Pum. Pum. Pum. Le tienes justo al lado y te da miedo que se de cuenta de que te has puesto roja. No puedes evitar respirar fuerte y entrecortadamente mientras reprimes un suspiro que envidiarían todas las princesas Disney.

Es más, si no te arrancas a cantar sobre el tupper que te estás comiendo, es porque estás intentando encontrar alguna palabra que rime con tupper.

¡Que guapo es! Te dices. Y en ese momento, alguien irrumpe en tu imaginación y te despierta ¿Tu príncipe azul se llama Gervasio?

Pero lo más inquietante de todo ¿Le considerabas tu príncipe azul sin saber cómo se llama?

Es de tontos negar que todas sin excepción hemos caído en la trampa del amor platónico. Ese sentimiento desbocado que te evita un par de sesiones de cardio por una persona con la que coincides una vez al día, al mes o al año.

Ese amor de metro que parece durar una eternidad, pero que acaba con el dichoso “próxima estación”. Este amor romántico donde los pajaritos de la calle parece que quieren arrancarse a hacernos los coros, es un arma de doble filo.

Lo platónico es inalcanzable y lo inalcanzable es sinónimo de frustración.

En esta espiral de términos relacionados, la conclusión es evidente: si te frustras porque es imposible, conviértelo en posible. Obviamente, todas tenemos el derecho a suspirar por Maxi Iglesias (bueno, más que un derecho es una obligación) pero no es ese tipo de platónico al que nos referimos.

Si come en el mismo restaurante, si coge el bus a la misma hora o si estudiáis en la misma universidad ¿qué te impide que deje de ser un amor platónico?

Yo te contesto: los prejuicios y complejos.

“¿Y si no le gusto?” “¿Cómo se iba a fijar en mí un chico como él?” “Mejor dejarlo en platónico, no tengo nada que hacer” son algunas de las irritantes y nada estimulantes frases que se repiten en nuestra cabeza como el temazo del verano y que, en el fondo, surgen por nuestra propia contradicción: “no tengo ni idea de si le huelen los pies, pero es que es taaan guapo”.

Nos asusta romper con el idilio ya que nosotros nos “hemos enamorado” a partir de una milésima parte de la otra persona: lo que se ve, y nos aterra recibir la misma moneda, que nos rechacen únicamente por lo que se ve. 

No dejemos que sea el impulso de admirar lo socialmente aceptado como bello lo que haga que no seamos capaces de dar pasos al frente a la hora de jugar a conquistar o, en general, a dejarnos conocer.

No se puede luchar contra un amor a primera vista (yo, por ejemplo, me enamoro como unas diez o doce veces al día), pero no seamos de esas personas que se limitan con la primera vista. Obviamente, no te estoy incitando a que abordes a la persona por la calle (hay una diferencia entre la primera vista y la locura crónica de potorro), pero que nada te impida sentir que te mereces querer y ser querida más allá de un vistazo sin más.

Porque el “veni” (llegué) y el vidi (vi) no valen nada sin el “vici” (vencí).

Rocío Torronteras

(@rocio_tor16)