Esta es la historia favorita de mi grupo desde hace algo más de siete años. Da igual las veces que la haya contado, en el momento en que nos reunimos (sin contar que haya alcohol, si ya lo hay, la historia puede durar dos horas porque cada dos segundos nos partimos), alguien siempre dice “ Tía, cuenta la vez que X se cagó en tu casa”. 

La noche del crimen se encajaba en pleno julio, en Granada. Repito, GRANADA EN JULIO.  Calor de la hostia. Mi amiga tuvo la idea de que debíamos ir a la apertura de las fiestas del pueblo, así que ahí fuimos de cabeza. 

La noche decidimos que empezaría en mi casa, zampándonos una pizza gigante de kebab, de esas que solo verlas ya te da pesadez de estómago. Ella venía enfundada en un conjunto rosa chicle súper apretado, de los que no te dejan espacio para respirar en cuanto te tomas un chupito. Para fingir que conservábamos el alma fit y sana, piqué un poco de tomate y lechuga para acompañar a la bestia cargada de salsa yogurt. En el momento en que mi culo tocó la silla sin embargo, la chica soltó que a ella no le sentaba bien la lechuga ( pensándolo ahora OJALÁ LE HUBIESE SENTADO MAL SÓLO LA LECHUGA) así que quedamos en que yo me comería la ensalada y ella la pizza. Sin embargo, no pensaba dejar que ella fuese la única en probar esa maravilla que rezumaba colesterol. Estaba jodidamente buena, pero la salsa tenía un toque agrio que no me terminó de gustar un pelo, y por el que ya no cogí más. Me gusta pensar que tengo un sexto sentido que me previene de cagaleras

Después, cuando ya había sudado como un cerdo para abrocharme los tacones e iba a la puerta, la tía coge y se para, mirándome blanca como el papel. “ Voy UN MOMENTITO al baño”.  Ja. Un momentito. UN CAPÍTULO ENTERO DE BIG BANG. Y los sonidos. Uf. Los pedos más horribles que he oído en mi vida salían de ese baño. Una secuencia de trompeteos que hizo pensar a mi padre que igual ya había empezado el castillo de cohetes. 

Cuando se dignó a salir, cerrando despacito la puerta del baño tras ella, parecía la niña del pozo. Pelo chorreando sudor pegado a la cara, pálida y con el eyeliner corrido. Tuve que ahogar una risita, porque un pellizco retorcido de mi madre me indicó que era mejor no reírme en alto. 

En definitiva, nos tocó irnos en ese momento. Nos dejaron en la puerta del ferial cuando de nuevo, con la voz muy bajita me dice que tenemos que ir UN MOMENTITO (sí, otra vez) a su casa. Allí me tocó esperar el equivalente a dos capítulos sentada en un sofá. Y cuando volvió al salón, llevaba otra ropa distinta. Llamadme gilipollas pero no  vi la señal de alarma. 

Pasamos una noche bastante movidita y antes de irnos me dijo que se iba a comprar un KEBAB COMPLETO PORQUE TENÍA EL ESTÓMAGO MUY VACÍO. Sí, tampoco vi venir esa. 

Total, que al otro día, cuando volví a mi casa, sin olerme el pastel (me sé de alguien que tampoco habría querido olerlo) me encuentro a mi padre con cara de circunstancias. “ ESA NO VUELVA A MI CASA”. Me quedé con esa cara de idiota que se te pone cuando luchas con una resaca y encima te obligan a pensar. “ TU MADRE, HABLA CON TU MADRE”.  Con cierto miedo ya, fui a buscarla. Ella me puso al día de lo que pasó cuando la puerta del baño se abrió después del MOMENTITO  que pasó mi amiga allí. 

Tal y como yo misma sospeché al probar la salsa, la pizza no estaba muy bien y ella no había dejado ni las migas. La naturaleza hizo lo suyo, y mi madre no me ahorró detalles de la escena del crimen. Paso a paso me reconstruyó los hechos según debían haber ocurrido.  ¿Sabéis la expresión “la mierda le llegaba hasta los ojos”? Aquí llegaba hasta los azulejos. Al parecer, el primer proyectil cargado explotó conforme se inclinaba para sentarse, alcanzando la cara interna de la tapa, parte de la cisterna, los azulejos de atrás y el ladito de la mampara. Los siguientes proyectiles ya cayeron en su sitio natural: la taza del váter, sin ser menos agresivos que el primero.

 ¿El verdadero crimen? ¿Sufrir una descomposición en casa de una amiga? No. El verdadero crimen es que no sólo no me informó para ayudarla, si no que encima salió del sitio sin molestarse ni intentar limpiarlo. Por no hacer, ni tiró de la cisterna. Salió de allí sintiéndose libre, cual corcho flotando en el mar. Como si al cerrar la puerta desapareciese toda la mierda, nunca mejor dicho. 

 

Maeve Lancaster