Mi marido trabaja desde hace años repartiendo paquetes. Es curioso a veces ver cómo, entre ellos (casi todos hombres) corren los cotilleos. Al final todos saben la vida y milagros de los demás y cuentan las aventuras amorosas de fulanito cuando se encuentran con los de otras empresas que reparten en su misma zona, actualizan información cuando cargan al día siguiente en el almacén… Aquello es un patio de instituto.

El caso es que uno de sus compañeros y él se empezaron a llevar cada vez mejor y un día decidió invitarlo a cenar a casa a él y a su mujer. Al terminar la cena, muy agradable y distendida, nos quedamos hasta tarde charlando. Y fue ahí cuando Belén, la mujer, nos contó cómo se habían conocido.

Ella usaba mucho Amazon para comprar casi todo. Tenía poco tiempo para ir de compras entre el trabajo y el grupo de teatro que tenía. Además, cuando iba al súper siempre olvidaba aprovechar el viaje para coger quizá esas otras cosas no imprescindibles pero que quería comprar. Así que, según se acordaba de que necesitaba tal o cual cosa, entraba en la aplicación, hacía el pedido y ni se preocupaba de cuando llegaría.

Un día pidió unas velas aromáticas que quería poner en el salón y, al pasar un tiempo y ver que no habían llegado, entró en la app para reclamar su pedido. Allí vio que la empresa de transportes había dicho que no la habían localizado y estaban a la espera de que ella los contactase. Ella, enfadada por no haber recibido ni una llamada de teléfono ni ningún tipo de aviso, llamó indignada a la empresa encargada de entregar su paquete. Allí le dijeron no saber nada de ese pedido, por lo que esperó a recibir otro paquete que tenía pendiente para preguntar directamente al repartidor. Entonces llegó Ramón con un paquete a su casa. Él solía ser quien le llevaba la mayoría de los paquetes a su casa, pero nunca habían hablado. Ella le contó lo que pasaba y él le dijo que, según el número de pedido, no lo llevaba su empresa, pero que sospechaba cuál podría ser y que, sin prometerle resultados, investigaría qué había pasado.

A la semana siguiente él pasó por allí solo para decirle que creía que sabía lo que había podido pasar, que había hablado con alguien que le había contado que el repartidor de esa empresa encargado de su zona estaba de baja por paternidad y que el sustituto no era muy avispado. A Belén le hizo gracia la cantidad de detalles personales que le había contado y que él se había interesado en averiguar. Dos días después se cruzó con él cuando salía de casa mientras él entregaba un gran paquete a su vecina de abajo, entonces él le contó que se había enterado de que los compañeros de aquel sustituto estaban bastante quemados con él ya que estaba ahí por ser pariente del jefe, pero que había extraviado un montón de mercancía y que sus compañeros estaban teniendo que hacer parte de su trabajo porque él no daba. Así que le dijo que había encargado a un antiguo compañero que buscase entre el caos de la ruta de aquel chico, el paquete Belén. 

La mañana siguiente, un chico con cara de pocos amigos timbró en casa de Belén. Allí estaban sus velas aromáticas. Se asomó a la ventana un rato más tarde, a la hora a la que Ramón solía pasar por su calle. Al verla subió a saludar y conocer el desenlace de aquel paquete extraviado. Ella le contó que un chico que parecía enfadado se lo había entregado temprano. Entonces Ramón le contó que era su amigo, que llevaba la ruta de otra parte de la ciudad pero que él le había pedido el favor de que se lo entregase a su amiga personalmente, antes de que aquel zopenco lo volviera a perder. Él lo hizo sin problemas, pero estaba enfadado porque el día anterior había salido una hora más tarde por haber hecho parte del trabajo de aquel niño enchufando que no ponía el más mínimo interés en aprender ni hacer las cosas bien, pero que cobraba igual que el resto. Ella se disculpó por tanto embrollo, a fin de cuentas era. Simplemente unas velas y, en caso de no recibirlas, podría haber reclamado directamente a Amazon. Ella le acabó enseñando las velas, haciendo bromas sobre que eran viajeras. Él le contó lo duro que era a veces su trabajo con clientes mucho menos comprensivos que ella y, así empezaron a contarse algunas cosas de su vida.

Pronto ella identificó qué tipo de pedidos traía su empresa y se sorprendió encargando más cantidad de material de oficina para ver a Ramón. Cada vez que él llamaba al timbre pasaban unos escasos pero intensos minutos de charla.

Una vez él llegó y ella no estaba en casa. Él la llamo y bromeó «Luego dirás que no recibes los paquetes» ella le pidió que se lo diera a una vecina, pero él le dijo que, si a ella no le importaba, se lo llevaría a última hora, al terminar el turno.

Esa tarde ella esperó su paquete de folios con una ilusión extraña. Ramón llegó, vestido con su ropa de calle, con un paquete de Amazon en una mano y una flor en la otra…

Me pareció una historia tan bonita que les pedí permiso para contárosla a vosotras. Ahora están buscando un bebé después de 3 años de relación y una hermosa boda el año pasado. Y así fue cómo un paquete extraviado le llevó a Belén el amor, directamente de Amazon.

 

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