¿Cómo es posible que tú, que me tranquilizabas solo con mirarme, ahora seas el culpable de todos mis huracanes? ¿Cómo has podido pasar de paz a tempestad? Tú me quitabas la ansiedad. Ahora ese es tu segundo nombre.

Llegaba a ti con los ojos llorosos. Una vez más, los fantasmas del pasado, el presente y el futuro incierto venían a por mí. Yo corría en círculos sin tener ni puñetera idea de dónde estaba la señal de salida. Entonces llegabas tú, sin ser avisado.

Era como en la película de Big Fish. Te veía a ti y todo se paraba en seco. Carecía de sentido. Los fantasmas se iban asustados, ya no había más dementores. Tú y tus brazos abiertos. Tú y tu sonrisa. Tú y tu olor, que siempre me transportaba a casa. Y fin.

Todavía recuerdo el día que llegaste a mi casa a las cinco de la mañana. Te había dicho que algo me pasaba, que no sabía ser. Que algo en mí estaba roto y no sabía qué. Apareciste dos horas más tarde, después de hacerte 200km. Como siempre, sin avisar. Porque no hacía falta. Algo te decía que tenías que estar ahí, conmigo.

¿En qué parte del camino te has quedado? ¿Dónde te has olvidado de quien eras?

Ahora todo es distinto. Tú me tratas como si nada hubiera cambiado, pero solo un rato. Después de follar, recoges tus cosas y sales por la puerta sin mediar palabra. Me quieres durante un par de horas. No puedes estar sin mí durante un par de horas. Soy el amor de tu vida durante un par de horas.

Luego abres otra puerta y dices el mismo discurso.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Me abrazas y me siento vacía. Me dices que estarás aquí y desapareces. Me haces volver a confiar en ti. Me haces necesitarte a ti y a tus brazos abiertos, a tu sonrisa, a tu olor…y cuando vuelvo a bajar la guardia, te vas. Así de simple. Y la culpa es mía, por dejarte llegar como siempre, sin avisar. Pero solo cuando a ti te da la gana.

Lo siento, pero no puedo más. Juro que la próxima vez que tenga ansiedad, no será por tu nombre. No te mereces ni una más de mis taquicardias.

 

Fotografía de portada: Priscilla du Preez