Una tarde de rebajas entre amigas, con cafecito de media tarde incluido. Una cervecita para cotorrear y ponerse al día con las últimas novedades del curro. Esa reunión mensual en la que compartís una botellita de vino y contáis por turnos el drama que os ocupa en ese momento, para que, en cónclave, se determine la solución más factible. Esa noche de fiesta o esa escapadita a la playa que te resetea la vida. Planes entre amigas… qué placer, qué necesidad. 

No lo digo yo, lo dice la ciencia. Diversas investigaciones confirman que tener amigas es una de las claves para una vida larga y saludable. Según un estudio realizado por la Universidad de California, las mujeres que tienen amigas cercanas tienen menos estrés, un sistema inmunológico más fuerte y hasta una vida más larga.

Las ideas expresadas en los párrafos anteriores parecían ser para ti y tu círculo de colegas-hermanas prácticamente dogma, hasta que, de repente un elemento externo irrumpe en vuestras vidas: el novio- bolso. Ese que tu amiga lleva a absolutamente a todas partes, a todo plan.

No se trata de la figura de un novio al uso, una pareja cualquiera.  Hablamos de ese novio que se convierte en una prolongación de la anatomía de tu amiga, como si, de un día para otro, le hubiese crecido otra extremidad. Algunas sabréis de qué os hablo, otras me lapidareis en plaza pública acusándome de ser “poco inclusiva”. La cuestión y la realidad, es que, de repente, tu amiga del alma deja de existir como ser unipersonal y pasa a convertirse en un binomio.

“Pedro y yo no podemos esta tarde” “Puedo el sábado, el domingo no porque Juan tiene que llevar el coche al taller” “Nosotros nos apuntamos” “Nosotros pasamos”. El “yo” deja de existir, ya no se concibe, pasó a la historia, kaput. Ya solo queda lugar para el “nosotros”, para la primera persona del plural, para  ese tándem, esa unión indivisible. En tu cabeza te echas unas risas haciendo juegos de palabras en los que formas un único vocablo con las iniciales de sus nombres y fantaseas con dirigirte a ellos en singular, como a un único ser. Total, a efectos práctico sería prácticamente lo mismo.

Tu amiga solo pisa la calle sin el novio- bolso para ir a trabajar y porque no le permiten llevarlo, que si no, otro gallo cantaría. Si por ella fuese, colocaría una mesita supletoria colindando con la suya en la oficina, para sentarlo a su lado. Llega un momento en que te los imaginas poniéndose de acuerdo para sincronizar sus ritmos intestinales. “Paco no puede ir al baño por la mañana, él es de tránsito lento, así que estamos yendo a eso de las 17:00”.

Si  el novio bolso no puede salir, tu amiga, por extensión, tampoco, y propone cambiar el plan de fecha. Y tú no puedes evitar preguntarte para tus adentros (porque por prudencia y por no generar un cisma no estallas): “¿Pero a quién  le importa que tu novio no pueda venir? Hemos quedado contigo, te estamos proponiendo el plan a ti”.

Las cenas entre chicas dejan de existir. Tienes que aprender a desprenderte de tus pudores y contar delante del novio-bolso tu última cita Tinder, lo de tu candidiasis vaginal, que has tenido un susto por un retraso de regla o que anoche lloraste viendo Los Bridgerton.

Además, no se trata ya solo de una misma, también se trata de estar al tanto de las movidas de tu amiga. Ya jamás volverás a saber por boca de la protagonista cómo marcha su relación, si hay o no problemas en el paraíso, si le preocupa algo respecto a él, etc. Temas que ya no se tocan dado que el otro implicado está siempre presente.

Por supuesto que estoy a favor de incluir a las parejas en los grupos de amigas, no soy tan sectaria, no me malinterpretéis. Como dice la canción “los amigos de mis amigos son mis amigos” o al menos pueden llegar a serlo, pero con tiempo y naturalidad, sin forzar alianzas.

Eso no quita que opine que en la vida hay momentos para todo y que, por tanto, me gustaría volver a compartir tiempo de calidad con mi amiga, un espacio seguro donde explicarle mis historias, sin que me sea impuesta la presencia de un tercer elemento con el que me vea obligada a abrirme si quiero hacer partícipe a mi amiga de mis novedades.

Entiendo que, al final, el tiempo que dedicamos al ocio suele tener lugar durante el fin de semana e incluso puedo llegar a comprender –solo en parte- el argumento que ella esgrime con rotundidad: – “No quiero dejar a mi novio sólo un sábado”. Pero hija, lo cierto es que ya es mayorcito. Seguramente sobrevivirá si te escapas tres horas un sábado al mes. También podría buscarse planes con sus colegas, ver una película, hacer deporte o, qué se yo, cultivar un poco su mundo interior.

El problema no es el novio-bolso, que posiblemente sea un chico estupendo. Tampoco es que piense que cada parcela de la vida tenga que ser segregada y no podamos mezclar pareja y amistades, ni mucho menos. Más bien lo veo  como un diagrama formado por círculos que confluyen. Cada esfera tiene su posición propia, y en ocasiones, se mezclan entre sí. Lo que planteo en estas líneas es la importancia de seguir dando a las amigas el lugar que merecen, aunque sea en pequeñas dosis, porque todos entendemos que cuando se tiene pareja el tiempo es más limitado.

Y es que hay bolsos que duran toda la vida, pero otros, en ocasiones, se rompen, se estropean o se pierden. Y al final, cuando eso ocurre, es tu amiga de siempre la que te guarda las llaves y el móvil en el suyo; o la que te acompaña a comprar uno nuevo con toda la paciencia y todo el cariño del mundo.

A buen entendedor…