mucho más allá de los dígitos que aparecen en la báscula. Y aun así, hay días que no puedo. Días en los que la presión es tan grande, que me asfixio y me bloqueo. Y sé que no soy la única.

La verdad es que no, no nos encontramos guapas todos y cada uno de los días cuando nos miramos al espejo, pero no pasa nada. Sí, a veces, cuando llega el verano, algunas nos miramos en tirantes y nos llevamos las manos a la cabeza, porque en la anchura de nuestro brazo se puede escribir el primer capítulo de la Biblia, pero no pasa nada. Porque es solo a veces. Porque conforme pasan los meses, es cada vez más a veces.

Todo el mundo tiene sus propios complejos: siempre somos demasiado altas, delgadas, bajitas, gordas, blancas, morenas…y aunque luchemos cada día por ser felices, por recuperar la confianza en nosotras que una vez tuvimos (o nunca llegamos a tener), a veces, simplemente, no podemos.

Y no pasa nada.

Tenemos que aceptar los días malos sin ponerle muchas pegas. Hacerlo sabiendo que tenemos derecho a sentirnos mal si es así como de verdad estamos, pero teniendo en cuenta que más allá, si seguimos sonriendo en el espejo cada mañana aunque no queramos, volveremos a tener un día de esos de comernos a besos. Volveremos a tener un día putamadre. Y una semana. Y un mes. Y así, sucesivamente.

Sintámonos libres de sentir, porque el camino de quererse a una misma es largo (y con dificultades), pero con cada paso nos acercamos un poco más a nosotras mismas.

Lo demás, todo llega.