El novio de mi amiga Eva nunca nos gustó. Era serio, malencarado y bastante fanfarrón; pero lo que menos nos gustaba de él era cómo cambiaba ella cuando él estaba presente.

Cada semana, desde hacía bastantes años, quedábamos toda la pandilla del instituto para iniciar el fin de semana tomando unas cañas, desahogar el estrés del trabajo y no perder el contacto como nos había pasado al terminar los estudios. De vez en cuando, las chicas por nuestro lado, quedábamos para tomar café, ir de compras o cualquier excusa que se nos ocurriera para contarnos nuestras intimidades. Eva no fallaba nunca, cada viernes aparecía con el sieso de su novio y en cada reunión de chicas venía ilusionada por pasar el rato con nosotras.

Eva, antes de tener pareja, salía cada fin de semana. Los viernes nos llegaba la madrugada sin darnos cuenta y siempre tenía algún plan para trasnochar los sábados. Una de esas noches en que salió a bailar con otros amigos fue cuando conoció a ese chico. No tardó en presentárnoslo y pronto se unió a nuestras reuniones de los viernes. Pero algo estaba cambiando.

Es normal que al inicio de una relación exista cierta distancia con los amigos, al principio todos nos volvemos un poco gilipollas y pasamos de todo el mundo para estar encerrados con nuestro nuevo lo que sea y que nadie nos moleste. Eva no faltaba a nuestras citas fijas, pero jamás volvió a proponer o acudir a un plan que supusiera estar fuera de casa más allá de las 12, como Cenicienta. Las cañas se acababan siempre temprano, los sábados de noche “estaba cansada” y con las chicas si era algo rapidito venía, pero si era un plan elaborado, siempre encontraba una excusa para no venir.

Las demás se metían con ella, le decían que se iban a acabar borrando el uno al otro de tanto frotarse, pero yo veía algo raro y no me atrevía a opinar; si, se estaba borrando, pero literalmente. Se borraron las minifaldas, se borró el maquillaje, se borraron los whastsapp con confidencias y sus sonrisas alegres. Algo no iba bien y me lo confirmaba cada vez que, tras mi insistencia, repetía lo feliz que era y lo ilusionada que estaba.

Un día conseguimos que viniera de compras. Yo le ofrecí probarse una falda que era totalmente su estilo y ella accedió. Al salir del probador, dando vueltas como una bailarina, vi un moretón que le ocupaba todo el muslo. Mi gesto debió de ser muy descarado, porque al momento se tapó con la tela de la falda, a lo Marylin, pero cubriéndose el muslo. Sin que yo dijera nada ella se rió y dijo “Vaya hostia me di con la mesilla el otro día, no sé ni cómo puedo caminar, ando atolondrada” y se fue a cambiar. Me asomé al cambiador, ella no pudo verme, pero yo observé el nerviosismo que mi mirada le había producido y me sentí mal, pero entonces vi que tenía un moretón bajo el cierre del sujetador a juego con el de su pierna.

La mesilla debía volar. Salí sin que me viera y lo hablé con una de nuestras amigas. Les dije lo que había visto, pero que fueran discretas, para no agobiarla y que se viera en confianza. Claramente nuestra amiga no me entendió en absoluto y en cuanto Eva salió sonriente del cambiador diciendo que tenía que irse, ella la agarró del brazo (Eva hizo un gesto de dolor) y le dijo “No te vas a ningún sitio, yo quiero que me digas exactamente cómo te has hecho ese negrón con la mesilla, a ver, ¿tienes más?” Eva se zafó de nuestra estúpida amiga y dijo “No, en serio, tengo prisa” dejó la falda sobre la montaña de ropa del probador y salió corriendo.

Nunca más acudió a una quedada sin su novio. Jamás pudimos verla sin él.

Varias de las chicas intentaron hacerle entender a nuestra amiga que lo que había hecho estaba mal, que había invadido su espacio físico, la había atacado como si fuera culpable de algo y no había sabido ver que no estaba preparada para hablar. Ella se justificó diciendo que lo hacía por su bien y que si ella aguantaba según qué cosas y no aprovechó ese momento para contar nada más sería, o porque no había nada que contar, o porque estaba conforme con la situación. No nos podíamos creer una actitud tan retrógrada en nuestro grupo. Claramente esta chica no había entendido nada en nuestras, no pocas, conversaciones sobre machismo, misoginia y violencia. Ella estaba convencida de que si consientes un bofetón eres cómplice y tras varios argumentos similares, decidimos olvidar avisarla en nuestras siguientes quedadas hasta que salió del grupo voluntariamente al ver que no pertenecía ya a él.

Había que hacer algo para ayudar a Eva, pero era evidente que todavía no sabía la ayuda que necesitaba.

Cada viernes venía con él, agarrada del ganchete, con una sonrisa tímida y la cabeza medio agachada. Se sentaba a su lado y contra la pared, para no tener a nadie tan cerca como para tener una conversación privada. Apenas participaba en las charlas y siempre se retiraba pronto. Un día vino maquillada, como cuando estaba soltera. Su buena capa de base, su eyeliner perfecto, su rubor…Yo me alegré mucho al verla, pero algo en su gesto me dio escalofríos.

No podía sacar los ojos de ella, por lo que vi perfectamente cómo él le susurraba y ella sonreía, entonces él le apartó el pelo de la cara y le besó un pómulo, ella reaccionó con un quejido casi imperceptible, pero yo lo vi. Entonces lo entendí. Cuando ella fue al baño, salí detrás de ella a su encuentro. Allí, con la luz directa del espejo, se veía lo exagerado de aquel colorete, cómo tapaba una gran inflamación y coloreaba lo que, seguro, era un enorme moretón. Su ojo tenía un pequeño derrame y en su párpado, sobre la línea negra perfecta, asomaba una sombra amarillenta, el color de una contusión cuando está curando.

Ella sonrió forzada al principio, pero al verme seria se paró de golpe ante mi y me dijo “Sé lo que vas a decir y quiero que sepas que es asunto mío”. Entonces yo le dije: “Estás equivocada, no sabes lo que voy a decir, así que escucha. Eres mi amiga, te quiero y te apoyo en todas las decisiones que tomes en tu vida. Solo te pido que no me alejes de ti porque te necesito en mi vida. Y si algún día tú me necesitas, yo estaré aquí. Sin preguntas, sin juzgar nada de lo que hayas hecho o vayas a hacer, simplemente aquí para ti.” Y sin dejarla reaccionar, me fui del baño.

Tardó un rato en salir. A los cinco minutos se fueron. El siguiente viernes no apareció, ni tampoco el siguiente. Yo no dormía pensando en el calvario que estaría pasando. En las redes sociales él colgaba fotos de fiesta con sus amigos, en algunas abrazando a otras chicas. Esas noches ella me escribía para hablar de nimiedades (de series o de algún salseo de famosas), quería saber si realmente estaba ahí para ella, y lo estuve. Me estaba costando la salud, pero aguanté cada impulso de preguntar si estaba bien, cada vez que quería saber si vendrían el siguiente viernes.

Entonces, un sábado cualquiera, recibí una llamada de madrugada. Era Eva, lloraba desconsolada. Al descolgar solo dijo “Sácame de aquí”. Corrí a su casa con mi novio, por miedo a ir sola y que pudiese pasar algo. Al llegar la encontramos hecha un ovillo en el sofá. El piso estaba destrozado y ella llena de golpes y con sangre en el labio y la nariz. La abracé y le pregunté qué quería hacer. Dijo que no sabía. Mi novio la levantó en brazos y la llevó como si fuera un bebé hasta el coche. Al llegar a casa le preparé algo caliente mientras se aseaba y lloraba, y se cambiaba y lloraba, y se miraba y lloraba… Al salir del baño tomó la taza entre sus manos, se sentó en mi cama y, tras escasos minutos se durmió. No hubo una sola palabra.

Mi novio insistía en llevarla al médico, en llamar a la policía, pero yo sabía que debía ser su decisión o jamás nos lo perdonaría. Adelantarnos a sus pasos sería empujarla a sus brazos de nuevo. A la mañana siguiente me despertó con una caricia en el brazo y me dijo “¿Me acompañas al hospital? Tengo miedo, quiero denunciarle”. Y lloré tanto… Nos abrazamos y lloramos ambas juntas. Le agarraba la mano con tanta fuerza que temía hacerle daño, pero quería que se supiese sostenida.

Tardó semanas en hablar con nosotras de todo lo que había pasado. Respetamos su silencio y nos lo agradeció eternamente. Era muy duro asimilar todo lo que estaba pasando. Ahora tenía una orden de protección y un tiempo para decidir cómo continuar su vida, que nunca volvería a ser la misma.

 

 

Escrito por Luna Purple, inspirado en varias historias reales. Si nos envías tu testimonio, Luna lo pone ‘bonito’ para WLS.