Vengo a contaros mi historia: Me casé bastante joven, con 26 años, y desde el principio mi marido y yo teníamos claro que queríamos ser padres. Como cualquier pareja en estas circunstancias, dejamos de tomar precauciones y nos lanzamos a la búsqueda del retoño. Al principio todo es felicidad, estás deseando que la regla te falle unos días para hacerte una prueba y ver en ansiado positivo. Las primeros meses fueron tranquilos, el positivo no llegaba, pero era normal, muchas parejas tardan una media de seis meses o un año en lograr un embarazo, nos decíamos.

A los seis meses, empezamos a vigilar los días fértiles: me compré test de ovulación y solo lo hacíamos en los días indicados. También empecé a documentarme sobre posturas adecuadas para concebir, comenzamos a llevar una alimentación saludable, a hacer más ejercicio físico, por si el tema de los kilos de más podían influir, y por supuesto nada de alcohol ni tabaco.

Al año de estar intentándolo sin éxito, consultamos a un médico. Si primera respuesta fue que éramos muy jóvenes y que no nos obsesionáramos, que el embarazo finalmente llegaría. Yo intenté relajarme, por aquello que te dice todo el mundo de en cuanto te relajes y no lo pienses, te quedarás, pues no, seguía sin quedarme.

Al año y medio volvimos a consultar a otro especialista y esta vez sí, comenzamos con pruebas de fertilidad y empezó nuestro calvario. Nos examinaron a ambos y estábamos perfectamente. El semen de mi marido estaba bien, y aparentemente en mi útero no había ningún problema, pero como no conseguíamos un embarazo de manera natural, empezamos con tratamientos de fertilidad que duraron años sin dar buen fruto.

Cuando nos quisimos dar cuenta, habían pasado casi 10 años de nuestra boda y nuestra relación se había resentido tanto que acabamos separándonos. El tema de no conseguir formar una familia nos desgastó como pareja. Él, que siempre había soñado con ser padre y con tener muchos hijos, me empezó a culpar a mí de nuestra infertilidad. Yo, que lo que más deseaba en el mundo era estar embarazada, caí en una depresión.Mujer con las manos en la cabeza y marco de fotos roto.

De repente, me vi con 36 años divorciada, sin hijos y rodeada de amigas que estaban en ese momento casándose y teniendo bebés. Poco a poco conseguí salir del hoyo donde estaba metida, renuncié para siempre a mi idea de ser madre y empecé a vivir una segunda juventud. Conocí gente nueva, empecé a salir de fiesta y a viajar. Me había casado tan joven que a penas había hecho todas esas cosas antes. Y claro, cómo os podéis imaginar, mi ex marido era el único hombre con el que yo había estado, así que también empecé a disfrutar del sexo a otro nivel. Me desmelené un poco y empecé a tirarme todo lo que se movía.

Hasta que un buen día, me percaté de que mi regla no había llegado. Me hice una prueba de embarazo y allí estaban, las dos rayas del positivo. Años antes habría llorado de la emoción. Pero ahora no me lo creía, había pasado años buscando un embarazo que no llegaba y ahora, con 37 años y por culpa de un descuido, me había quedado embrazada de un tío cualquiera.

Sabía quien era el padre, un chavalín más joven que yo que conocí en una discoteca. Follamos aquella noche en mi casa, y quedamos dos o y tres veces más, para mantener relaciones sexuales.

Lo tuve claro desde el primer momento. Ese bebé iba a nacer. Puede que no fuera el mejor momento, ni con el hombre adecuado, pero la vida me estaba dando por fin lo que durante tantos años había deseado.

Llamé al chico y se lo conté. Se desentendió completamente del tema y casi lo agradecí. Mi ex, cuando se enteró de que estaba embarazada, quiso volver conmigo y hacerse cargo del niño, incluso darle su apellido, pero no quise. Sentí que me abandonó en el peor momento de mi vida y ahora no se merecía aquel regalo que estaba creciendo en mi vientre.

Ahora soy madre soltera de un niño precioso que le ha vuelto a dar sentido a mi vida.

 

Envía tus movidas a [email protected]